Socialización del libro Con el perdón de los árboles en Montelíbano

En el auditorio del Sindicato de los trabajadores de Cerro Matoso se llevó a cabo el martes 29 de mayo de 2012 la socialización del libro Con el Perdón de los árboles con más de 150 estudiantes de las instituciones educativas San Jorge y Belén de Montelíbano.




Este evento se logró gracias a la organización de los docentes Gustavo González, Harold Arroyo y Gregorio Acosta de esa localidad, quienes realizaron un proceso de lectura y análisis de esa obra con sus estudiantes.




Para los escritores fue de grata sorpresa encontrar que todos los estudiantes presentes no sólo tenían el libro en la mano sino también que lo habían leído apasionadamente, lo cual se evidenció en la abrumadora cantidad de preguntas que les hicieron.


Los miembros del Taller Literario Raúl Gómez Jattin que estuvieron en el sitio fueron Fanor Martínez, Carmen Pérez, Marisol Correa, Elkin Herrera y Naudín Gracián, quienes fueron entrevistados por los canales locales Montevisión y Telemontelíbano.




Al final del evento los estudiantes se acercaron con sus respectivos ejemplares del libro para que los coautores de los firmaran.



Otro cuento de "Con el perdón de los árboles" en la prensa

En la edición del 27 de mayo de 2012 apareció otro de los textos del libro Con el perdón de los árboles. Se trata del cuento Carne violada de Calixto Acosta (Montelíbano, Córdoba, 1985). Licenciado en Lengua Castellana de la Universidad de Córdoba. Actualmente es docente en la institución educativa Gimnasio Vallegrande. Es integrante del taller literario Raúl Gómez Jattin  desde el año 2008. Coautor de la novela Las razones de Teresa (2003), del libro de poemas A cinco voces (2009), y del libro de minificciones Instantes de vida (2009).
“Escribo porque después de exponer el corazón ante el horror, ante una sonrisa, ante un día de invierno o un día soleado, me parecería inútil que no quedara ninguna huella de sus palpitaciones. Escribo para seguir la tradición de nombrarnos y de conocernos, para intentar seguir los pasos de los grandes escritores que merodean a diario en mis pensamientos, como ángeles cotidianos”.

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Lanzamiento del libro Yo, Raúl en Cereté

El viernes 25 de mayo, como parte de la celebración de la memoria del gran poeta Raúl Gómez Jattin, quien nació y murió en dicho mes (22 y 31), el centro cultural de Cereté, Córdoba, Colombia, el cual lleva su nombre, presentó la obra Yo, Raúl, del profesor y escritor Rubén Darío Otálvaro. A la organización de este evento se sumaron la Universidad de Córdoba y la editorial Zenú, ambas instituciones coeditoras del libro.


A este acto se hizo presente un importante número de personas, con lleno total del recinto, cosa que no es nada común en esta localidad. Hiceron acto de presencia personalidades como la Secretaria de Cultura de Córdoba, antropóloga Blanca Muñoz, el Director del Fondo Mixto de Sucre, Doctor y escritor José Luis González, la Lic. Lenna Reza García, exdirectora del centro cultural anfitrión, el escritor Antonio Mora Vélez, el pintor Alfredo Torres, y una larga lista de reconocidos funcionarios, personalidades y artistas de la región.


Yo, Raúl es un libro de ensayos sobre la obra de Raúl Gómez Jattin cuyo objetivo es brindarle herramientas al lector para que se acerque a la obra de tan importante juglar de una manera más iluminada y de ese modo tenga herramientas para disfrutarla más.

