NAUDÍN GRACIÁN PETRO, UN NOVELISTA QUE JUEGA CON SUS PERSONAJES Y LECTORES

Por Inaldo Antonio Chávez

Inaldo Chávez

Como si de confundir la vida con la ficción se otorgaran licencias, habría alguien que se ganaría el derecho a mezclarlas con altura y responsabilidad. Ese entretejer cosas que nunca podríamos ubicar de un lado y otro. Ese dilema del “no sé dónde” y tampoco “ni sé que es”. Ese dilema de tiempo, modo y lugar que se convierte en la arcilla primigenia de la que se fabrican las cosas que después le ponemos nombres.
De por sí, hay licencias que la vida otorga para jugar con las piezas entregadas, con el arsenal de destinos sobre los cuales se puede disponer de ellos como en un rompecabezas universal; con todos nosotros a merced de un caprichoso dios al que se le antojan variaciones diarias en su carácter juguetón y mísero.
En cierta forma, esas son las variaciones, los desatinos y aciertos y las licencias que los escritores asumen cuando se entregan a su pasión: la buena escritura para la posteridad o la mala escritura para su piedad. Ese es el riesgo que corremos quienes intentamos construir un mundo paralelo que borre los límites entre la realidad mísera, mezquina y bella al mismo tiempo; y la ficción mísera, mezquina y bella de nuestros antojos.
¿A quién creerle? ¿Cómo creerle a un escritor? ¿Por qué debemos confiar en sus argumentos de construcción literaria? ¿Cuándo decidimos que un personaje, una trama o un “thriller” nos atrapen conscientemente? ¿Por qué un grupo de personajes atrapados en una caverna platónica nos puede conmover hasta seguirlos en su lastimera agonía? ¿Por qué permitimos que el escritor juegue con nosotros y nos dejamos joder con sus “saltimbanquis” literarios y no saber en cierta forma quién fue el que definió el destino de unos personajes? ¿Fueron los personajes los que manipularon al escritor? ¿Esperaba el escritor que un personaje distinto resultara sano y salvo de sus atrocidades creativas? ¿Los personajes rebasaron a su creador y decidieron jugarle una mala pasada y al final lo defraudan? Es decir, ¿los fuertes y con carácter sólido perecen? ¿Los débiles, cínicos y patológicamente desadaptados sobreviven para gloria de las bajezas humanas? Solo de pequeñas bestias es dicho comportamiento.
Dice Kundera (2005)[1], que el escritor Hermann Broch cuando “quiere centrarse en un personaje, capta ante todo su actitud esencial, para luego acercarse, progresivamente, a sus rasgos más particulares. De lo abstracto pasa a lo concreto.”
Yo me encontré en “Pequeñas Bestias” con personajes con esas características, no vale la pena mencionarlos, porque los lectores son los que tienen la obligación de conocerlos a su manera y de odiarlos o quererlos según su real y puerca gana. Lo que si les puedo advertir, es que asistirán a una encerrona onda y lironda que el autor escritor nos tiende a lo largo de las 129 páginas de la Novela.
¿Por qué diablos si a los que él encierra en la caverna, gruta o cueva son a un grupo de turistas de no se sabe dónde, tenemos que acompañarlos con su agonía perpetua, que es nuestra propia agonía como lector, y seguirle el juego al narrador omnisciente que a veces raya en lo cómico y trágico de la vida misma?¿Por qué permitimos que unos personajes que aparentan ser tan comunes y corrientes como los creó el escritor, se vuelven en medio de las circunstancias, ensayistas complejos sobre la vida y la muerte? ¿Cómo dejamos que esos personajes anodinos, simples y sobrios jueguen con nosotros los lectores? ¿Por qué sentimos cierta complicidad y admiración por esa parte oscura (como la cueva) que la mayoría de esos personajes deja salir como una inútil flama que no alumbrará sus caminos durante el recorrido hacia la nada? ¿Qué licencia tenía el escritor para matar a los buenos y dejar que sobrevivan los malos, los perversos y cínicos que sembrarán de felicidad a la tierra? ¿Con qué derecho tuerce juguetonamente con nuestra aberración por los finales felices?
Vale la pena entonces, regresar a Kundera (2005)[2] y caparle una anécdota sobre el célebre compositor ruso Igor Stravinski:
“Stravinski rompió para siempre su larga amistad con el director de Orquesta Ansermet porque éste quería recortar su ballet Juego de Cartas. Más tarde, el propio Stravinski vuelve sobre su Sinfonía para instrumentos de viento e introduce varias correcciones. Al enterarse, Anserment se indigna; no le gustan las correcciones y cuestiona el derecho de Stravinski a cambiar lo que ha escrito.
Tanto en el primero como en el segundo caso, la respuesta de Stravinski  es pertinente: ¡no es asunto suyo, amigo! ¡No se porte usted en mi obra como en su alcoba! Porque lo que ha creado el autor no les pertenece ni a su padre ni a su madre ni a su nación ni a la humanidad, sólo le pertenece a él solito, puede publicarlo cuando quiera y, si quiere, puede cambiarlo, corregirlo, alargarlo, acortarlo, arrojarlo a la taza y tirar de la cadena sin tener la mínima obligación de dar explicaciones a nadie.”
Yo creo que eso era todo lo que tenía que decir, por ahora, de la novela “Pequeñas Bestias”[3] y del novelista, Naudín Gracián Petro. Ah, por cierto, así se llama el escritor al que me acabo de referir desde las primeras líneas de esta presentación. Pido disculpas por el olvido.


[1] KUNDERA, Milan. El Telón. Ensayo en siete partes. Tusquet, Barcelona, 2005. P. 109.     
[2] Obra citada. P. 122.
[3]  GRACIAN PETRO, Naudín. Pequeñas Bestias. Novela finalista del Concurso Nacional de Novela Manuel Zapata Olivella. Ediciones Dunken, Argentina 2011. Ediciones El Tunel, Montería, 2011.


1 comentarios:

Liliana Isabel dijo...

que bonito este escrito para ti de Inaldo. Bello.

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