PRECEPTO, poema de Geraldino Brazil





No haga usted el bien por temor al castigo.
No haga el bien como último recurso para salvar su alma.
No practique el bien calculando la recompensa.

La caridad no duda,
no desconfía,
no contabiliza
ni espera.

Haga usted el bien naturalmente,
como si Dios no existiese,
como si Él no esperara eso de usted.
Como los ateos, como los ateos.

Geraldino Brazil

Una propuesta en serio para la paz


Un político se roba mil millones de pesos y son mil millones que no llegaron a la comunidad en escuelas, en carreteras, en hospitales, en programas de calidad de vida… Por eso los políticos corruptos son los asesinos más grandes que ha dado este país.
Monseñor Julio César Vidal


Desde hace mucho tiempo he querido escribir algunas “ideas” sobre el proceso de la paz dialogada (la única posible) en Colombia.

Se me ha dado por pensar que, al tener siquiera la pretensión de llevar a cabo unos diálogos de paz específicamente con la subversión en el país, debe tenerse claridad sobre algunos aspectos o premisas desde los cuales evaluar todo lo que se trate en esa conversación. No basta con estar dispuestos a escrutar unos puntos, sino que debe primero concretarse con qué lente se va a escrutar aquello, en qué balanza se va a pesar lo que se plantee.

A ver si me explico un poco. No preciso si es Luis Sperb Lemos o Mario Quintana quien tiene un poema, al que titula Diálogo, que dice: -Señora, yo quería plantearle un cambio de ideas. -¡Dios me libre!

Encuentro varias interpretaciones a este poema, pero la que me sirve en este texto es esta: si te abocas a establecer un diálogo, entonces disponte a la posibilidad de cambiar tu punto de vista, tu manera de juzgar el tema sobre el cual dialogaremos; en otras palabras, predisponte a comprender, a la posibilidad de cambiarte de bando en cuanto a la forma de juzgar aquello, e incluso a la probabilidad de aceptar como correcto el punto de vista del otro; si no es así, no posibilites dialogar porque será un fracaso obligado, una acción sin posibilidades de éxito. Es esa la primera premisa obligada.

Pero para lograr internalizar esa premisa, primero debemos aceptar que el otro es inteligente, que es posible que sea más inteligente que yo, o que esté mejor informado; en fin, reconocer y respetar sus capacidades cerebrales.

La segunda premisa es estar dispuesto a aceptar que parte de las razones del conflictivo han sido generadas por mis errores, o sea que yo tengo parte de la culpa. Quien se aboca a un diálogo no debe ir armado de argumentos y pruebas que demuestren que el otro ha sido el que se ha equivocado, ha sido el injusto, ha sido el malvado, sino que debe estar dispuesto incluso a aceptar que ha provocado en el otro sus reacciones.

La tercera premisa es ser consciente de que hay que tratar, valorar o juzgar este asunto de una manera distinta a como se ha tratado anteriormente. Si el método utilizado anteriormente fuera el correcto, sencillamente ya el conflicto no existiera.

Pienso entonces que si el gobierno (esa es la representación de la “sociedad” colombiana) se aboca a unos diálogos con la guerrilla, debe ir montado sobre esas tres premisas, o sea que no debe sentarse a la mesa con un cartapacio de acusaciones y pruebas de la maldad de la guerrilla (si ellos hacen lo mismo, y pueden hacerlo, no habrá final para la discusión), ni pensando que tiene la razón y va a ver cómo convence la “los brutos o malvados” para que cambien su forma de actuar; ni con la vanagloria de quien ofrece dádivas altruistas y compasivas a unos seres que no se merecen su magnanimidad. Debe más bien sentarse dispuesto a aceptar su parte de culpabilidad, con la predisposición necesaria para apreciar y valorar las razones de la guerrilla… Debe sentarse, en fin, con la actitud del cónyuge que llega donde su media naranja y le dice: “Está bien, los dos sabemos que la cagamos, pero vamos a ver qué podemos hacer para posibilitar la felicidad entre nosotros pues, al fin y al cabo, no podemos vivir el uno sin el otro”.

Imagínense ustedes que, luego de unas semanas de peloteras con su pareja, el tipo llegue donde la esposa y le diga: “Acepta que eres una desgraciada y entonces yo veré cómo juzgo tu comportamiento con el fin de castigarte de una manera menos severa de la que en realidad te mereces”.

