¿A los
escritores nos tienen que pagar para asistir a los encuentros?
Por Naudín
Gracián
En la
programación de los eventos culturales, tales como festivales, certámenes,
ferias, entre otros, se acostumbra incluir la presencia de algunas
personalidades de renombre (en la medida en que el presupuesto lo posibilite). Vemos
que así como a Valledupar llevan agrupaciones musicales pagándoles astronómicas
sumas de dinero, igual sucede en las ferias de libros a las cuales llevan
autores de prestigio, en el Festival Iberoamericano de Teatro donde presentan
compañías y actores famosos, y así sucesivamente.
Como lo que me
interesa en este texto es hablar del mundo de los escritores, concentrémonos en
ello. Mencioné lo anterior para puntualizar que se trata de una práctica muy
generalizada, no exclusiva de este renglón social.
Ahora bien.
Vemos que al Hay Festival de Cartagena y a la Feria del Libro de Bogotá (los
dos acontecimientos locales de Colombia más importantes en el mundo de las
letras) llevan autores con mucho renombre, cuya presencia es sumamente costosa
para los organizadores. Pero a esos eventos los únicos literatos que van no son
esos invitados especiales. No, señor. Ellos son la punta del iceberg porque
asistimos miles y miles de escritores que gestionamos pasajes, hoteles y demás
con las alcaldías, entidades, patrones (he sabido de casos que rayan con la
mendicidad), etcétera, y por supuesto la gran mayoría asumimos los gastos de
nuestro propio bolsillo. Y nos “pateamos” la fiesta con nuestra anonimidad a
cuestas, mendigando un espaciecito o un poco de atención para mostrar nuestro
talento incomprendido (aunque sea de algunos transeúntes o de algunos
comensales en la cafetería); y luego nos sentimos afortunados y sacamos pecho
contando que fuimos a la Feria o al Hay, y aún más si alguien nos dio unos
minutos para decir algo en alguna actividad en la que compartimos la mesa con
diez o más creadores, muchas de las cuales no cuentan con una audiencia
superior al número de “conferencistas”.
Pero sucede que
algún quijote gestiona espacios (los espacios para la cultura no son
especialmente fáciles de conseguir), amplificación, grupos musicales; hace
publicidad y convocatoria; organiza, imprime y distribuye un programa, consigue
decoración, video beams… y todas las demás arandelas que tiene un encuentro de
escritores, y cuando nos invita (a ese montón de autores de los que hablé en el
párrafo anterior) nosotros enseguida indagamos: “Y qué dan”, o “cuánto pagan”.
Yo les he preguntado a algunos que si asistirán a equis acto, y enseguida
dicen: “A mí no me han invitado”. O sea que los organizadores no les han
prometido viáticos, alojamiento, alimentación y dinero. Y nota uno que los
poetas y narradores asistentes a una de estas convocatorias (las realizadas por
algún quijote parroquial) somos exclusivamente los escritores “invitados”. ¿Qué
sería de la Feria del Libro de Bogotá y del Hay Festival si los escritores no
“invitados” asumiéramos esa actitud?
Analicemos un
poco. A esas festividades culturales llevan como atractivo a personas de
renombre que, con su sola presencia, aportan al reconocimiento del evento. A
eso le sumamos que esos invitados dan conferencias o entrevistas que enriquecen
el intelecto de los asistentes (esto no es una regla inamovible pues en la
FilBo presencié a Fernando Vallejo diciendo un montón de lugares comunes que
hacían reír a la audiencia, sin nada nuevo en el fondo). Vemos entonces que aceptamos
como normal que a ellos se les pague lo que se les paga aunque nosotros no solo
asumimos los gastos para asistir de nuestro bolsillo, sino que incluso pagamos
para entrar a las actividades, como ocurre en el Hay. Pero, si el certamen es
organizado por un quijote parroquial, cambia la cosa: acá yo soy el famoso, la
celebridad (en ese “yo” se incluyen hasta los que no han publicado libro alguno
sino si acaso algún poemilla o artículo en algún periódico o revista de
circulación local). Por eso asumo que me tienen que pagar pues voy a aportarles.