Una canción vallenata del montón


Por Naudín Gracián

“Como yerba fui y no me fumaron”
Raúl Gómez Jattin

Cuando era adolescente la cantaba por pedazos (lo recuerdo), porque el dolor de no ser lo que se quiere ser, el temor a que la vida no esté de nuestra parte, parece que nace con ciertas personas. Aunque no me la sabía, aunque no la había comprendido en su globalidad (ahora me doy cuenta de ello), y aunque no podía cantarla porque en una parte su melodía es tan alta que “el gallo” no falla si un mortal común intenta interpretarla, me gustaba porque hablaba de alguien frustrado sin ser culpable de ello; y porque mencionaba a la Guajira, una tierra que sólo se necesita conocerla para amarla para siempre.
Durante muchos años la olvidé, tal vez porque, obnubilado en la lucha por conseguir un lugar en el mundo, no estaba para canciones que hablaran de frustraciones debidas a que la vida lo dispone así. Pero con la llegada de los cuarenta (una edad en la que cuando era joven creí ser famoso o suicidarme) uno empieza a recapitular. Y, poco a poco, verso a verso, recuerdo a recuerdo, la canción La vida y yo, interpretada por Los Betos, volvió a instalarse en mí.
La vida y yo es una frase que en sí misma, a nosotros los que pretendimos ser algo más allá de lo que quizás nos fue dado por la naturaleza (no es mi intención blasfemar), nos introduce en el dolor. Desde que empecé a asomarme a la conciencia de lo que es el mundo, he visto a La Vida (con mayúscula) como a una señora señorona, conspicua, despectiva, remilgada, que me mira de soslayo, que pasa por mi lado arrojándome su influjo, como diciéndome: “Nada que ver contigo”. Y siento que esa señora hace lo que le da la gana conmigo, sin consultármelo, sin evaluar mi conveniencia, incluso sin voltearme a ver siquiera, pero nunca dentro de su “loqueledalagana” están mis sueños. Por eso me gusta mucho el poema Poetas del olvido de Luis Fernando Macías cuando dice: “Dejamos rastros/ de carne y de sangre/ en los latidos/ de los versos. (…) pero en todos los cajones/ resquicios y escondrijos/ encontramos el olvido…/ La poesía/ que no quiere venir a nuestros versos/ nos sigue/ paso a paso/ en cada acto/ invisible/ ante los ojos”. La Poesía de la que habla Macías es La Vida para mí. La verdadera Vida, no la sobrevivencia. No confundamos.
Roberto Calderón Cujía
“Nació el muchacho entre guitarras y acordeón / Y enseguida la región / Le dio el acento guajiro”, canta Beto Zabaleta. Nació un niño con la felicidad disponible desde la punta de sus pies hasta el horizonte visible: rodeado de música, de alegría, de una cultura rica, con una identidad orgullosa con motivos. “Y desde entonces la desértica región / Nuevamente floreció / Al compás de un bombardino / El cual mi viejo tocaba en su tiempo / De él llevamos la herencia musical / Él se enguayaba si oye un porro viejo / Un buen bolero / Hombe, y la creciente del Cesar”. Qué buen retrato de la alegría: ¡una región desértica que florece gracias al empuje de la felicidad de un hombre que toca su bombardino porque acaba de nacer su hijo! ¡Qué bello! Y no es un hombre prístino, sino uno sensible, soñador, amante de su prole, de su cultura, de la vida. Mi padre. El de todos, ya sea porque es así, o porque lo fue, o porque quisiéramos que hubiese sido así. “El hijo siguió su sendero / Como una cosa natural / Todo el mundo le dice Beto / La adoración de mi mamá. / Y así el muchacho fue creciendo / Teniendo como base este folclor / Su guitarra aprendió”. No hay duda de que el hogar florece con la existencia de ese hijo, que es bueno, que va encaminado por los mejores sueños de sus padres. Pero… ¡qué desgracia los “peros”! Como en las historias decimonónicas, ese equilibrio paradisíaco planteado al principio es presagio ineluctable de tragedias; es la plataforma, alta, muy alta, desde la cual se desbarranca el ser. Y así una piedra se atraviesa en la perfecta pista de hielo por la que se desplaza aquella vida: una piedra cae en el estanque de aguas diamantinas en reposo: “La suerte lo engañó, qué vaina / Su guitarra quedó callada / Un accidente es la causa”. Aquí el narrador-compositor corta la secuencia, porque quiere dejar