Prácticamente esa ha sido la posición del gobierno en todos los intentos de diálogo anteriores. Y los resultados han sido los mismos que se podrían dar en esa pareja de esposos del ejemplo dado.

Entonces, pienso yo (pobre de mi estupidez) que hay dos maneras de acercarse a estos diálogos:

Una: La del marido arriba ejemplificado, o sea que el gobierno le diga a la guerrilla: “Bueno, señores, nosotros somos lo oficial, lo civilizado, así que tenemos la razón y ustedes deben aceptar que se han equivocado, que son unos criminales, que deben someterse a nuestras leyes, permitir que se les juzgue de acuerdo con ellas y nosotros nos comprometemos (y ustedes deben confiar plenamente en nuestra magnanimidad) a estudiar la manera de ser generosos con ustedes en la medida en que nuestras leyes nos lo permitan”.

Dos: La del marido que llega compungido donde su media naranja, o sea que el gobierno le diga a la guerrilla: “Bueno, señores, sabemos que ustedes han cometido actos de terrorismo, han secuestrado, asesinado, robado, desplazado, reclutado de manera ilegal, delinquido…, y también reconocemos que nosotros, la clase gobernante, todos los que hemos dirigido el país durante más de dos siglos, hemos hecho masacres, hemos delinquido, asesinado, robado, desplazado, cometido injusticas monstruosas, pauperizado y oprimido al pueblo, orquestado su atraso; nos hemos robado los dineros con los cuales este país tuviera más de las escuelas, carreteras, servicios públicos, empresas, hospitales, laboratorios y demás infraestructura de la que pudiera necesitar; hemos promovido guerras, nos hemos lucrado del dolor del país… en fin, reconocemos que somos tan delincuentes y quizá peores que ustedes, de manera que, siguiendo el principio de que “o todos en la cama o todos en el suelo”, tenemos dos alternativas. Una: como ustedes (los guerrilleros) son delincuentes y nosotros (todos los gobernantes actuales y anteriores, por acción, orquestación, omisión o por darle legitimidad a los actos de los otros) también lo somos, a todos nos debemos tratar como delincuentes, o sea que todos debemos irnos para la cárcel y purgar nuestros delitos. Dos: como eso es prácticamente imposible, y no estamos dispuestos a hacerlo, entonces les daremos a ustedes (a los guerrilleros) el mismo trato que nos damos a nosotros, o sea que nosotros no seremos condenados por nuestras atrocidades, y ustedes tampoco por las de ustedes; nosotros gozaremos de distintas garantías y ventajas a las cuales ustedes también tendrán acceso. Así que miremos cómo hacemos para equiparar las garantías de ustedes a las nuestras, así: evaluemos quiénes de ustedes corresponden a ministros, a generales, gobernadores, alcaldes, jefes de despacho, y hasta a soldados rasos, para darles nuestras mismas prebendas y ventajas, pues somos “cucarachas del mismo cóncolo".

Y así como hemos encontrado la manera de que la sociedad nacional e internacional soporte y aporte lo necesario  para sostener y garantizar nuestras condiciones de vida, encontremos la manera de que lo haga también para ustedes, pues todo esto se lo han ganado haciendo lo mismo que hemos hecho nosotros.

Volviendo a hablar a nivel personal, recuerdo que hace unos años se planteó la posibilidad de hacer un censo de todos los campesinos que cultivaban coca para convencerlos de que si cultivaban, en la misma cantidad de terreno, maíz, yuca, cacao, etc., el gobierno le garantizaría la misma entrada monetaria que tenían cultivando coca, no tendrían que preocuparse por quién les compraría esos productos, ni en qué ni por qué carreteras los sacarían, porque ellos sólo tendrían que almacenarlos y el gobierno se encargaría de recogerlos. Esto se llevaría a cabo durante cinco o diez años, tiempo en el cual los campesinos se acostumbrarían a cultivar esos productos legales y así, cuando se desmontara ese programa paternalista, ya no habría cultivadores de coca en nuestro país. Supe que incluso hubo países interesados en aportar el dinero necesario para llevar a cabo ese programa. ¿Por qué no se llevó a cabo?

