Un político se roba mil millones de pesos y son mil millones que no llegaron a la comunidad en escuelas, en carreteras, en
hospitales, en programas de calidad de vida… Por eso los políticos corruptos
son los asesinos más grandes que ha dado este país.
Monseñor Julio César Vidal
Desde
hace mucho tiempo he querido escribir algunas “ideas” sobre el proceso de la
paz dialogada (la única posible) en Colombia.
Se
me ha dado por pensar que, al tener siquiera la pretensión de llevar a cabo
unos diálogos de paz específicamente con la subversión en el país, debe tenerse
claridad sobre algunos aspectos o premisas desde los cuales evaluar todo lo que
se trate en esa conversación. No basta con estar dispuestos a escrutar unos
puntos, sino que debe primero concretarse con qué lente se va a escrutar
aquello, en qué balanza se va a pesar lo que se plantee.
A
ver si me explico un poco. No preciso si es Luis Sperb Lemos o Mario Quintana
quien tiene un poema, al que titula Diálogo, que dice: -Señora, yo quería
plantearle un cambio de ideas. -¡Dios me libre!
Encuentro
varias interpretaciones a este poema, pero la que me sirve en este texto es
esta: si te abocas a establecer un diálogo, entonces disponte a la posibilidad
de cambiar tu punto de vista, tu manera de juzgar el tema sobre el cual
dialogaremos; en otras palabras, predisponte a comprender, a la posibilidad de
cambiarte de bando en cuanto a la forma de juzgar aquello, e incluso a la probabilidad de aceptar como
correcto el punto de vista del otro; si no es así, no posibilites dialogar
porque será un fracaso obligado, una acción sin posibilidades de éxito. Es esa
la primera premisa obligada.
Pero
para lograr internalizar esa premisa, primero debemos aceptar que el otro es
inteligente, que es posible que sea más inteligente que yo, o que esté mejor
informado; en fin, reconocer y respetar sus capacidades cerebrales.
La
segunda premisa es estar dispuesto a aceptar que parte de las razones del conflictivo
han sido generadas por mis errores, o sea que yo tengo parte de la culpa. Quien
se aboca a un diálogo no debe ir armado de argumentos y pruebas que demuestren
que el otro ha sido el que se ha equivocado, ha sido el injusto, ha sido el
malvado, sino que debe estar dispuesto incluso a aceptar que ha provocado en el otro
sus reacciones.
La
tercera premisa es ser consciente de que hay que tratar, valorar o juzgar este asunto
de una manera distinta a como se ha tratado anteriormente. Si el método
utilizado anteriormente fuera el correcto, sencillamente ya el conflicto no
existiera.
Pienso
entonces que si el gobierno (esa es la representación de la “sociedad” colombiana)
se aboca a unos diálogos con la guerrilla, debe ir montado sobre esas tres
premisas, o sea que no debe sentarse a la mesa con un cartapacio de acusaciones
y pruebas de la maldad de la guerrilla (si ellos hacen lo mismo, y pueden
hacerlo, no habrá final para la discusión), ni pensando que tiene la razón y va
a ver cómo convence la “los brutos o malvados” para que cambien su forma de
actuar; ni con la vanagloria de quien ofrece dádivas altruistas y compasivas a
unos seres que no se merecen su magnanimidad. Debe más bien sentarse dispuesto
a aceptar su parte de culpabilidad, con la predisposición necesaria para
apreciar y valorar las razones de la guerrilla… Debe sentarse, en fin, con la
actitud del cónyuge que llega donde su media naranja y le dice: “Está bien, los
dos sabemos que la cagamos, pero vamos a ver qué podemos hacer para posibilitar
la felicidad entre nosotros pues, al fin y al cabo, no podemos vivir el uno sin
el otro”.
Imagínense
ustedes que, luego de unas semanas de peloteras con su pareja, el tipo llegue
donde la esposa y le diga: “Acepta que eres una desgraciada y entonces yo veré
cómo juzgo tu comportamiento con el fin de castigarte de una manera menos
severa de la que en realidad te mereces”.
Prácticamente
esa ha sido la posición del gobierno en todos los intentos de diálogo
anteriores. Y los resultados han sido los mismos que se podrían dar en esa
pareja de esposos del ejemplo dado.