el suspenso para la próxima estrofa. ¡Qué le pasó al muchacho? Entonces mete el coro, un coro que salta muy adelante en el tiempo para decir: “Pero la vida tiene reveces / Ay, que a veces / Ay, que a veces…”. La vida tiene golpes tales que… uno no sabe ni qué decir. Pero… “Yo lo he visto reír de mañanita / Yo lo he visto reír. / Ya no puede tocar de madrugada /Ya no puede tocar /Pero puede cantar / Claro que no es igual [a] cuando tocaba / De tanto que lo quiero, me enguayaba”. Y entonces uno trae a la memoria a Licho, el cuento de Jairo Mercado Romero en el cual un hombre viejo abraza a su hermano mientras le recuerda en voz alta su vida de retrasado mental, convertido en el hazmerreír del pueblo que lo acosa y apedrea por el simple pecado de no saber hablar y de ser un niño perenne en un cuerpo de viejo; y al final del cuento ambos mueren abrazados, y entonces el “normal”, al entrar al cielo, le dice a su hermano: “Habla, Licho, habla por todo lo que no pudiste hablar en la vida”. ¿Será algo así lo que relata esta canción?, se pregunta uno en este punto.
Entonces empieza la segunda estrofa: “Pero la suerte está teñida de color / El negro que es el dolor / Y el verde que es la esperanza”. El narrador vuelve al momento enseguida del accidente, sin que nos diga qué fue lo que sucedió, porque no es importante. Lo trascendental son las consecuencias de aquel suceso. Como en la segunda etapa de lo que se conoce como “Novela de La Violencia” en Colombia, cuyos escritores dejaron de retratar descarnadamente el carnaval de horrores que se dieron en esa época vergonzosa del país (tan vergonzosa que sus causantes, la clase poderosa, han tratado de minimizarla, de borrarla de los manuales de historia, de reducirla a producto de la mente afiebrada de los escritores) para dedicarse al estudio y exposición de sus consecuencias en el ser; así en esta canción se obvia la descripción descarnada del accidente para decirnos que el muchacho quedó vivo, rodeado de un tremendo dolor y de una gran esperanza por parte de sus familiares que velaban su lecho casi de muerte. “Tanto sufrir y nunca hacía la distinción / Si había luna o si había sol / Si era sábado o domingo. Las nubes pasan pero se detienen / Como que quiere’ y no quieren correr”. Qué forma tan poética de decir que el tiempo se detuvo para aquella familia, inmóvil en el punto de equilibrio entre la vida y la muerte de aquel joven singular. Hasta que… “En la balanza se jugó su suerte / Bien lo merece / La vida se inclinó con él”. ¡Se salvó el muchacho! Y empezó a convalecer “Como buscando una respuesta / Al caminar quería correr / Y así cumplir con la promesa / Que le ofreció a san Rafael”. Y entonces, poco a poco, la vida volvió a acomodarse: “De dos amores que tenía / La que no era sincera se alejó”. El dolor de la realidad se va decantando. Pero luego el tiempo va acomodando todo, y, como dicen los viejos, en viaje largo se arreglan las cargas: “Pero al tiempo volvió. /Es tarde para usted, mi dama/ A mi lado está su paisana / Si quiere pasa y se marcha”. Retorna el equilibrio, pero un equilibrio por lo bajo, dolorosamente resignado, en el cual (el coro vuelve a recordárnoslo) el muchacho no pudo volver a tocar: toda esa posibilidad de gloria y alegrías quedó sepultada para siempre. A veces, en la madrugada, canta, pero ya no es igual; y entonces el narrador sufre al verle sus ansias frustradas.
Marín, Calderón, Manjarrez, quizás otro la escribió basado en su vida, en la de un amigo, en la de alguien que le contaron. Quien la haya escrito deja de ser importante, porque canciones como ésta se meten en la sangre del pueblo, cumpliendo lo que dijo Borges que es el ideal del arte verdadero: ser anónimas. Porque las obras de autor desconocido son las que permanecen en la historia por su solo peso, sin que nadie haga nada ni tenga interés en popularizarlas; son las que el pueblo hace suyas porque el autor logró construir una obra tan universal que todos pueden considerarse dueños de ella. La canción La vida y yo es la metáfora de los que creímos poder volar (todo joven es soñador) pero que terminamos resignados a ser terrestres, cuando no a sobrevivir en el lodo.