De igual manera, si ahora con los guerrilleros se hiciera lo propuesto arriba, o sea que la guerrilla fuera absorbida por las fuerzas armadas y la clase política (pues simple y llanamente debe tratárseles como iguales dadas sus similaridades en codicia por el poder y en historial delictivo), en pocos años esos grupos se difuminarían, serían digeridos por la sociedad, o sea que indefectiblemente desaparecerían.

No tengo ninguna duda de que habría países dispuestos a hacer una vaca para aportar el dinero necesario para llevar a cabo este programa.

Nota importante: Agradezco que quien lea este texto me tome por estúpido y no por mamagallista, pues hablo en serio, aunque sea desde mi estupidez.

Posdata: Una persona muy respetable me ha preguntado sobre este artículo que si entonces el gobierno debe considerar simples chismes las atrocidades que ha cometido la guerrilla, a lo cual respondo esto:


No pretendo discutir con usted ni darle todas las razones, pero le digo lo siguiente:

1. Son los guerrilleros los que en este proceso están avocados a venir, a incorporarse al sistema diseñado por los políticos, así que no hay equidad de entrada: ¿Qué hubiera pasado si el padre del hijo pródigo, cuando éste volvió al hogar del padre, se hubiese mostrado inamovible?

2. No tengo ninguna duda de que los guerrilleros son unos delincuentes. Critico entonces a los políticos y militares que no reconocen que son unos delincuentes y se paran sobre su proclamada probidad para juzgar. A mí me dijo un soldado: "Así como ellos hacen cagadas a nombre nuestro, nosotros hacemos cagadas a nombre de ellos": los dizque buenos, los que se aprestan a juzgar, equiparados en acciones...

3. Me parece monstruosamente más monstruosa la maldad de quienes se valen del poder dado por el pueblo para hacerle mal al pueblo, que la de quienes se sabe que están por fuera de la sociedad. Si yo veo que un guerrillero está en un sitio, haré lo posible por desviarme y tengo más posibilidades de que no me haga mal, pero si veo a un soldado o policía me le acerco, así que es infinitamente más injusto que ese soldado o policía me perjudique. Además, ese soldado o policía tiene un uniforme y un fusil comprados por mí, está ahí ganando un sueldo dado por mí, le dan unos premios con mi dinero; de manera que en el fondo yo le estaría pagando para que me hiciera un mal, lo cual no ocurre con un guerrillero. Si esto lo llevamos a lo que han hecho los políticos, la cuestión se maximiza extremadamente.

Creo entonces que quien recibe y juzga en un arreglo (el padre del hijo pródigo) tiene mayores compromisos: "Ha de ser en lo posible el que ha de corregir incorregible".

Agrego que propongo la lectura de Los ojos del hermano eterno:
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/ojos_hermano/ojos_hermano.html
del cual subrayo esta pendejadita:

-¿Dónde está la medida de tu sentencia? ¿Qué medida tienes, juez, para medir? ¿Quién te ha azotado a ti para que sepas lo que significa el látigo? ¿Cómo puedes contar los años como si lo mismo fuesen tus horas pasadas a la luz que las horas pasadas en la oscuridad de la tierra? ¿Has estado alguna vez en la cárcel para que puedas darte cuenta de las primaveras que arrancas a mi vida? ¡Eres un ignorante, no un juez! Solamente aquel que interviene en la batalla sabe de ella, no aquel que la dirige desde lejos. Únicamente quien ha experimentado el sufrimiento puede medir el sufrimiento. Sólo el culpable puede medir tu orgullo para castigarle. Tú eres el más culpable de todos. Yo me he visto cegado y arrebatado por la pasión de mi vida, por la angustia de mi miseria; pero tú dispones a sangre fría de mi vida, me mides con una medida que tu mano no tiene y con un peso que tu mano no ha sostenido nunca. Estás en la silla de la justicia, pero no puedes sentarte en ella como un juez. ¡Mides con la medida de la arbitrariedad! ¡Márchate de la silla de la justicia, ignorante juez, y no juzgues a los hombres vivos con la muerte de tus palabras!

