La senda de la muerte - una novela de chirretes

Continuación de la entrada del diario del miércoles 19 de agosto.

Uy, parce, mire a mi bebé hermoso. Graciela, así se llama. Ese es el nombre de la primera pelada que yo quise de verdad. Más fiel que el mejor perro, parcerito… Pille cómo la mimo. Como a la mujer, hay que acariciarla con las manos y con la palabra; y, como la mujer, ella sabe entregarse al que la atiende bien. Y no olvides, viejo Bayron, que ella es tu vida. Si no la cuidas, si no la consientes, facilito te pueden estar pelando.
Y tú… ¿Cómo es tu nombre? Ah, Augusto. Ustedes, los riquillos, desde el nombre lo tienen poderoso: que Ricardo, que Antonio, que Augusto, que Carlos Raúl… Nombres de peso. ¿Cuándo se ha visto que un Bayron, un Weimar, una Maryuris o una Yurianis llegue a gerente de una multinacional? En fin, párale bolas, Augusto, que te voy a enseñar cómo se hace la vaina. Ponte cómodo porque esto se demora, valecita.
Cuando le vas a hacer la limpieza a un fierro, lo primordial es tener las herramientas que son pa’ esto, porque si no, te lo puedes tirar. Empiezas sacándole las balas. Después, vale mía, lo volteas. ¿Sí ves el tornillito este que está encima del gatillo? Coges así con el destornillador y tas, se lo quitas. Ahora coges el tambor como si le fueras a meter las balas, lo aguantas por alante, lo jalas… ¿Sí vio, parcerito, cómo salió? Breve. Bueno, hay que remover la base del tambor para alante, pa’ poder quitarle el eje. La clave para sacar el eje es que cojas un ganchito de madera, de esos de guindar ropa… mire, como estos que compra mi tía, se lo pone en la punta al eje, y lo aguanta con el alicate. Vea que le estoy dando vuelta es al tambor. Así es que él sale. ¡Ay, para qué va a ser! Eche, porque la punta del eje trae pa enroscarse y, si le dañas eso…, muertecito. Párale bolas a cómo salen los resorticos estos que están dentro del tambor. Fíjate en el orden porque después, cuando los vayas a poner, no sabes y, si lo pones mal, ay, papá, quizás se te trabe cuando dispares, y, si te pasa eso en una vuelta, simplemente te puedes estar llevando tu pepazo.
Este tornillito de aquí es el que aguanta la cacha. Vea, ahí salió. Es fácil de quitar porque abre hacia los lados y sale jalando pa’ atrás. Erda, coja la cacha, valecita: cayó bajo la silla. La jalé muy duro. Ahora mire este lado: estos dos tornillos que tiene aquí son los de la tapa del mecanismo interno del fierro. Con este mismo destornillador con el que quité los tornillos, la presiono hacia arriba pa’ que salga. Sí, parcero, el mecanismo tiene mucha cosa por dentro. ¡Vale mía, si las sacas y no las sabes colocar de nuevo, te ganas un chicharon! Échate más pa’ acá, pa mostrarte las piezas que tiene. Este es el martillo, valecita, el que da el golpecito al percutor que es esta ruedita que se ve aquí, que es la que golpea la bala pa que explote. Ja, ja, ja. ¡Ay, mijo, cómo no voy a saber de esto con tantos años que tengo de estar lidiando con fierro y bala! Vea, este es el gatillo, por si no lo sabía. Ja, ja, ja, como usted es como quedao en estas vainas… Ja, ja, ja, cule viaje con este man. Bueno, estos de aquí son los resortes. Este de abajo, sí, este resortico, ahí donde lo ve, tiene mucha presión porque es el que le da fuerza al gatillo pa’ golpear el martillo… Marica, usted no me va a creer que por ese resortico casi me pelan. Sí, mijo, una vez limpié un fierro que yo tuve, un 38, y como que no puse bien el resortico ese. Pues sí, cuando terminé de limpiarlo me puse cule pinta (unos pisos Nike, un suéter Tommy y un jean bien coleto que recién me había comprado) y me fui para Villa Crimen... Ja, ja, ja, usted sabe que ese barrio no se llama así, pero sabe de qué le estoy hablando. Bueno, como le decía, me fui para allá con el Puñalárabe, pal quinceañero de la hermana de una leíta que me gustaba. La vaina andaba bien: bailaba con la lea, me tomaba mis tragos, me metía mis pasecitos… y en una de esas me di cuenta del visaje de dos manes que nos miraban y nos miraban. Le dije al Puñalárabe que estuviera en la jugada. Tas, me paré de donde estaba sentado, compré dos cervezas, me devolví y me senté otra vez, eso sí: con el fierro bien acomodao, esperando a ver cuál era el viaje de los manes. ¡Claro que estaba cagao del susto! Entonces vi que uno de los tipos se metió la mano entre la camisa y el pantalón. Le avisé al Puñalárabe y empezamos a correr sin tener que ver con nada, mirando patrás, y los tipos detrás de nosotros, disparando. Yo hice el primer disparo pero cuando quise volver a disparar, ni mierda, valecita. El mundo se me vino encima, pero seguí corriendo y le dije al Puñalárabe que el fierro no me servía. Y los manes tirándonos plomo hasta que pasamos la carretera y nos metimos en la paja esa que está frente a las vacas de hierro. Cule poco e charcos que había pero, como estaba oscuro, los manes no nos vieron y logramos escondernos detrás de unos palos que están en esa paja.
