TÓMENSE ESTE VENENO

Por Naudín Gracián


Cuando uno tiene el honor de presentar una novela de un escritor tan prestigioso como David Sánchez Juliao, se contenta y empieza a tirar cabeza sobre qué decir para impresionar no sólo al público, sino al escritor presente. Entonces uno se dice: no puedo hablar de los logros que lo han llevado a su posición actual, pues son tan conocidos para el público que por eso precisamente han venido al acto; si hablo sobre su calidad como persona, entonces terminaré más vanagloriándome de ser su amigo o hablando más de las experiencias en las que sobresalgo yo, que del escritor por el cual han venido los asistentes. Tal vez sea bueno hablar de sus dotes como narrador. Pero, imagínense, cuánto espacio y tiempo se necesitaría para explicar suficientemente el reconocido respeto y cultivo del idioma que esgrime David en sus narraciones, el maduro dominio de los personajes, acciones y caracteres que le permiten numerosas disgresiones, tan bien tejidas con la columna vertebral del relato, que uno ni se da cuenta de que son las disgresiones las que le dan sabor y pimienta a su estilo; el humor fino, fino de verdad, que sazona su obra, tan agudo e irónico que si el lector tuviera desarrollado el sentido de la vergüenza y del dolor de la realidad, no se reiría sino que sentiría compasión de sí mismo, de sus propias ridiculeces e ignorancias (no es cosa nada fácil lograr que el receptor se divierta mientras lo están insultando); su dominio, casi sin parangón en Colombia, de la “cosa” narrativa, o sea esa habilidad de “echar el cuento”, como decimos en la costa. Definitivamente no hay tiempo ni es el espacio apropiado para ahondar en esas cosas.
Entonces uno piensa: me voy a limitar a la obra que se presenta. Dedicaré unos minutos a demostrar que en Dulce Veneno Moreno no se mueven personajes sino personas como nosotros, que andamos por ahí buscando el amor de nuestra vida en lo que parece distinto a lo cotidiano, explotando características propias que muchas veces detestamos, tratando de sacar la cara de entre el montón amorfo, despreciando lo que realmente somos y por eso muchas veces terminamos anulándonos a nosotros mismos, cuando lo que buscamos es sobresalir dizque siendo distintos; luego hablaré del análisis mordaz (y muerde duro, señores) que hace de lo ignorantes que somos de nuestras riquezas humanas; demostraré que esta novela es en realidad una excusa literaria de David para que le leamos un ensayo sociológico sobre el “estar orgullosos de lo que somos”; también de los excelentes recursos narrativos que utiliza David en esta novela, con frases intrigantes, recapitulaciones, análisis de cómo va la historia, paliativos para que el lector se saboree por lo que va leyendo, diálogos, narraciones, descripciones y reflexiones intercaladas para cambiarle el ritmo a la lectura y para que el lector no se amodorre; diré que el tono conversacional de la narración la hace fluida, sabrosa y le da confiabilidad al lector de que lo que lee no es invención sino la puritica realidad; tal vez diré apuntes sobre la reivindicación que hace David en este libro del valor de lo romántico, de la galantería y del buen gusto, tanto en el amor como de la amistad, los viajes y la buena mesa; si tengo tiempo, mencionaré la excelente edición con carátula atractiva y letras grandes sobre papel oxidado para que no hiera la vista...
Imagínense, si solamente mencionando sobre lo que pienso hablar llevo todo este espacio, quién se aguantaría semejante perorata. Por eso, para no cansarlos, mejor no les digo nada sino esta sola frasecita: “Tómense este venenito a ver qué tal les parece”.

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