Lanzamiento del libro La gordita del Tropicana

Ante un considerable número de amigos y admiradores el escritor Antonio Mora Vélez presentó su libro de cuentos La gordita del Tropicana. Esto se llevó a cabo en la noche del 18 de mayo de 2012 en el auditorio de la Universidad Cecar de Montería.


Antonio Mora Vélez
Se trata de un libro constituido por 21 cuentos de corte realista (primero de esta vertiente en la carrera literaria de este escritor reconocido como autor de ciencia ficción), prologado por Carlos Orlando Pardo.


El escritor e investigador José Serrano leyó un texto como presentación del volumen, luego el autor leyó algunos cuentos, compartió en un diálogo con el público, y finalmente los asistentes disfrutaron de un cóctel.

Palabras livianas y en serio, sobre Árbol del paraíso


Unas palabras un poco livianas, pero en serio, sobre la antología de cuentos Árbol del paraíso, recientemente publicada por Común Presencia Editores y Libro de Arena, Bogotá, abril de 2012, 180 páginas.

El milagro inesperado (prólogo) de Iván Beltrán: un poco recargado de nombres y de erudición (“de qué material indestructible y sutil están fabricados los escritores que, entre las posibilidades habidas, eligen el azar y la contingencia temeraria de este inaprehensible género, y que, antes de enseñorearse en la planeación de prometeicos y fatigosos proyectos…”). Al final es más digerible pero, en todo caso, hay muchos nombres y erudición. Algo consuetudinario en los prólogos; por eso casi nunca los leo.

Carlos Castillo: Su prosa es fuerte, sin titubeos, limpia; maneja con propiedad la trama y tiene la capacidad de involucrar al lector en su pequeña temporada en el infierno de un escritor (un ser cualquiera) atrapado en su mediocridad. No en vano es un reconocido director de talleres literarios.

Andrés Mauricio Muñoz: Es un narrador nato, casi un notario que domina el paisaje desde un atalaya. Su carrera especial es un ejercicio afortunado de cambio de focalizador bien ensamblando. Queda en la memoria.

Henry Arturo Linares: logra la minucia pero le falta brillo, quizá el puñetazo en la cara que aconseja Cortázar. A lo mejor lo que sucede es que Cortázar ya es obsoleto. ¿Será?

Claudia R. Niño: Ésta tiene una atalaya dentro de ella misma. También mira la sociedad con dolor, quizá con rabia. Y narra bien.

Luis Enrique Izquierdo: Su texto parece una novela (¿guión cinematográfico?) inacabado. Narra bien aunque, a mi gusto, se queda en la epidermis, o sea que está en lo correcto según la moda.

Daniel Ramírez: Impresiona, sorprende, se hace recordar. Sus imperfecciones son un juego que hace sonreír y su bailarina mira bien, muy bien, adentro y afuera.

Diego Ávila Jacobo: ¡Qué extraño!, ¿escatológico?, ¿grotesco? En todo caso impresiona, se hace leer el tipo.

Mario Reyes Becerra: Es ante todo un cronista de mala leche (¿se puede decir?), casi un panfletario. Para mí, faltó engrudo, tal vez también estuco.

Julio Medrano: No sé de estas escrituras ¿automáticas? Me declaro indiferente, tal vez analfabeta sin arrepentimiento en cuanto a estas literaturas. He leído algo de ellas, suficiente para decir lo ya dicho.

Beatriz Eugenia Camacho: Parece evidente que su texto es un aparte de una “novela moderna”, o tal vez postmoderna.  Ve, observa, pinta, denuncia y se preocupa por la realidad. Narra bien, convincentemente. Lleva al lector agarrado por la corbata o el cabestro.

