El escritor Hermínsul Jiménez |
Y otras ficciones, es el subtítulo del
libro El dios ebrio de Hermínsul
Jiménez Mahecha. Llamo la atención sobre el subtítulo porque es a él que debe
remitirse el lector al acercarse a esta obra publicada por Común Presencia Editores,
en la colección Los conjurados, ya que la palabra ficciones es la que mejor describe el contenido de sus textos.
Está
conformado este libro por 41 relatos cortos agrupados en dos partes:
Intertextos y Entretiempos. La primera parte, como su nombre lo indica, se
trata principalmente de recreaciones o variaciones de situaciones planteadas en
otros textos, principalmente clásicos. En la segunda aparecen relatos un poco
más locales, algunos de los cuales
tienen origen anecdótico.
A
Hermínsul, quizá signado por su mismo nombre, le gusta jugar con el vocabulario
de resonancias antiguas. Ionesquina, grácil, desnudarla de sus tersuras, Kyros,
Tántalos, arkhilugio, jacerina, sorites, son términos que dan cuenta de esta
tendencia suya. Su forma de expresarse da un ribete categórico de verdad, de
seriedad a lo que narra aunque en el fondo sea liviano y algunas veces hasta
juguetón e irónico. De pronto salta a la cara del lector una frase singular:
“el hombre abrió las dos hojas de la puerta de su casa y se le vino encima el
azul intenso, despejado”, o “Hay personas que se quedan alojadas en la memoria
de otras por algún pequeño milagro, una frase graciosa o chocante que marca una
huella en el tiempo”; o una pregunta desconcertante en boca de una niña
(“cuando Adán fue creado, ¿nació niño como todos nosotros o ya era un hombre
adulto?) o en la de un viejo (“y tú, ¿todavía tienes corazón?”); o una anécdota
terrible tras la apariencia de una trivial como la del niño que se salva a sí
mismo y a su hermanito, de los asesinos que en la otra pieza degüellan a sus
padres, dándole a mamar su tetilla inútil; o la terrible capacidad de crueldad
de la inocencia cuando una niña trata de avisarle al asesino de una película
dónde está escondida la víctima que busca; o esta ironía de persona de muy mala
leche: “con la suavidad de una flor de cemento que cae en una mano
desprevenida, el muchacho le dijo: ―Papá, se está derrumbando la casa”, o el
colmo: un cuento sin historia, un relato sin anécdota, alrededor de nada para
contar.
En
fin, este es un libro que se deja leer, que se hace leer, que se justifica leer
por muy variadas razones.
(Acá
entre nos, si entiendes todos sus relatos te comunicas conmigo para que me
hagas el favor de explicarme algunos que me dejaron viendo un chispero. Porque,
incluso aquellos que no entendí, este tipo los cuenta de una manera tan seria
que uno queda convencido de que se trata de algo importante).
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