Entonces,
pienso yo (pobre de mi estupidez) que hay dos maneras de acercarse a estos
diálogos:
Una:
La del marido arriba ejemplificado, o sea que el gobierno le diga a la
guerrilla: “Bueno, señores, nosotros somos lo oficial, lo civilizado, así que
tenemos la razón y ustedes deben aceptar que se han equivocado, que son unos
criminales, que deben someterse a nuestras leyes, permitir que se les juzgue de
acuerdo con ellas y nosotros nos comprometemos (y ustedes deben confiar
plenamente en nuestra magnanimidad) a estudiar la manera de ser generosos con
ustedes en la medida en que nuestras leyes nos lo permitan”.
Dos:
La del marido que llega compungido donde su media naranja, o sea que el
gobierno le diga a la guerrilla: “Bueno, señores, sabemos que ustedes han
cometido actos de terrorismo, han secuestrado, asesinado, robado, desplazado, reclutado
de manera ilegal, delinquido…, y también reconocemos que nosotros, la clase
gobernante, todos los que hemos dirigido el país durante más de dos siglos, hemos
hecho masacres, hemos delinquido, asesinado, robado, desplazado, cometido
injusticas monstruosas, pauperizado y oprimido al pueblo, orquestado su atraso;
nos hemos robado los dineros con los cuales este país tuviera más de las
escuelas, carreteras, servicios públicos, empresas, hospitales, laboratorios y
demás infraestructura de la que pudiera necesitar; hemos promovido guerras, nos
hemos lucrado del dolor del país… en fin, reconocemos que somos tan delincuentes
y quizá peores que ustedes, de manera que, siguiendo el principio de que “o
todos en la cama o todos en el suelo”, tenemos dos alternativas. Una: como
ustedes (los guerrilleros) son delincuentes y nosotros (todos los gobernantes
actuales y anteriores, por acción, orquestación, omisión o por darle
legitimidad a los actos de los otros) también lo somos, a todos nos debemos
tratar como delincuentes, o sea que todos debemos irnos para la cárcel y purgar
nuestros delitos. Dos: como eso es prácticamente imposible, y no estamos
dispuestos a hacerlo, entonces les daremos a ustedes (a los guerrilleros) el
mismo trato que nos damos a nosotros, o sea que nosotros no seremos condenados
por nuestras atrocidades, y ustedes tampoco por las de ustedes; nosotros
gozaremos de distintas garantías y ventajas a las cuales ustedes también
tendrán acceso. Así que miremos cómo hacemos para equiparar las garantías de
ustedes a las nuestras, así: evaluemos quiénes de ustedes corresponden a
ministros, a generales, gobernadores, alcaldes, jefes de despacho, y hasta a soldados
rasos, para darles nuestras mismas prebendas y ventajas, pues somos “cucarachas
del mismo cóncolo".
Y
así como hemos encontrado la manera de que la sociedad nacional e internacional
soporte y aporte lo necesario para sostener
y garantizar nuestras condiciones de vida, encontremos la manera de que lo haga
también para ustedes, pues todo esto se lo han ganado haciendo lo mismo que
hemos hecho nosotros.
Volviendo
a hablar a nivel personal, recuerdo que hace unos años se planteó la
posibilidad de hacer un censo de todos los campesinos que cultivaban coca para
convencerlos de que si cultivaban, en la misma cantidad de terreno, maíz, yuca,
cacao, etc., el gobierno le garantizaría la misma entrada monetaria que tenían
cultivando coca, no tendrían que preocuparse por quién les compraría esos
productos, ni en qué ni por qué carreteras los sacarían, porque ellos sólo
tendrían que almacenarlos y el gobierno se encargaría de recogerlos.
Esto se llevaría a cabo durante cinco o diez años, tiempo en el cual los
campesinos se acostumbrarían a cultivar esos productos legales y así, cuando se
desmontara ese programa paternalista, ya no habría cultivadores de coca en nuestro
país. Supe que incluso hubo países interesados en aportar el dinero necesario
para llevar a cabo ese programa. ¿Por qué no se llevó a cabo?
De
igual manera, si ahora con los guerrilleros se hiciera lo propuesto arriba, o
sea que la guerrilla fuera absorbida por las fuerzas armadas y la clase
política (pues simple y llanamente debe tratárseles como iguales dadas sus
similaridades en codicia por el poder y en historial delictivo), en pocos años
esos grupos se difuminarían, serían digeridos por la sociedad, o sea que
indefectiblemente desaparecerían.
