Juan Marés, un potea que escrivive la peisoa

Hacía bastante tiempo no perdía el tiempo tan deliberada y oficiosamente. Lo hice leyendo a este potea de Juan Mares que no sé por qué siempre he pronunciado Marés. Yo leía e iba leyendo sin saber por qué, una sarta de haikús, galimatías, brincos, onomatopeyas, jitanjáforas, retahílas, relajos, ensayos, figuras, atrevimientos, bromas, irrespetos al lenguaje; poblados de pájaros, árboles, gente, ríos, frutas, animales de todo tipo… un hervidero de vida y de lenguaje rebosante y sin linderos; una selva remolina con los vientos enloquecidos por el descuido de Pandora. Y yo que soy tan racional a la hora de leer, que exijo rigurosidad y pulimento, sentido y mensaje, estructura y respeto, ¿qué hago leyendo esto que no va a ninguna parte porque conduce a todos lados? Pues, por el simple gozo de leer y jugar a encontrar por dónde va la cosa que en realidad viene y se zambulle.


Entre tanto me voy imaginando cómo será la charla de un tipo como éste, de un individuo que escribe de semejante manera tan frenética y sin frenos; cómo serán sus amigos, cómo lo verán sus detractores; y cómo enfrentará semejante extraño la cotidianidad más plana del desmanador de bananos que debe ser (vive en el Golfo de Urabá); y cómo será su mujer que se aguanta y goza (tiene que gozar para no suicidarse) a este loco sin madrina, transeúnte de la vida sobre el filo del desmadre.


Pero no va dando palos de ciego el muy ladino: vaya que si escribe y dice cosas, y hace descubrimientos, y teje el caos con simetría, y potea con la persistencia de un picapedrero que cincela con sus herramientas de agua, de pluma, de viento, puliendo la misma vida en sus textos que se salen de las posibilidades del lenguaje; porque, sí señores, aunque usted no lo crea porque no lo ha leído, a este tipo nuestro glorioso y multipremiado idioma con numerosos nobeles de literatura, le queda chiquito; sí, señor, no consigue aguantarle el paso este castellano o español demasiado enclenque y encalambrado (como dicen los antioqueños viejos), y entonces lo pone a enjaretafrasear; y como aun así no le da la talla, entonces hace un Poema para Pitágoras, todo en números (que no son castillanos sino indios, que no arábigos como nos enseñaron): un poema hecho con puros números… ¡habrase visto!


Definitivamente este tipo es su Masato del lenguaje: un personaje entrañable parido en sus textos, un niño real al que lo está matando una moto imaginaria. Aunque, pensándolo bien, este Juan Marés ya no tiene qué escalabrarse ya que perdió la cabeza de tanto luchar con la cordura para escrivivir su poesía en la que cada cola es una cabeza, pues tira piedras para todos lados sin dejar una sola palabra extraviada en su aparente sinrazón.



O quizá este Juan Mares no sea más que un tipo bonachón, común y corriente como cualquier Correa de apellido, al que a lo mejor ni volteamos a mirar si pasa a nuestro lado.





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