Y veamos este aparte de Fernando González:


¿Quién afirma que Sarret, el notario marsellés que mató a Chambón y a su amante, para robarles, y que disolvió, con ácidos, en una bañera, sus cadáveres, es menor que el juez que lo condenó a la guillotina? Habría que medir la cantidad de pasiones, activas y pasivas, la cantidad de posibilidades en cada uno, la cantidad de esfuerzo e inteligencia espiritual. Muchas cosas habría que medir y, entonces, podríamos conjeturar apenas.
 –El remordimiento–

ANOTACIONES REGIONALISTAS

Por Naudín Gracián


Changua

La forma de ser propia de los cachacos, la cultura cachaca, es blanda, aguada, si la comparamos con la costeña o caribe. Vemos que los cachacos son más amantes al líquido en las comidas, a las sopas: casi que podría decirse que para ellos un almuerzo sin sopa no es almuerzo. Incluso he encontrado, sorprendido, que desayunan caldo. ¡Qué cosa tan extraña para un costeño! Vi a algunos costeños protestando cuando en una pensión bogotana les sirvieron caldo de desayuno. Para ellos eso era simplemente un exabrupto. Además, encontramos que los caldos cachacos son totalmente claritos, o sea que lo mojado en sus comidas tiende aún más hacia lo líquido que lo mismo entre los costeños. Para un costeño una buena sopa tiene que ser espesa; por eso sus especialidades son el sancocho, el mondongo o el mote: comidas líquidas absolutamente gruesas. Las especialidades de los cachacos en lo mismo son el caldo y la changua. Una frase despectiva de un costeño es: “Esta sopa está clarita. Parece sopa cachaca”. Además, los sólidos de los cachacos tienden a ser blandos: el huevo lo sirven casi crudo (blandito), sus arroces son más sopudos.

Pero lo de la liquidez y solidez entre cachaco y costeños no se queda en las comidas, sino que se extiende a casi todo lo que los caracteriza:

Es tremendamente patente que la dicción cachaca es mucho más suave, meliflua; tienden a enfatizar los fonemas líquidos y fricativos (s, l, n). Por el contrario, los costeños tienden a omitirlos o a cambiarlos por unos más fuertes, oclusivos: /beddá/ =  verdad, /kátta/ = carta, /káddo/ = caldo. Los cachacos, por el contrario, tienden a omitir los fuertes: a la’erecha (a la derecha), Meellín (Medellín), ome (hombre). Además, su vocabulario tiende a ser más retórico, son más explicativos y muchísimo más eufemísticos, cosa equidistante con el costeño que tiende a utilizar términos bruscos, peyorativos y de sonidos fuertes. Veamos algunas formas corrientes de expresar lo mismo en ambas culturas, sacadas de situaciones reales: Cagá = dar del cuerpo; jediondo = tiene mal olor; ta preñá = está gorda; puyón = amigo íntimo o amigo especial; si así es el vidrio cómo será la cottá = si así es Bello cómo será Medellín; ese médico me curucutió el culo (citología) = ese médico me oprobió toda; este cuarto huele a polvo reciente = huele a matrimonio descobijao, etc.

Mote de queso

En el uso del lenguaje y el trato, también hay una tendencia hacia lo blando en los cachacos y hacia lo duro, tosco, seco, cortado, entre los costeños. Siéntese, doña = tome asiento, señorita; a la orde = en qué le podemos servir; ajá, y tú qué = buenas tardes, cómo estás. Si un costeño encuentra a un desconocido mientras busca algo, le grita desde lejos: “¡Hey, llave, dónde queda…!”. Dos cachacos primero se saludan, luego el que llega pide disculpas y, con muchas palabras, le explica lo que está buscando e incluso muy seguramente para qué lo busca. Si un costeño asume su actitud naturalmente descomplicada con un cachaco en cachacolandia, en un caso como el citado, puede pasar que el cachaco lo ignore, o que se le acerque y lo salude para luego ponerse a sus órdenes, con el  fin de enseñarle cómo es que debe hacer, “para civilizarlo”.

El costeño tiende al grito, el cachaco a murmurar. El costeño a sobregesticular, sobre todo con las manos, el cachaco a ser recogido, a abrir poco la boca y a mantener las manos en los bolsillos del saco (por eso es sumamente extraño un reggetonero cachaco, parece un exabrupto pues los intérpretes de esta música, eminentemente Caribe, son tremendamente gestuales). Es normal que un costeño te diga al llegar a su casa: “Errda, llave, hablamos otro día porque voy de salida”; en cambio el cachaco te invita a entrar, te dedica dos horas, te dice que no te vayas todavía, y luego te echa unos madrazos al comentarle a otro que por tu culpa perdió una cita. Y así sucesivamente en el lenguaje y el trato: tosquedad caribe versus blandura cachaca.