Si no me pagan, no voy. Que cuánto vale ese evento, que cuántas rabias,
decepciones y trasnochos les costó a los organizadores la gestión; que cuánto
quedan debiendo… Eso ni me va ni me viene. Y luego comentaré (casi siempre con saña)
la calidad del hotel, de las comidas, de la atención, del público.
Esto parece ser
culpa en gran medida de la cultura paternalista que hemos cultivado con
respecto a la escritura. Si alguien (un quijote parroquial, valga la
aclaración) organiza un encuentro o festival de literatura, damos por sentado
que el gobierno y unas entidades o empresas le han aportado varios millones de
pesos (y vivimos hablando todo el tiempo de que no se apoya el arte) de una
manera magnánima. Casi que le han metido la plata en el bolsillo para que pueda
llevar a su localidad a todas esas estrellas que somos todos y cada uno de los
creadores. Para el Hay y la Filbo sabemos que de nuestros impuestos se destinan
miles de millones, pero a sus organizadores no les pedimos informes de sus
cuentas a la hora de asumir nuestros gastos para asistir.
Eso que pasa con
los escritores no sucede, por ejemplo, en el campo musical. En cualquier
festival de esta expresión artística, por pequeño que sea, los músicos asumen,
sin dolores mayores, que los organizadores llevan a dos o cinco agrupaciones de
renombre a las que se les paga mucho dinero, mientras que ellos, el resto de artistas,
asumen sus gastos. Yo he andado con algunos (aunque no soy músico, qué más
quisiera) y en los certámenes duermen en el suelo o en hamacas, en colegios,
casas de cultura, restaurantes comunitarios; y se alimentan de lo que pueden o
de la magnanimidad de los músicos del pueblo anfitrión, quienes los hospedan en
un compadrazgo admirable. Algunos de esos artistas de los que hablo son
reconocidos, ganadores de muchos festivales, con trayectorias y destrezas
magníficas; gente que realmente va a aportarle al espectáculo.
Pero entre los
literatos, eso no puede suceder. Si usted piensa organizar un encuentro de escritores,
no piense en que nos va a brindar un espacio, tiempo, amplificación, público, posibilidad
de dar a conocer nuestra obra a la gente y a los otros autores; auditorios,
presentación de artistas como músicos, danzantes; una programación, posibilidad
de aprender…; mucho menos espere que nosotros le agradezcamos sus esfuerzos por
la gestión de todo eso. Piense primero en cuánto nos va a pagar, las comidas
que nos dará y el hotel de alta calidad en que nos alojará. Porque de lo
contrario, no asistiremos, ni siquiera los despreciados cotidianos que vivimos en
la localidad donde se organiza.
Claro que estoy
hablando de lo que sucede en nuestras parroquias (municipios y capitales
provinciales), porque uno ve cómo en Argentina, Chile y otro países americanos
y europeos organizan encuentros en los que los escritores no solo asumen sus
gastos de viaje sino que pagan, para participar en ellos, grandes sumas de
dinero que no solo alcanzan para el éxito del evento sino para remunerar a los
organizadores (son realizados por personas que se dedican y viven de eso). Y,
en las ciudades grandes, los literatos pagan por asistir como público raso a
simposios, capacitaciones y talleres. Supe que en una ocasión en Bogotá
hicieron una convocatoria para un taller gratuito y pasó la prueba (porque ¡oh,
extremo de los extremos: hicieron prueba de admisión!) tanto personal que
optaron por aceptar sólo a los que habían ganado algún premio nacional de
literatura. Pero en nuestras provincias los escritores no vamos a estas cosas (y
mucho menos vamos a pagar por asistir), a menos que se nos pague (con dinero o
con alimentación, hotel u otras deferencias), sencillamente porque nosotros no
tenemos nada que aprender (¡Dios nos libre!), sino que enseñar o que aportar.
