Por Naudín Gracián
Hablando con franqueza, los escritores e intelectuales en general del departamento de Córdoba compartimos en gran medida la tesis de que José Luis Garcés González le debe algo a la novela. No ha dado José Luis con el blanco exacto en esa clase de obras narrativas pues, aunque todas sus novelas tienen la contundencia rotunda de su prosa madura y firme, el resultado global como obra estética deja la sensación de que, como dicen los viejos, falta el centavo para el peso. Sin embargo, siempre nos deja con la fe intacta en que lo va a alcanzar, que va a encontrar la novela que merece su maestría.
En cuanto a su trabajo intelectual, ya son incuestionables sus aportes no sólo al saber del departamento sino de toda la costa norte colombiana e incluso del país, con investigaciones premiadas y celebradas en la nuestra y en otras naciones. Con respecto a su trabajo de gestión y de organización de eventos culturales, hace varios años que José Luis es el punto de referencia, el norte que sigue la brújula intelectual del país con respecto a Córdoba. Nada de estas cosas que se digan de este escritor plantea nada nuevo ni poco ventilado. Sin embargo, lo que quiero decir en esta oportunidad es algo que ya se sabe pero que se dice como con temor, como quien dice “a mí sí me parece, pero no sé si estoy equivocado”. Pues yo lo quiero decir con toda la seguridad: José Luis Garcés González es uno de los mejores cuentistas no sólo de Colombia, sino de América. En cada uno de sus libros de este género (Oscuras cronologías, Balada del amor final, Zahusta, Fernández y las ferocidades del vino…) encontramos cuentos magistrales, impactantes, que se constituyen en guantazos contundentes, según el decir de Cortázar; de manera que uno se pregunta por qué esos cuentos no aparecen en antologías latinoamericanas, cuando son mejores que algunos de los que aparecen en ellas. Recuerda uno títulos como El retorno triste de la memoria, Días negros como viejos hierros, Balada del amor final, También el amor se pudre, La última visita a papá, La noche alta y el titilar de las estrellas, entre otros, y concluye que este José Luis es un señor escritor de cuentos, en todo el peso de la palabra.
José Luis Garcés González |
Para alguien que tiene este punto de vista (y quien piense lo contrario deberá agarrarse firme sobre conocimientos cruciales de la literatura para imponer sus argumentos, a menos que sea movido sólo por envidia de la mala) la lectura de su nuevo libro, Aguacero contra los árboles, es la feliz confirmación de que no está equivocado. En este volumen, ganador del segundo concurso nacional de cuento de la Universidad Industrial de Santander, José Luis con su lenguaje rudo, económico y preciso, demuestra una vez más que en cuestiones cuentísticas sabe llevar las riendas. Encontramos en este libro pasajes que pueden ser susceptibles de discusión, pero textos como Angelita Berilio, Belisa, El celador, Amor recíproco y Las cosas que piensa la vida, son cuentos que sólo pueden ser cuajados por la mano de un maestro. En ellos el diálogo exacto, la descripción limpia, los apuntes y reflexiones precisos, la seriedad de la prosa y la estructura pertinente para que el resultado sea una obra estética que haga reflexionar sobre lo que somos, nos alegran de saber que contamos en el departamento de Córdoba con este narrador de respeto en cualquier parte. Saludamos, pues, con orgullo y mucho beneplácito, este Aguacero contra los árboles, el único que, dadas las características de los últimos inviernos, quisiéramos que hubiera la forma de que arropara a todo el país.
0 comentarios:
Publicar un comentario