Pero no se queda ahí esta dicotomía. Los costeños tienden a caminar brincadito, moviendo mucho los brazos (aguaje), con movimientos briosos; los cachacos son más suaves al caminar, recogidos, un poco como si intentaran que no los vieran; las cachacas bailan utilizando espacios reducidos (“en una baldosa”), hamaqueándose un poco, moviendo bastante las rodillas y las piernas con base en la flexibilidad de los tobillos, mientras que las costeñas tienen movimientos más eléctricos, hacen desplazamientos amplios, con zarandeos de hombros acelerados y columna vertebral más recta, nada de hamaqueos. La consistencia de las carnes de las costeñas tiende a ser firme, algo tosca, mientras que las cachacas son y buscan ser suavecitas, tiernas, blandas. Igualmente en el sexo se dice que los costeños son más bruscos, briosos, fogosos. Pareciera que el ideal de las cachacas en esta materia es dar una imagen de aterciopeladas, mientras la costeña se vanagloría de su empuje, de la firmeza de sus carnes, de su dureza, de que es apretada y bien dotada de todas partes. Una idea ofensiva que tienen las costeñas para hablar de las cachacas con respecto a este tema, es afirmar que estas últimas son flojas en la cama y de sexo aguado.

Baile de tango

Sin embargo, se sabe que la globalización, gracias a los medios masivos de comunicación y a las facilidades para viajar, ha convertido el mundo en una aldea muy pequeña en la que todo se entrevera, se intercambia; y el que tiene el poder de los medios de comunicación tiene más facilidad para imponer su cultura, su forma de ser. Esto ha hecho que muchas de las características propias de ser caribeño (que en nuestro país se asimila a ser costeño), sean satanizadas; y encontramos que incluso muchos costeños las desprecian o tiranizan, sin darse cuenta de que simplemente es una imposición de la visión cachaca a través de la televisión y de su colonización. Claro que otro tanto le sucede (aunque con menos fuerza por culpa de que los costeños no dominan la televisión ni la prensa nacional, pero sí la música más popular) a la cultura cachaca. Cada día su juventud es menos recogida, menos silenciosa: hasta han entronizado como intérpretes en distintas expresiones de la música tropical (vallenato, salsa, reggetón), las cuales son de ritmos acelerados, con partes gritadas y movimientos exaltados, contrario a la música de ellos que tiende a la suavidad, al recogimiento, al dolor compungido.

La entronización de lo blando, lo suave, en el lenguaje, en el trato y en la forma de ver las cosas, es directamente proporcional a la cercanía o importancia que tienen los cachacos en la región de la costa que observemos. Así vemos que la gente del sur de Córdoba, por ejemplo, es más suave en sus maneras y dicción que los habitantes de Turbaco; los del centro de Cartagena son más blandos (influidos por los medios de comunicación, la colonización y el turismo) que los de la periferia.

Mapalé

Porque ha sucedido algo deplorable: los cachacos, con su poder en los medios, han asimilado lo costeño, lo Caribe, con lo corroncho, con lo vergonzoso del incivilizado, mientras que han vendido la idea de que mientras más civilizado eres, más suavecito y blando debes ser: más tendiente o cercano a lo cachaco. A mi lado un cachaco le dijo a un samario: “Oye, corroncho”. Y el muchacho lo corrigió: “Costeño, que es otra cosa”. Y lo peor es que muchos de los mismos costeños tienen la mente colonizada, de manera que consideran superior, más civilizado, lo cachaco. Escuché a una adolescente diciéndole a otra de forma despreciativa: “Tú pareces cachaca”, a lo que la otra ripostó sonriente: “Ay, mejor”.

Hace pocos años vimos que la televisión satanizó lo más que pudo una actitud de El Pibe Valderrama cuando no estuvo de acuerdo con una decisión de un árbitro y le mostró un billete de cincuenta mil pesos. Y me tocó ver a costeños diciendo que debían sancionarlo porque debió haber sido más decente, menos frentero, sin darse cuenta de que esa era la visión de los cachacos, la cual ellos habían repetido hasta el cansancio por la televisión, a pesar de que la actitud del Pibe es la que pudiéramos ver cualquier día en cualquier cancha de cualquier campeonato de la costa, y que no provocaría más que hilaridad y tal vez una pequeña sanción por parte del árbitro. Nada más. Porque el Pibe simplemente se comportó como Caribe. O sea que estamos tan colonizados en nuestra mente que pedimos que sancionaran al Pibe por haber actuado como caribe, por no haberlo hecho como lo hubiera hecho un cachaco que, según nos han metido en la cabeza, son los que saben actuar de una forma civilizada.

