Por Naudín Gracián
Este texto lo escribí cuando acababa de aparecer el libro del que trata,
y cuando aún David no era mi amigo.
Una de las grandes preocupaciones
de la literatura contemporánea es justificar su existencia para un lector cada
vez más acorralado por los problemas reales de la vida real. Muy atrás ha
quedado la época de “el arte por el arte”, aplastada por un aceleramiento tan súbito
que ha hecho aseverar que la humanidad se ha desarrollado más en los últimos 50
años que en los 5 siglos anteriores.
La revolución de las
comunicaciones y su consecuente efecto de poner la ciencia y el conocimiento al
alcance de la mayoría de la población mundial, ha traído como resultado una
carrera vertiginosa y obligatoria para aprovechar todas las energías y tiempo
en la búsqueda del bienestar personal y colectivo. Quien se queda del saber,
minimiza sus posibilidades. Esto ha influido tremendamente en la literatura, en
su lucha por sobrevivir, ahora que está enfrentada a una gran oferta de libros
de tecnología y de instrucciones prácticas para la vida cotidiana o para el
desempeño laboral. De ahí que cada día sea mayor la oferta de obras que
intentan ayudar al público para que vea más claramente el mundo que lo rodea, y
así halle con mayor confiabilidad la manera de superar los escollos de la vida
diaria.
De la anterior postura se deriva
que la literatura actual, antes que entretener al lector o demostrar las
grandes posibilidades de la lengua (belleza, elegancia, connotación, ritmo, etc.),
está cada día más fundamentada en posturas filosóficas y sociales, o tiene
intenciones más directas como presentar problemas reales con un sentido
terrestre de las cosas. En esa línea están los libros de Savater, Hawking,
Cohelo, Huxley y casi toda la narrativa actual “de ficción” (como la denominan
los norteamericanos), pues vemos que, antes que contar historias particularmente
entretenidas, ahora suelen presentar asuntos universalmente válidos, o sea que
la anécdota de la obra es más bien un pretexto del autor para dar a conocer sus
posturas, teorías y reflexiones sobre la sociedad, la filosofía y la humanidad
en general.
En concordancia con este
postulado, está la más reciente producción literaria del aclamado escritor
colombiano David Sánchez Juliao, recientemente galardonado, junto a Manuel
Zapata Olivella, con un doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad de
Córdoba. “Memorias de un viajero que
quiso ser alcatraz” es un libro que, escudado tras la apariencia de un
anecdotario inocentón, en realidad es una verdadera cátedra de análisis de lo
humano. La intención de David Sánchez Juliao en este libro es mostrar al lector
la validez de cada cultura que trata a través de sus anécdotas, algunas de las
cuales parecen simples pero en realidad son una excusa para retratar una forma
de hombre, una manera particular y precisa de ver el mundo. Así vemos que uno
de los grandes logros de Sánchez Juliao en este libro es su capacidad de
maravillamiento ante las cosas sencillas, para volverlas asombrosas, o sea para
que nos asombremos del mundo y de su gente. Quien espera de antemano anécdotas
extraordinarias, se lleva un chasco desagradable, pues lo extraordinario no son
los incidentes que narra sino lo que el autor saca de ellos, la mirada poética,
el apunte preciso de análisis, a veces con ironía, otras con la alegría de
vivir o con una mirada cáustica. Sin embargo, lo que predomina en esta obra son
las buenas intenciones, a veces convertidas en homenajes poéticamente bellos a
personas, lugares y culturas de todo el mundo. Por eso el lector, de la mano de
Borges, para quien el libro debe ser acometido sin ningún prejuicio, debe
abordar esta obra con mirada inocente y mente abierta a todas las posibilidades
de interpretación que le va proponiendo el autor.
Estoy seguro de que la ubicación
de las anécdotas en lugares y fechas precisas, no es más que un recurso narrativo
de Sánchez Juliao, pues el estilo e intención de estos textos son de escritor
viejo, con madurez para la observación, el análisis y el discernimiento. Creo
que son recientes y contemporáneos por la unidad del tono y del ritmo, y porque
algunos tienen fechas tan viejas (1972) que no creo que en esos entonces el
autor haya tenido la madurez necesaria para concebirlos. Para complemento, “Memorias de un viajero que quiso ser
alcatraz” está bellamente ilustrado con dibujos tan bien hechos que se les
perdona que a veces estén descontextualizados, como sucede con los vestidos de
los personajes y los paisajes que son todos europeos o asiáticos, incluso en
las anécdotas netamente caribes colombianas.
Es conocido el dicho de que el
maderero no ve sino sólo árboles en el bosque. Por eso pienso que
afortunadamente se le ha dado la oportunidad de viajar a alguien que tiene ojos
para ver por nosotros y para nosotros; y que además tiene un dominio de “la
cosa literaria” tan robusto que este libro, como nos sucede con la mejores
novelas, a medida que leemos nos arrastra tras la curiosidad por conocer la
sorpresa que nos depara la próxima página.
Considero entonces que “Memorias de un viajero que quiso ser
alcatraz” no es solamente una agradable pieza poética, sino también un
libro al que el lector debe acceder para ampliar sus horizontes culturales,
para conocer un poco más de cerca “la cosa humana”.
1 comentarios:
Cuando veo la foto de David Sánchez Juliao me da nostalgia. El escritor de obras como el flecha, el pachanga y otras más. El maestro nunca olvido su tierra natal y relataba sus historias, procurando que las personas de nuestra región, sintieran amor por sus raíces culturales.
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