Valecita, el de allá arriba nos vio esa noche. Sí, yo sé quiénes son las pintas que nos querían pelar. Ahí las estoy dejando amansar para darles duro. Vale mía, al día siguiente del susto ese, se me da por revisar el fierro para ver qué le había pasado, y me doy cuenta que fue el resortico ese que se le había salido, y por eso fue que el gatillo se aflojó. Desde esa vez ando es pendiente de si está bien puesto o no.
Bueno, otra cosa importante es esta barrita que queda como en el aire aquí: es la barra separadora. Es la que le da la seguridad al fierro cuando el gatillo no está apretado. Se pone hacia arriba bloqueando el martillo, para que no haga contacto.
Espérese, prendo esta varetica pa entonarme mientras le sigo diciendo lo del fierro. Uff, es que está buena. Mire, valecita, este es el conjunto de tornillos. Esto es mejor no soltarlo porque es muy difícil de armar, y las herramientas que sirven para eso no las tengo.
Lo último es la uña giratoria, que es la que hace girar el tambor. Es esta pieza que se ve aquí detrás de la cola del gatillo. Ella sube y baja para agarrar el tambor.
Listo, ya lo terminamos de desarmar. Ya lo que es la limpieza en sí es más fácil. Pásame el tarrito que dice Nitrosolvente. ¡Ese, mijo! Eres como atimbao. Es para limpiar el fierro. Coges un trapito limpio, le echas un poquito y se lo sobas al fierro por todos lados. A este cepillito de acero le echas unas góticas de Nitrosolvente, lo metes por la boca del cañón. Vea, así. Sí, varias veces. Que salga de lado a lado. Haciendo esto es que más me acuerdo de Graciela, ja, ja, ja. Bastante que le di. Eso es para quitarle los restos de pólvora. Ahora se le pasa un trapito limpio para secar el cañón por dentro. ¡Qué aguja va a ser esto, hombre! Esto es una varillita. Por el hueco se le mete el trapito para secar el cañón. Ja, ja, ja, mucho gonorrea ignorante: ¡ique aguja! Espere me doy otro pasecito de vareta. También hay que asear el tambor. A éste lo limpiamos huequito por huequito con el cepillito de acero y el mismo líquido. Bueno, ya. Se le pasa un trapo seco y ya. Para lubricarlo pásame el tarrito ese de aceite; échale un poquito al trapito este para ponerlo en la varillita; se le mete por el cañón. Mijo, por los huequitos del tambor a mí no me gusta echarle aceite porque puede humedecer la pólvora en las balas y dañarlas; tampoco le echo al mecanismo interno porque el aceite llama mucho el polvo y, con el tiempo, los fierros dejan de funcionar bien porque están muy sucios por dentro. Pero, vale mía, usted verá si le echa o no. Ah, bueno, es mejor no echarle. Luego se le echa una gótica en la uña, otra sobre el eje y listo, parcero: apenas resta armarlo.
Ya solo es mirar bien la tapa del mecanismo. Vea: esta curvita que tiene aquí va pa arriba. Se le da un golpecito y ella enchaza ahí. Se le ponen los tornillos, y listo, parcero. Para meterle el eje al tambor, tiene que colocar los resortes en la misma posición que estaban. Recuerde que se lo dije ahora rato: se enrosca el tambor y se mete en la base; se pone el tornillo y ya queda el tambor puesto. Compruebe que gire bien cuando ya esté montao en la base. ¿Sí vio? Así tiene que quedar. A la cacha se le aprietan los tornillos y listo. Espere y le paso un trapo seco para que brille más. Véalo: ¡quedó fue como nuevo el fierrito! Ahora se le meten las balas. Hay que cargar otras en el bolsillo. Uno nunca sabe qué peo se puede formar.
Hay que conservarla en un lugar seco. Una mesita de noche, o hasta bajo la almohada. Tienes que tenerla cerquita siempre. Ella es tu vida, papito.
