Dulce veneno moreno de David Sánchez Juliao

Por Naudín Gracián

David Sánchez Juliao es un escritor de novelas de tesis, o de ideas, al decir de Aldous Huxley. Incluso en sus textos en casetes (ahora en CDs) y que la gente ha consumido masivamente bajo la superficial factura de trabajos de simple humor, David siempre ha sido un sociólogo de la literatura. En consecuencia, sus obras literarias no son un simple discurrir de hechos que dan vida a unos personajes, sino la excusa entretenida para dar a conocer sus análisis de la sociedad y del ser humano, de su tierra o del mundo. De esa manera, David Sánchez Juliao cumple con una labor educadora fundamental a través de su obra narrativa, y está bien que así sea en estos tiempos en que la literatura ha perdido terreno como medio de entretenimiento, espacio que antes de la televisión era de su dominio. Ahora la gente busca y necesita lecturas que, además de entretenidas, les “sirva” para algo. De allí la gran popularidad de la llamada literatura de superación, cosa que ha aprovechado el comercio para popularizar a autores y obras totalmente superficiales con ínfulas de profundidad.
En su novela Dulce veneno moreno (2005), publicada por Seix Barral, David Sánchez Juliao hace un análisis duro, y extrañamente esperanzador a pesar de lo descarnado, del ser humano. Y es que eso caracteriza las últimas obras de David: las sostiene un hálito de esperanza, de deleite de la vida, de que vale la pena vivir a pesar del fango que sepulta la flor. Porque sus análisis son duros y pareciera decir que al final no hay nada bueno qué esperar del ser humano, pero también hace un culto del placer, sublimiza los pocos instantes de felicidad que tienen sus personajes hasta el punto de que el lector queda compensado y piensa que incluso el dolor vale la pena vivirlo.
Como decía, en Dulce veneno moreno David, con su eterna capacidad de asombro, nos lleva de la mano en un tour por las culturas, costumbres, aberraciones y valores de la gente en todos los continentes. No se limita a nombrar sitios con el fin de darle un tinte de universalidad a su obra, como acostumbran muchos literatos actuales, sino que lo hace para analizar y contrastar, para ser explícito e ilustrativo en sus puntos de vista sobre lo que somos frente al mundo. Esta novela recuerda por momentos la obra de Fernando González que, en su Viaje a pie, aprovecha un árbol, una muchacha que pasa, una fuente, para hacer sus reflexiones sobre la vida y quienes la vivimos. Lo que más impresiona de este aspecto en esta novela, es la radiografía sarcástica que hace de la ignorancia del pueblo raso que no sabe lo que tiene ni para qué sirve. Porque, con la autoridad que le han dado sus viajes y largas estadías en variadísimos lugares del mundo, David tiene la capacidad de analizar desde una mirada europea nuestra idiosincrasia y posibilidades. Gracias a eso puede poner en boca del francés Yancló algunos conceptos que casi siempre nos negamos a aceptar a pesar de lo evidentes: “Había crecido en una tierra en la que se era más importante en la medida en que menos de esa tierra se pareciera. (...) Hay un sustrato de muy bajos niveles de autoestima en todo aquello, porque se termina pensando que si uno nada vale, todo lo que a uno se parece o a uno refleja, vale menos. (...) Jamás logran entender que a un extranjero le atraiga lo que ellos desprecian. (...) Terminan desorientados cuando se percatan de que, queriendo ellos ser europeos u occidentales, nosotros prefiramos ser lo que ellos menosprecian”. 173
En cuanto al estilo literario en sí, Dulce veneno moreno es una fiesta del arte de contar, como es conocido y reconocido en la obra de David Sánchez. Entre algunos recursos narrativos acertados de esta obra encontramos su tono anecdotario que ayuda a la credibilidad, pues pareciera decir a cada rato que el escritor no tiene la culpa de si aquello es creíble o no, porque no está inventado nada, sino que esto sucedió así en tal parte y en este tiempo, de lo cual él no tiene la culpa.
David Sánchez Juliao