Antologados en el lanzamiento en la Filbo 2012
Jorge Chaparro Africano: Sus ovejas y lobos lo involucran a uno en su atmósfera, porque el tipo sabe narrar como un buen director de cine. Carlos Gaviria quizá nunca sabrá que este Chaparro estuvo a milímetros de darle piso. Me atrevería a aseverar, sin conocerlo, que el tipo es cinéfilo, o cinéfago. Con seguridad sabe de alguien llamado Hitchcock.

Susan Halliday: Esta tipa también es amante del cine de suspenso, y está bien que lo sea pues sabe utilizar su pasión al narrar. Uno sonríe cuando lo suelta, o sea cuando pone el punto final. No todos pueden decir eso o no de todos se puede decir eso.

Jhon Jairo Zuluaga: También Cinéfilo el tipo, y cortazariano.  Conmigo no tuvo mucho éxito. Quizá eso sea una prueba de que es bueno. Tal vez.

Maribel García Morales: ¡Qué cosas! No me llegó: en cada cuento me pareció que siempre faltaba el centavo para el peso, aunque tiene los 99 centavos. Su Penélope y su Frida me guiñaron un ojo y me hicieron sonreír.

Luis Antonio Rodríguez: Es un malnacido socarrón, diría el casicaudillo si supiera leer. Lleva bien la cosa el tipo; juega, se burla, y hace odiar un poco más lo torpes que somos. Aunque pareciera tener una imaginación febril, en realidad es un cronista, también con mala leche, certero. Pär Fabien Lagerkvist le sonreiría.

Naudín Gracián: Quisiera poder decir de este autor que es la nueva revelación de las letras colombianas, la tapa de la lápida literaria de García Márquez, inminente premio Nobel de literatura, lo único que permanecerá en la historia de las letras latinoamericanas. pero prefiero declararme impedido para opinar sobre él bajo el temor de ser acusado de tráfico de intereses y de autopublicidad engañosa. Además, acá entre nos, no suelo tenerle mucha fe a lo que este señor escribe.

Árbol del paraíso, una antología variopinta que pinta bien. Es motivo de orgullo para mí aparecer en ella.

Es aconsejable visitar:


Cuento "Deseo" del libro "Con el perdón de los árboles" en El Meridiano Cultural

De nuevo es reseñado el libro Con el perdón de los árboles en la prensa nacional.


Los periódicos Al Día y El Meridiano de Córdoba habían registrado en su momento el lanzamiento de este libro, y ahora El Meridiano Cultural dedica una página de su edición del 6 me mayo a presentar el cuento Deseo de Ladys Lemas aparecido en este volumen.


Favor ver: http://cultural.elmeridianodecordoba.com.co/component/content/article/2-lo-nuevo/377-ia-participar-cuentistas.html

Visita del Taller Raúl Gómez Jattin a Sincelejo

Algunos miembros del taller literario Raúl Gómez Jattin de Cereté asistieron el sábado 5 de mayo en Sincelejo al taller brindado por el prestigioso escritor argentino Pablo Ramos.

El laureado autor habló de sus claves y métodos para escribir, sobre algo que él denomina "el punto de no retorno" del cuento, y de sus novelas.

En primer plano el escritor argentino Pablo Ramos
Los escritores cordobeses presentaron a los asistentes su libro de cuentos Con el perdón de los árboles, leyeron fragmentos de sus textos, escucharon los comentarios, respondieron preguntas, recibieron felicitaciones por la calidad del libro y vendieron algunos ejemplares.

Esto se llevó a cabo en la visita del escritor Pablo Ramos al taller Páginas de Agua, dirigido por Alejandra García dentro del apoyo del Ministerio de Cultura al programa de los talleres de escritura creativa denominado Relata.

Asistieron por el taller Raúl Gómez Jattin Juan José Pacheco, Marisol Correa, Elkin Herrera, Ignacio Izquierdo y Naudín Gracián.

De esta manera este colectivo sigue con su tarea de dar a conocer el talento de los jóvenes cordobeses en el arte literario.

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