Una advertencia muy importante:
Si usted tiene
veleidades de quijote parroquial, no se le ocurra organizar un evento para
escritores en el cual nosotros tengamos que asumir nuestros gastos (incluso en
el caso en que usted gestione precios especialmente rebajados para nosotros),
porque será la comidilla, blanco de insultos y hasta el hazmerreír nuestro,
pues no tendremos duda de que su objetivo es utilizar nuestra fama y genialidad
para robarse los dineros que el gobierno y las entidades privadas casi le han
metido a la fuerza en los bolsillos para que nos atienda como nos merecemos las
estrellas mediáticas que somos.
Un anacronismo extremo:
Yo pensaba que
un encuentro de escritores era un evento al que se invitaban a unos pocos
intelectuales prestigiosos en este ramo, para que hicieran sus aportes a un
público ansioso por ese conocimiento, tanto que en algunos casos estábamos
dispuestos a pagar para tener derecho a recibirlo. Y ese público, pensaba yo, éramos
precisamente (por antonomasia) los literatos y uno que otro profesor,
estudiante y parroquiano despistado que llegara.
Una observación final:
He detectado que
estos encuentros se han convertido en unas reuniones de amigos, de roscas,
porque siempre vamos como “invitados” los mismos con nuestros aportes mínimos.
Pero, ajá, qué pueden hacer los organizadores pues, si no reparten entre la
mayor cantidad posible de escritores el esmirriado presupuesto que gestionan,
no tienen público y se les muere el evento, porque, si no lo hacen así, los poetas
y prosistas (que es el público natural) no asistimos. Esto da como resultado
que baja la calidad del evento pues no alcanza el dinero para traer a
escritores de renombre que realmente aporten conocimientos y reconocimiento. Y luego,
durante el desarrollo de la programación, ve uno a los organizadores arriando y
rogándonos a los escritores invitados para que entremos a los actos y sirvamos
como público, a pesar de que nos están pagando por nuestra presencia en el
evento.
Coletillas:
1. Imagínese que
usted organiza una fiesta para pasarla rico con sus amigos, y para poder contar
con asistentes a ella usted tiene no solo que buscar sillas, música, orquestas
(estos son los invitados famosos en este caso), etc., sino también darles los
pasajes, el hotel, para el taxi…, y además algo de platica para que lleven para
sus casas.
2. Dejo claro que a quienes se CONTRATA para un evento cultural, se les debe pagar, Y BIEN; solo que para merecerlo debe haberse forjado un nombre con calidad y persistencia, así como cuando CONTRATAMOS a una orquesta para que amenice una fiesta. Pero eso no quiere decir que si no me contratan no voy a ir a la fiesta aunque me inviten. Los músicos no contratados también van a divertirse, a saludar a los amigos, a mostrarse, a aprender y hasta a pedir un chancecito en la tarima. Recordemos que a Diomedes Díaz (EL GRANDE) lo echaban de las fiestas. Pero, perdón, nosotros los intelectuales no contratados para un encuentro no somos músicos, sino genios incomprendidos.
2. Dejo claro que a quienes se CONTRATA para un evento cultural, se les debe pagar, Y BIEN; solo que para merecerlo debe haberse forjado un nombre con calidad y persistencia, así como cuando CONTRATAMOS a una orquesta para que amenice una fiesta. Pero eso no quiere decir que si no me contratan no voy a ir a la fiesta aunque me inviten. Los músicos no contratados también van a divertirse, a saludar a los amigos, a mostrarse, a aprender y hasta a pedir un chancecito en la tarima. Recordemos que a Diomedes Díaz (EL GRANDE) lo echaban de las fiestas. Pero, perdón, nosotros los intelectuales no contratados para un encuentro no somos músicos, sino genios incomprendidos.