Otro recurso importante es su interés constante en cautivar al lector a través de llamados reiterativos al deleite de la lectura del texto que va narrando: al comienzo de los capítulos hace cuestionamientos (como al final de los episodios de las viejas radionovelas); hace comentarios que indican que la anécdota está muy interesante y que hay razones para permanecer pendientes de lo que continúa; analiza y resume lo narrado hasta el momento, como para apuntalar la memoria del lector con el fin de que no se le distraiga ni se confunda; incluso analiza como un crítico literario los personajes, el lenguaje, el estilo de la obra que el lector va discurriendo: “Viajaba embelesado por el exceso de detalles en la relación de los sucesos. Pocas veces en mis innumerables horas de vuelo alrededor del mundo, había disfrutado tan a fondo de un viaje y de una tan barroca descripción de hechos y sentires. Pensé, no sé por qué, en El Siglo de las Luces de Carpentier...”.
Sigamos: el mismo David, como personaje receptor de la historia que sigue el lector, la saborea como hacen los viejos para que los niños se antojen incluso de algo que para algunos pudiera ser desagradable pero que les hace bien: “No sabíamos qué hacer. (...) No podíamos ocultar que estábamos encantados...”. Otro recurso narrativo interesante es la intercalación que hace de narraciones, descripciones, ambientaciones, anécdotas, recuerdos y análisis, algunos de los cuales son verdaderos ensayos puntualmente incertados en la novela, como el que hace del posmodernismo o el siguiente de la página 181: “...¿no han observado ustedes acaso, que llevamos dos mil años civilizando al mundo pero al mismo tiempo matándonos entre nosotros? (...) En ocasiones me pregunto si, al someterlo, no fuimos acaso nosotros quienes enseñamos al resto del mundo a ser violento. También me pregunto si el eurocentrismo, eso de imaginar nuestra cultura como la única válida y legítima, no fue cuanto prohijó, además de tantos otros, los dos más execrables crímenes de la humanidad: la esclavitud y el holocausto”.
Hay que agregar la fiesta de la palabra que es esta novela: “Aspiró y espiró el espeso aire”, “En una carantoña de ojos alzados y labios recios”. Todo esto es sólo posible para un narrador totalmente maduro, de sangre fría y dominador del arte de narrar sin temores ni prisas ni limitaciones de tono, que recuerda al Don Casmurro de Machado de Asís, el más injustamente olvidado escritor brasilero.
Por otro lado, esta es una novela para mujeres orgullosas de su feminidad, pues en ella se revalúa la importancia de la galantería masculina, se les eleva al rango de razón de ser de la vida de hombres perdidos en la improductividad de su intelectualismo inocuo o en su machismo envuelto en la soledad más atroz del que lo tiene todo menos la mujer que busca. Pero también es una novela para hombres-hombres: cultos, conquistadores, buscadores del revés de las cosas, viajeros, amantes de la buena mesa, de la libertad; esta novela presenta como parte del machismo del varón culto, el saber rendirse a los pies de la mujer que complementa su vida, e incluso reafirma el valor de llegar a ser cursi para poder disfrutar del amor.
Pero antes que nada, Dulce veneno moreno es un homenaje de David Sánchez Juliao a todo lo que él considera que hace que vivir valga la pena: a la belleza femenina, a la camaradería de su compañera, a la amistad, a la conversación, a la música, a la vacanería, a la costeñidad; pues incluso aparecen descripciones de pueblos, costumbres y elementos autóctonos, innecesarias para los escuchas de su narrador (pues ellos son nativos de la región descrita), porque evidentemente la intención explícita del autor es dar a conocer al mundo su tierra con todas sus glorias y tristezas, o sea en su humanidad plena.
Son 190 páginas de emociones tan apretadas que, como sucede con los espectáculos buenos de verdad (y esta novela sabe serlo), uno queda como con hambre y piensa que pudo ponerle aunque fueran unas cinco paginitas más.

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