Exactamente igual se observa que sucede con Chávez: ha martillado tanto la televisión cachaca, con poder nacional, contra su forma de expresarse, que vemos a los costeños criticándole lo mismo cuando, si analizamos sin apasionamientos la cosa, Chávez no hace más que expresarse como Caribe. No es que yo esté de acuerdo con su forma de gobernar, no se trata de eso, sino de que su actitud es sin tapujos, con vocabulario fuerte, tono altisonante y directo: caribe. Lo que sucede también en este caso es que los costeños colombianos vivos no hemos visto ni un solo presidente costeño, así que estamos convencidos de que, si se es presidente, hay que actuar como cachaco, porque nunca hemos visto otra clase de presidente. Además, los políticos importantes de la costa están muy influenciados por sus colegas cachacos ya que tienen que ir a vivir y a ejercer en cachacolandia. Incluso he escuchado críticas de costeños a un candidato presidencial porque no se pone corbata, puesto que consideran que lo cachaco (o europeo) es lo que da distinción. Eso no se ve, por ejemplo, en Cuba, ni en Nicaragua, ni en Costa Rica, donde las personas pueden ser las eminencias más grandes en la ciencia o en el poder, y siguen expresándose con sonidos cortados, en tonos fuertes y algo de tosquedad, o sea de forma caribe, sin ninguna vergüenza ni motivo de recriminación por parte de su pueblo.


Eso mismo sucedió con Simón Bolívar quien era un caribe puro entre cachacos al final de su proeza. Bolívar se expresaba y actuaba como caribe: directo, en tonos altos, con vigor; odiaba las triquiñuelas y por eso endilgó a Santander el mote de “El Hombre de las Leyes”, o sea el leguleyo, el que no hace lo que tiene que hacer por estar pendiente de qué dice o deja de decir la ley al respecto. Bolívar (caribe) era el hombre de la acción; Santander (cachaco), era el de las conspiraciones, el que se agazapaba con sus maneras suaves y actitud diplomática. Por eso cayó tan mal en cachacolandia El General en su laberinto, la novela de García Márquez: en ella se pinta a un Bolívar totalmente caribe, real. A propósito de Gabo, si el poder hubiera estado en manos de la burguesía y la “intelectualidad” cachaca, éste no hubiera recibido ni siquiera un premio nacional. ¡Hay que ver cómo hablan de mal de Gabo en cachacolandia! Por el simple hecho de asumir una actitud caribe.

No se trata aquí de decir cuál es mejor, si la blandura cachaca o la sequedad o tosquedad costeña, sino de poner claro que son dos visiones de la vida y actitudes humanas diversas, que distinguen dos culturas diferentes, ambas válidas, y no como se ha tratado de confundir vendiendo la idea de que todos los colombianos somos iguales, y que la única diferencia es entre lo civilizado (habla y maneras suaves) y lo corroncho (habla y maneras cortantes). El resultado de este punto de vista es lo que ha hecho que lo calmo, lo silencioso, el subterfugio, lo eufemístico, la suavidad, la blandura, lo que caracteriza lo cachaco, se haya venido imponiendo (gracias a la educación, la televisión y la colonización) sobre lo cortante, lo fuerte, lo apretado, lo directo, que es lo que caracteriza a lo caribeño: costeño.


Coletilla: quien habla es hijo de cachaco con sinuana, ha vivido la mitad de su vida en cachacolandia y sus costumbres, dicción y maneras no reflejan a un costeño puro. De manera que este texto no es el pensamiento de alguien que se describe y defiende a sí mismo, sino de quien ha vivido y observado con detenimiento ambas idiosincrasias, y ha padecido la lucha entre estas dos culturas: he pasado largas temporadas en La Guajira, Cartagena, el Sinú, el San Jorge, el Urabá, Medellín y Bogotá, y conozco desde El cabo de la Vela hasta Cali y Leticia.
Aclaración: El término “cachaco” en este texto tiene la connotación del dicho monteriano cuando se dice: “De Planeta Rica para abajo, todo eso es cachaco”.

