Por Roberto Núñez Pérez
Claro que habrá quienes digan que la Literatura no se puede enseñar y, en verdad, es cierto. Nadie puede enseñarle el amor a otro, salvo con el ejemplo. Yo no viví, lo confieso, en un ambiente literario, pero a mi madre le gustaba contarnos historias. Incluso, mi padre, nos contaba a mi hermana y a mí pésimos chistes; pero no importa, gracias a ello descubrí que las palabras no sólo sirven para comunicar, que no son meros objetos, simples sonidos, que en ellas va todo aquello que soñamos, sentimos, amamos, odiamos y echamos de menos.
Cuando entré a la primaria me encontré con profesores que, probablemente, poco o nada sabían de Literatura, pero me permitieron leer algunos poemas y cuentos que se quedaron grabados por siempre en mi corazón. Nunca olvidaré los textos de Marinero en Tierra de Rafael Alberti o romanceros tan maravillosos como Camina la Virgen pura, camina para Belén…
Al llegar al bachillerato me encontré con excelentes profesores. Recuerdo con cariño y admiración a Héctor Pacheco, con quien leí muchos textos y nunca me obligó a leer texto alguno; quien ayudó a profundizar en mí el amor por la Literatura.
En la Universidad me encontré con un gran escritor que, como en la mayoría de los casos, ha sido poco valorado tanto a nivel regional como nacional: Ramón Molinares Sarmiento, autor de El saxofón del cautivoy Un hombre destinado a mentir. Con él debí trabajar varios cursos, entre ellos Literatura Latinoamericana y Literatura Francesa. Recuerdo que el profesor Molinares permitió que armara mi propia lista de libros a leer.
Hoy, la mayoría de nuestras escuelas no tienen quien lleve a los muchachos textos literarios. Diría que los docentes poco saben de Literatura, pero eso, aunque grave, no lo es tanto. Al fin y al cabo nuestros maestros de primaria poco sabían de este arte. Los maestros de bachillerato y la universidad tenían conocimientos más profundos. Sin embargo, de nada les hubiera servido ese saber sino hubieran llevado consigo el mismo secreto que sus colegas de primaria: el amor por las palabras.
Hoy no nos interesa sino “fabricar” muchachos y muchachas para el mercado, para que hagan parte de la gran máquina capitalista. Cuando vemos las cosas así creemos que el arte, si no se convierte en mercancía, no sirve para nada. Se ignora que las artes, y muy especialmente la Literatura, son lo más humano que tenemos. Pero lo humano es inútil en la sociedad de consumo.
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