Bueno, me alegra que le haya gustao la leccioncita. Le voy a cobrar barato porque usted me cayó bien. Deme 10 mil barras, ja, ja, ja. Mentiras, parcero, todo bien.


“TRADUCCIÓN” del regaño dado por una vecina a Dolores Castaño.

¡No, Dolores! Deja ya de andar moqueando por ese pelado. Tú muy bien sabías que él estaba en cuentos raros y no habías hecho nada. Así que tú tienes parte de la culpa de que hoy Weimar ya esté donde está. Sí, y no me mires así porque sabes que es verdad. Los vecinos te advertíamos que tenías que cuidarlo, pero tú lo que hacías era enojarte y terminabas diciendo hasta del mal que nos íbamos a morir. Aquí están las consecuencias de alcahuetearle todo al pelado sinvergüenza ese. Toda la culpa es tuya. Si desde chiquito no lo disciplinaste como debías y mira ahora el resultado; mira cómo terminó todo: el pelado en un cajón, y tú y tu familia desbastados y con el futuro bien embolatado. Estás haciendo el ridículo diciendo esas mentiras de tu hijo como si todos los presentes no supiéramos la joyita que era. ¿O es que en realidad tú crees que ese pelado era un santo? ¡Qué va! Si yo me acuerdo perfectamente cuando empezaste a llevarlo al colegio de Patri. ¿Sí te acuerdas de la pobre seño Patri? Hombe, pobre mujer. Lo primero que le hizo fue coger y llevar pal colegito de la Patri un paquete de velas, que para la virgen, y tú se lo creíste. Cogió las velas esas para prender todo el arreglo de flores y adornos de Icopor que tenía la virgencita. Casi le prende la casita a la seño. Y cuando la Patri te lo llevó a tu casa y te puso las quejas, tú lo que hiciste fue insultar a la pobre. Y el muy sinvergüenza se reía de la profe detrás de tus faldas. Si acaso tenía cinco años cuando empezó a traerte a la casa los colores, lápices y borradores de los otros peladitos del colegio. ¿Y qué me dijiste cuando te llamé la atención?: que eso eran cosas de pelados chiquitos, que Weimar no sabía ni qué era lo bueno, ni qué era lo malo. Recuerda que ya de chiquito su diversión favorita era pegarle a los otros niños. No se te puede haber olvidado que ninguna de las vecinas quería que sus hijos se acercaran a él, tanto porque los golpeaba como por la boca sucia esa que tenía. ¡Madre mía! ¡Si acaso tendría siete años cuando decía unas vulgaridades más grandes que él! Y me contaba mi hija Susana que en el colegio era lo mismo. Si recuerdo que la primera escuela que lo echó fue por andar levantándoles las faldas a las compañeritas. Tendría algunos ocho años cuando las cosas que uno dejaba por ahí a la vista, apenas él llegaba, de inmediato se desaparecían. Era una verdadera pelusa. ¿No te acuerdas de aquel día que yo vine furiosa porque en un descuido se me perdieron veinte mil pesos que acababa de poner en la mesa? Mientras veía qué me faltaba en la cocina, cuando regresé, ni el polvo de la plata ni te tu hijo; y el único que estaba en mi casa ese día era el Weimar. Apenas me di cuenta, vine corriendito acá a tu casa a ponerte las querellas; pero, ¡claro!, tú en vez de regañarlo y pegarle una paliza, lo que hiciste fue vaciarme a mí diciéndome una cantidad de barbaridades, hasta terminaste enemistándote conmigo aquel día. Y, como si fuera poco, después tú misma te enteraste de que lo habían visto jugando las tales maquinita varias horas seguidas, y ni aun así le dijiste nada. En aquel momento era que debías corregirlo, tal vez aquella criatura de Dios no sabía que robar era malo. Por eso debiste enseñarle para que él entendiera, porque el árbol se endereza es viche; después de que ya tiene el tallo maduro no se puede hacer nada. ¿A quién se le va a olvidar la vez que organizamos el paseo para Coveñas? Ese pelado, con escasos diez años, fue el que se robó los mecatos de todos los que fuimos. Ni dolor de barriga le dio al condenado. Bueno, yo me imagino que no se los comió todos sino que los vendió mal vendidos en algún ventorro. ¿Que cómo supe que fue él el que se los robó? Tú siempre justificándolo. Yo sé por qué te lo digo, pero no te lo cuento. Y nosotros pensando que la gente rara que estaba cerca de la cabaña eran los que se los habían robado. Ya en esa época había cogió esas malas mañas. Y con et tiempo lo echaron de todos los colegios porque no llevaba tareas, contestaba mal a los superiores, le