¿Tiene sentido seguir buscando?


20-09-12. Para cualquiera que emprenda una búsqueda es primordial tener al menos una idea de la meta; que aunque no sepa dónde está, tenga un mínimo de información sobre cómo es aquello que se busca, con el fin de evaluar los indicios y así sospechar si está cerca o lejos de alcanzarla. Un buscador agotado, si ve en el horizonte, aunque sea muy lejos, el objetivo que persigue, es posible que no desfallezca, renueve fuerzas y de esa manera lo alcance, de modo que podríamos decir que si no hubiera visto que se acercaba a su objetivo, muy posiblemente hubiera desfallecido y renunciado estando al borde del éxito.


Cuando uno es niño y joven ve el mundo en blanco y negro: unos son buenos y otros malos, unos son inteligentes y otros brutos, unos atractivos y otros feos, unos chéveres y otros detestables, etc. Pero a medida que uno va ampliando el conocimiento de la gente y del mundo, empiezan a enrarecérsele los límites: los buenos tienen sus matices medio malos o malos del todo, los feos tienen sus detalles desagradables, los inteligentes tienen reacciones ilógicas, etc., y lo contrario: los malos realizan cosas que hacen que algunos los amen, los brutos tienen salidas brillantes o que benefician a muchos, y así sucesivamente. Esa difuminación de las cosas le sucede también a nuestro objetivo de vida, a nuestra meta: primero nos parece inconfundible lo que queremos alcanzar, lo que queremos ser, pero a medida que nos desplazamos en la línea de la conciencia (más que del tiempo pues algunos tienen más de 40 años y siguen pensando como adolescentes, y otros son adolescentes y piensan como viejos: entiendo que Fernando González escribió antes de sus 20 años ese magnífico libro titulado “Pensamientos de un viejo”), a medida en que quizá nos acercamos un poco a lo que consideramos nuestra meta, no la vemos, encontramos que siempre está más allá, que no es un piso firme en el cual nos sintamos a gusto y satisfechos.

Bueno, en correlación con lo anterior, a medida que me desplazo en la línea de la conciencia encuentro que lo que consideré mi objetivo de vida, alcanzar una alta calidad en mi producción literaria, es algo cada vez menos preciso y, por lo tanto, más desalentadora la lucha por seguir buscando. Pues encuentro que los parámetros, indicios, puntos de referencia que indican qué tiene calidad y qué no la tiene en esto de la literatura, son desvirtuados rotundamente por la realidad; y quedo ciego, sin idea hacia dónde seguir, por dónde buscar.

Veamos algunos aspectos de esto.
Estaba convencido de que sostener el tono y la unidad en una novela era fundamental para que fuera considerada de calidad, pero ahora veo que la gracia es diversificar los tonos, meter capítulos sueltos (capítulos islas les llaman), poemas, ritmos distintos, textos pésimos que incluso el mismo narrador suele decir que son malos, errores puestos a propósito, que el lector pueda saltar capítulos y no le hagan falta para comprender la obra.
Estaba convencido de que el principio de la novela era fundamental, que la primera frase incluso determinaba el ritmo y la extensión de la novela, que debía “enganchar” al lector y obligarlo a no dejar la obra, a seguir adelante para responderse las preguntas que de primeras le plantearía la tal frase, pero uno se encuentra con obras como una de Mishina que tomé hace poco cuyas primeras seis páginas son la descripción de de las actividades de un puerto, sin que a través de ellas uno pueda tener la más mínima idea de sobre qué va a tratar la obra, pues no se plantea ni conflicto, ni carencia ni asunto a resolver en ellas.
Que todos los episodios y pequeños núcleos de la novela debían estar dirigidos a solucionar algo planteado desde el inicio en la obra, de manera que la maestría del autor se veía en su capacidad para tejer milimétricamente (como en un partido de ajedrez en el cual sus personajes son unas fichas interdependientes), con un arte de filigrana, porque, como decía Manuel Mejía Vallejo: “Todo lo que sobra desmejora” (esto se ve en, por ejemplo, Por quién doblan las campanas, La guerra del fin del mundo, El poder y la gloria), pero ahora la gracia es, según le escuché a un autor español exitoso hace poco, que el autor no sepa para dónde va, que empiece con una idea y se deje conducir por ella a ver a dónde lo lleva. Para mi sorpresa dijo esta frase: “Si yo supiera para dónde van mis novelas cuando empiezo a redactarlas, entonces no las disfrutaría porque la gracia es ir descubriéndolas mientras las escribo”.
Que había que crear unos personajes definidos, fuertes, que quedaran en la mente del lector, pero recuerdo que asistí a la premiación de un concurso de cuentos en la cual una de las jurados dijo que lo que más la impactó del ganador fue que era un cuento sin personajes (¡válgame Dios!).

