Por Naudín Gracián
En la Universidad Central de Bogotá, dirigido
por el reconocido escritor y docente Isaías Peña Gutiérrez, existe hace más de
30 años el Taller de Escritores de la Universidad Central (TEUC), el cual se
disputa con el de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín el honor de ser el
más antiguo e ininterrumpido taller de escritores del país. Por ambos espacios
han pasado, como aprendices (algunos por más tiempo que otros), muchos de los
escritores que hoy engalanan las letras de Colombia por sus reconocimientos y
la importancia de sus publicaciones, como Jorge Franco Ramos, Luis Fernando
Macías, Libardo Porras, Nahum Montt, Juan Álvarez, Manuel Rincón, Gloria Inés
Peláez, Pablo Montoya Campuzano, entre muchos otros.
Hace unos pocos años la Universidad Central
ha implementado un certamen literario con el fin de promover la lectura de las
obras que se cuecen en su taller y de medir su calidad frente a la producción
literaria nacional. Se trata de un concurso de cuentos y otro de novela corta
que desde 2008 tiene carácter nacional, o sea que en él participan escritores
de todo el país aunque no hayan pertenecido al taller.
Recientemente he leído las tres novelas
premiadas hasta ahora en este certamen, en su versión nacional, obras que
debería conocer el país pues este concurso se ha distinguido por contactar para
jurados a excelentes escritores (Evelio Rosero, Nahum Montt, Alberto Duque,
Lina María Pérez, Ricardo Silva, entre otros), lo cual es garantía de que las
obras premiadas tienen, por lo menos, un mínimo aceptable de calidad.
Hot hot Bogotá
Autora: Alejandra López González
130 páginas
Premio nacional de novela corta 2008
Se retrata en esta novela el mundo de los
ricos: banalidades, drogas, sexo, cuernos, marihuana, moteles, traiciones,
falta de valores, de objetivos en la vida de sus protagonistas; desprecio por
la ética y la moral; gente con su situación económica definida o que se le
define fácilmente porque sus empresas no tienen problemas, sus trabajos tienen
suficientes clientes (y por eso sus vidas y dolores giran exclusivamente
alrededor de asuntos personalísimos); nunca están entre sus preocupaciones con
qué van a comer o a vestir, cómo conseguir para el pasaje (ni siquiera cuando
el viaje es para otros países), hasta el punto de que la visa, una de las cosas
que más ponen a sufrir a los colombianos, se las consiguen sus agencias de
viajes; son celebridades: es a través de la televisión y las revistas que se
enteran de los amores de sus amigos y amantes... En fin, todo lo económico les es fácil, fluido,
sin contratiempos. Su única fuente de dolor y frustración son sus relaciones
amorosas, algo que no es poca cosa, pero si a eso se le agregan las afugias
económicas, las frustraciones ante los sueños irrealizados, la lucha por
conseguir lo mínimo para sobrevivir, que es lo que vive el resto de personas
(los no ricos), el drama es mayor.
No obstante, en esta novela todo eso está atravesado
por la realidad dolorosa del país: fosas comunes, desapariciones, crueldades…,
pero como está narrada desde el punto de vista de una mujer rica, esa realidad
parece algo ficticia, lejana, poco trascendente, hasta que al final también la
narradora es atropellada por la barbarie.
Tiene esta novela una estructura sencilla (es
simplemente la confección del mundo de la protagonista y de sus amigas con sus
maridos y amantes), un ritmo vertiginoso y un lenguaje fluido que hacen que su
lectura sea agradable, rápida y entretenida.
Notas de inframundo
Autor: Alejandro Cortés González
110 páginas
Premio nacional de novela corta 2009
Lo más sobresaliente de esta novela es su lenguaje
ágil, escueto, sin pretensiones literarias, como si el autor planteara: “Lo que
sucedió fue esto y punto, así que dejémonos de literaturadas”. Sólo tiene un
lunar en el cual el escritor parece tener la intensión de “hacer literatura”:
cuando en el capítulo tres diversifica la narración y la presenta como un guión
de cine.