No
tengo ninguna duda de que habría países dispuestos a hacer una vaca para
aportar el dinero necesario para llevar a cabo este programa.
Nota
importante: Agradezco que quien lea este texto me tome por estúpido y no por
mamagallista, pues hablo en serio, aunque sea desde mi estupidez.
Posdata: Una persona muy respetable me ha preguntado sobre este artículo que si entonces el gobierno debe considerar simples chismes las atrocidades que ha cometido la guerrilla, a lo cual respondo esto:
Posdata: Una persona muy respetable me ha preguntado sobre este artículo que si entonces el gobierno debe considerar simples chismes las atrocidades que ha cometido la guerrilla, a lo cual respondo esto:
No pretendo discutir con usted ni darle todas las razones, pero le digo lo siguiente:
1. Son los guerrilleros los que en este proceso están avocados a venir, a incorporarse al sistema diseñado por los políticos, así que no hay equidad de entrada: ¿Qué hubiera pasado si el padre del hijo pródigo, cuando éste volvió al hogar del padre, se hubiese mostrado inamovible?
2. No tengo ninguna duda de que los guerrilleros son unos delincuentes. Critico entonces a los políticos y militares que no reconocen que son unos delincuentes y se paran sobre su proclamada probidad para juzgar. A mí me dijo un soldado: "Así como ellos hacen cagadas a nombre nuestro, nosotros hacemos cagadas a nombre de ellos": los dizque buenos, los que se aprestan a juzgar, equiparados en acciones...
3. Me parece monstruosamente más monstruosa la maldad de quienes se valen del poder dado por el pueblo para hacerle mal al pueblo, que la de quienes se sabe que están por fuera de la sociedad. Si yo veo que un guerrillero está en un sitio, haré lo posible por desviarme y tengo más posibilidades de que no me haga mal, pero si veo a un soldado o policía me le acerco, así que es infinitamente más injusto que ese soldado o policía me perjudique. Además, ese soldado o policía tiene un uniforme y un fusil comprados por mí, está ahí ganando un sueldo dado por mí, le dan unos premios con mi dinero; de manera que en el fondo yo le estaría pagando para que me hiciera un mal, lo cual no ocurre con un guerrillero. Si esto lo llevamos a lo que han hecho los políticos, la cuestión se maximiza extremadamente.
Creo entonces que quien recibe y juzga en un arreglo (el padre del hijo pródigo) tiene mayores compromisos: "Ha de ser en lo posible el que ha de corregir incorregible".
Agrego que propongo la lectura de Los ojos del hermano eterno:
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/ojos_hermano/ojos_hermano.html
del cual subrayo esta pendejadita:
-¿Dónde está la medida de tu sentencia? ¿Qué medida tienes, juez, para medir? ¿Quién te ha azotado a ti para que sepas lo que significa el látigo? ¿Cómo puedes contar los años como si lo mismo fuesen tus horas pasadas a la luz que las horas pasadas en la oscuridad de la tierra? ¿Has estado alguna vez en la cárcel para que puedas darte cuenta de las primaveras que arrancas a mi vida? ¡Eres un ignorante, no un juez! Solamente aquel que interviene en la batalla sabe de ella, no aquel que la dirige desde lejos. Únicamente quien ha experimentado el sufrimiento puede medir el sufrimiento. Sólo el culpable puede medir tu orgullo para castigarle. Tú eres el más culpable de todos. Yo me he visto cegado y arrebatado por la pasión de mi vida, por la angustia de mi miseria; pero tú dispones a sangre fría de mi vida, me mides con una medida que tu mano no tiene y con un peso que tu mano no ha sostenido nunca. Estás en la silla de la justicia, pero no puedes sentarte en ella como un juez. ¡Mides con la medida de la arbitrariedad! ¡Márchate de la silla de la justicia, ignorante juez, y no juzgues a los hombres vivos con la muerte de tus palabras!
Y veamos este aparte de Fernando González:
¿Quién afirma que Sarret, el notario marsellés que
mató a Chambón y a su amante, para robarles, y que disolvió, con
ácidos, en una bañera, sus cadáveres, es menor que el juez que lo condenó
a la guillotina? Habría que medir la cantidad de pasiones, activas
y pasivas, la cantidad de posibilidades en cada uno, la
cantidad de esfuerzo e inteligencia espiritual. Muchas cosas habría que
medir y, entonces, podríamos conjeturar apenas.