robaba a sus compañero, los agredía; inclusive recuerda la vez que le pegó al profe ese que era apellido Rivera, y usted, ni corta ni perezosa, dijo que era culpa del profesor y no reprendió al Weimar. Lo peor fue cuando se sintió hombrecito. De por ahí de unos doce o trece años ya andaba metido en pandillas, y hasta se decía que había apuñalado a otro pelado. Todo el mundo se dio cuenta de que traía a la casa cosas que se robaba, y los hermanos las salían a lucir por las calles. La gente pasaba hablando de ustedes, pues dicen que hasta había herido a varias personas para robarle las pertenencias. Pero tú decías que la gente era una habladora, y que se la pasaban pendientes de la vida ajena, que no podían ver a alguien progresar porque empezaban a decir que estaban haciendo cosas malas. Yo también me acuerdo cuando el Weimar tenía catorce años, ya un hombrecito. Eso era más altanero y grosero. Se le dio por coger y andar con otro champeta en una moto, y montársela a todas las muchachitas que iban pal colegio. Y una de esas muchachitas era mi Elvirita, a quien a tu hijo no le bastó con hacerle eso de la falda: se las tiró de enamorado. Eso sí le dañó la vida a mi hija. Esa pelada se mantenía encerrada en la casa porque el Weimar la perseguía por todos lados, y se la montaba por cualquier cosa. Tú y yo peleamos esa vez porque yo no iba a permitir que mi pelada anduviera con la piltrafa de tu hijo. Y tú te ofendiste tanto que me llamaste a pelear en la calle. ¿Y de dónde crees que el Weimar sacaba sus ideas? ¡Claro, de ti no era sino de los combitos de pelusitas con los que siempre se juntaba! Sus amigos siempre fueron unos verdaderos gamines. Y los de ahora ya grande pasaban con unas pintas todas raras, siempre en gallada, armados y en motos. Todos en el barrio les teníamos miedo. ¡Incluso hoy no nos parece nada de raro que salgan haciendo alguna vulgaridad en pleno velorio! Por ahí escuché que los han denunciado por atracos, riñas y violaciones, y dicen que dizque han herido a varias personas. Jumm, hasta hablan de muertos. Sí, a mí no me vengas con justificaciones, que porque el papá se fue, que porque los profesores no le tuvieron paciencia, que los malos eran sus amigos; porque tu precioso hijo era, no lo dudes, uno de esos malandros. Si decía a boca llena que lo que estaba “mal parqueado”, era suyo. ¿De dónde sacarán tanta maldad estos pelados de ahora? ¿Será tanta televisión? ¡Quién sabe! Quién te ve ahora como estás, con los mocos afuera, la cara curtida y toda despeinada. Pero recuerda cuando la policía lo correteó por todo el barrio. Tú lo escondiste en la casa para que no se lo llevaran a la cárcel y hasta comida les brindaste a los policías para que te lo dejaran quieto. Tú tenías era que dejar que se lo llevaran, ya que no eras capaz de corregirlo. Tal vez encerrado podía haber cambiado algo. Hubiera sido hijo mío y le daba sus buenos golpes, y lo dejaba caminando derechito. No, Dolores, no me abras los ojos que no te voy a echar gotas. Más bien deja de lagrimear ahí. Pareces pendeja. Ya se murió. ¡No puedes hacer ya nada por él! Pero, mi hija, ahora es cuando tienes que amarrarte las faldas bien amarradas. Tienes la obligación de cuidar de los otros hijos que te quedan. Date cuenta de que tu niña ya tiene quince años. ¿Quieres que siga por ahí regalándose a cualquier tipo por unos pesos? ¿Que lo estoy inventado? No, mi hija, no sigas intentando tapar el sol con las manos, pues todo el mundo la ha visto. No es nada sino que la preñen, porque ahí sí te arreglaste, criando hijos quién sabe de quién. Después no vayas a quejarte donde mí. Aunque, bueno, para eso están las amigas así como yo, firmes; no como esta gente que hablan tan mal a tus espaldas del Weimar. ¡Tan hipócritas! Míralos aquí, tan campantes. No como yo que sí te digo tus verdades en la cara. Por otro lado, qué decir de tu hijo menor. ¿Quieres que siga los pasos de la belleza de su hermano mayor? ¡Tienes que ponerte las pilas y dejar de chillar que ya nos tienes fastidiados con tanta lloradera, maldición y embuste que dices ahí! ¿O es que a ti te gusta que detesten a tus hijos? Párale bolas, Dolores, párale bolas; la vida no se acaba con el Weimar.


SOLUCIÓN AL CRUCIGRAMA



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