Esta novela tiene estructura policiaca (pero
no lo es porque, como dice un teórico: si en una novela el protagonista no es
un policía, entonces no es policiaca), de misterio por resolver que hala (o
empuja) al lector a seguir leyendo para saber en qué termina aquello, lo cual
la hace muy interesante. Se va desenvolviendo como una serpiente a la que uno
le busca (con afán bien justificado) la cabeza. Y, cuando se acabó la anécdota,
se acabó la novela: el narrador no tiene más nada que decir y no tiene necesidad
de inventar más nada. Es una novela redonda y uniforme, sin altibajos ni cabos
sueltos ni titubeos, como no se acostumbran ahora, pues la moda actual es hacer
historias con saltos, con capítulos sin conexión, como para que el lector, si
quiere y puede, los acomode donde quiera; muchas veces sin unidad sino un
revoltijo de anécdotas que construyen una atmósfera alrededor de unos
personajes o de unas situaciones. Al respecto, recuerdo que hace un tiempo un
autor exitoso del momento me regaló una novela suya de la que le hice caer en
cuenta que estaba mal editada porque le faltaban algunas páginas, y me dijo:
“No importa. Lee lo que está bueno”. Me maravilló aquello porque tengo la idea
de que el autor se jode tremendamente la vida tratando de darle la coherencia,
el rito y el tono preciso y único a su creación. Pero, bueno, de todo se ve en
la viña del Señor.
No sé si puedo decir que Notas de inframundo es una buena novela, pero, en todo caso, su
autor es alguien que respeta el lenguaje, el tema y al lector. Y esos tres
elementos juntos en una obra es algo muy diciente de su calidad.
La soledad del dromedario
Autor: Daniel Villabón Borja
140 páginas
Premio nacional de novela corta 2010
No podría decir sino que es, junto con El necrófilo, de Gabrielle Wittkop, la
novela más extraña que he leído. Gira esta historia alrededor de un único
personaje, de manera que cuando menciona a otros, dice de ellos sólo lo que
afecta al protagonista, sin que se definan de dónde vienen ni para dónde siguen
luego de su contacto con él. Se maneja en ella un ambiente oscuro y un tono
gótico, propicio para sucesos de espanto, lo cual no sucede a lo largo de la
historia, pero al final a uno le queda la sensación de que leyó algo espantoso,
no por lo malo, sino por la atmósfera. Uno no termina de saber si esta obra es
infantil, de terror, psicológica, erótica, maligna, sutil o burda, armónica o
inarmónica, si lo que narra es natural o inadmisible. En la nota que le hace
Jorge Eliécer Pardo en la contracarátula deja ver su extrañamiento ante su
lectura: “Uno termina entendiendo que más que un esperpento es una gran obra de
arte”. En otras palabras, Pardo da a entender lo que elucubraba yo mientras
avanzaba en la lectura: “Bueno, esto es un hallazgo o una obra malograda; el
autor la concibió así o no alcanzó su propósito. No sé, pero lo cierto es que
este libro es una vaina singularmente rara”.
Cuento, más que novela (podía haber cabido
bien en 40 páginas), al final desvaría un poco, cuando ya se han acabado las
dos anécdotas alrededor de las cuales gira el relato: el cumpleaños de una niña
al que ha sido invitado el personaje, y el festejo de su propio cumpleaños.
Lenguaje preciso y minucioso, tema extraño,
manejo del claroscuro, final débil estéticamente hablando, personaje bien
creado e inolvidable; todo eso hace de La
soledad del dromedario un relato que no pasa desapercibido para el lector.
Con seguridad por eso le dieron el premio.
En estas tres novelas hay coincidencias muy
precisas. Primera: sus autores han sido formados en talleres de literatura: los
tres han hecho parte de la Red Nacional de Talleres de Literatura (otros dicen
de escritura creativa) del Ministerio de Cultura (antes RENATA, hoy RELATA), y
dos de ellos del Taller de Escritores de la Universidad Central (TEUC), el que
organiza el certamen que los premió. Segunda: en las tres el sexo es muy
importante, determinante, y se muestra de una forma descarnada, casi obscena.
Tercera: en las tres se nota el taller, o sea un lenguaje cuidado, buen
desarrollo de los personajes, minuciosa exploración de las situaciones,
aplicación de una técnica narrativa cuidada, un narrador bien definido. Y otra
coincidencia, muy importante: puede que no sean grandes obras de arte, pero las
tres garantizan una lectura sabrosa.
Nota. Este texto fue escrito en 2010. Luego se han premiado en este concurso otras obras que no conozco.
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