Que el lenguaje era el medio del escritor para dar a conocer sus ideas, pero ahora lee uno comentarios de novelas según los cuales el lenguaje es el personaje principal, o sea que la narración se regodea en “la melodía” de las palabras y eso es más importante que lo que se cuenta o se dice en ella.
Que lo fundamental en una obra narrativa era contar algo, pero ahora premian, publican y comentan como grandes creaciones textos sobre los que uno puede decir: yo no sé de qué habla pero suena muy bien.
Que el texto debía ser eminentemente creíble para el lector, coherente dentro de la ficción, como hubiera sido posible que sucediera en la realidad, pero me encuentro con textos como El caballero rampante en el cual se dicen las cosas más traídas de los cabellos, asuntos que lo hacen exclamar a uno: “Bueno, y este tipo es que me cree pendejo o qué”, y resulta que son libros muy vendidos, promocionados, con múltiples ediciones.
Que la novela debía gustar al lector, ser atractiva, pero Conrado Zuluaga, un gurú de los editores contó delante de mí que las editoriales publican libros cuyas ediciones luego deben picar íntegramente porque no se venden ni cien ejemplares (así dijo), mientras uno encuentra libros rechazados por las grandes editoriales que son gustosos y que agotan varias ediciones.
Que el lenguaje debía ser cuidadoso, pero encuentro (no voy a mencionar el caso de un escritor de esta región muy premiado e invitado a encuentros, conferencias y simposios, cuyos textos son incoherentes, su puntuación es absurda, sus cuentos al finalizar uno se pregunta: Bueno, y en qué quedó esta vaina, o esto con qué se come) pero encuentro libros como uno de Guillermo Arriaga, publicado por Norma, con las siguientes perlas. Dice: “se va y lo estrella derechito contra la barda”, pero lo que quiere decir es que se va derechito y lo estrella contra la barda; dice: “A que muchachitos estos”, y lo que quiere decir es “Ah, qué muchachitos estos”; escribe: “vayan con una puta pendejos” y quiere decir “vayan con una puta, pendejos”; dice: “A qué Rafa, dinos…” y quiere decir “A qué, Rafa. Dinos…”; dice: “desde esa noche, hace siete años, hasta el día en que la descubrimos…”, y era “hacía siete años” porque cuenta cosas en pasado que sucedieron mucho tiempo antes de ser narradas; y así sucesivamente a vuelo de pájaro en las primeras 20 páginas del libro.
En fin, todo esto hace que uno deje de tener claro qué es lo que marca la buena calidad, qué es lo que uno debe hacer para que sus textos sean considerados buenos; porque si todas estas características que a uno le han dicho que señalan como malo a un texto, ahora resulta que libros que las tienen son premiados, publicados, publicitados, comentados positivamente, recomendados…, entonces, ¿qué es bueno y qué es malo en literatura? ¿Qué me indica que voy por el camino correcto?

“Precisamente cuando sabía las respuestas me cambiaron las preguntas”, dice un dicho popular. Yo he enfocado mi razón de ser durante más de 40 años en luchar por acercarme a esos parámetros que me decían señalaban lo que tenía calidad en literatura, pero ahora me salen con que eso es lo incorrecto, con que lo apropiado y aceptado es todo lo contrario. Entonces, ¿por dónde busco?, ¿tiene sentido seguir buscando?, ¿hay esperanzas de encontrar algo? Dice Abelardo Castillo: “Dedicarse muchos años a cualquier oficio garantiza llegar a hacerlo con una gran propiedad. Dedicarse a escribir lo único que te garantiza es un dolor de espaldas”.
Por eso acostumbro mirar inquisitoriamente a quien me dice “maestro” con relación a mi quehacer literario, porque casi que no tengo ninguna duda de que se burla de mí, y me dan ganas de pedirle que me respete, que yo no lo he ofendido ni he alardeado delante de él como para que pretenda reírse de mí.

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