Por Nelson Castillo Pérez
Escritor, docente
universitario.
Esta novela no es
experimental. Su técnica quizás lo fue en el pasado. Ya antes William Faulkner
quiso decir algo sobre la condición humana y congregó una serie de monólogos
alrededor del hombre que tallaba un ataúd para alguien que se iba a morir. Esta
historia de Faulkner se titula Mientras
agonizo, cuyos recursos técnicos venían a su vez de Ulises, la famosa novela de
James Joyce. Más tarde, con la lealtad de un discípulo aventajado, tanto Naguib
Mahfuz como Gabriel García Márquez, sin mencionar a Virginia Woolf, siguieron
la estela: el primero escribiría la novela Miramar;
y el segundo, La hojarasca.
Ambas son novelas cuyos personajes tienen sus propios discursos que giran en
torno a un mismo motivo.
De modo que lo
experimental en la novela de Naudín Gracián es el método con el cual se
construyó la novela en la asignatura Didáctica de la Literatura, donde los
estudiantes en el aula de clase, bajo la paciente orientación del profesor, le
dieron rienda suelta a la creatividad. Un método de construcción colectiva, un
eficaz ejercicio de pedagogía.
En la década de los
setenta ya el escritor David Sánchez Juliao había utilizado el método de
investigación sociológica llamado IAP, Investigación, Acción y Participación,
en el que el investigador se integra y participa con los habitantes de una
región para construir colectivamente las ideas y establecer con objetividad la
esencia del motivo investigado. A través de esta metodología el escritor
cordobés escribió profundas historias testimoniales que reunió en un libro de
combate: Historias de Racamandaca.
La novela La senda de la muerte, como lo
dice el propio Naudin Gracián en la presentación del libro, es de su absoluta
autoría, con lo cual ratifica que la obra literaria, aunque su mecanismo
principal provenga de la realidad real, pertenece exclusivamente a la capacidad
creativa del escritor, quien la ficcionaliza, es decir, la hace seductora,
atractiva, mediante la sabia organización de los hechos, la elaboración de los
diálogos, y el uso apropiado del lenguaje.
La novela que hoy nos
ocupa, vista a grandes rasgos, presenta la historia de un adolescente
descarriado, Weimar Vélez, atrapado por la vida delincuencial del medio en que
vive, que es el profundo sur de la ciudad, cuyo final, por obvias razones, es
fatal, para sufrimiento propio y de los suyos.
La novela se desarrolla
mediante un contrapunteo discursivo que configura diferentes escenarios con sus
respectivos personajes frente un mismo motivo: Weimar Vélez.
Por una parte, entre
otros puntos de vista, un narrador omnisciente; por otro, soliloquios de
personajes que hacen parte orgánica de la trama, y por otro, la visión de un
académico que se propone a escribir un diario en torno a la vida que observa y
siente en el medio donde vive una temporada, que es el sur de la ciudad,
escenario en el que se mueven Weimar y los demás amigotes del parche. Un
pretexto, si se quiere, para hablar de la inseguridad social y del estado
lamentable de la pobreza y la mala educación que arroja a los jóvenes al mundo
de las drogas y a la delincuencia. Y detrás de todo, como la piltrafa de una
bandera ondeada por el viento de la derrota, el fracaso estruendoso del
capitalismo.