“EL PERFUME” DE SÜSKIND ES UN ALMIZCLE

Por Naudín Gracián

Una de las imprecisiones lingüísticas más comunes es la utilización de la palabra demasiado con el sentido simple y llano de muy o de bastante. Así la gente dice “Esto está demasiado bueno”, “Nos divertimos demasiado” o “En esa fiesta hubo demasiada comida”; por “Esto está muy bueno”, “Nos divertimos bastante” o “En esa fiesta hubo bastante comida”.

Si nos remitimos al sentido preciso de las palabras, todo lo que es en demasía es incorrecto, repugnante o dañino, pues todos los excesos son peligrosos.

Existe una dificultad extrema para precisar dónde termina lo bastante y dónde empieza lo demasiado, o sea lo excesivo. De esto no se libra, obviamente, el arte literario. Encontramos que muchas novelas parecen excederse en ciertos aspectos, hasta saturar; y sólo los estudiosos o académicos logran salir inmunes al otro lado de su lectura, mientras que muchos lectores desprevenidos simplemente se quedan empantanados en esos pozos tan densos.

Es esa la falencia principal de la famosísima novela de Patrick Suskind, “una de las más leídas” de finales del siglo XX, El perfume. Esta obra tiene un inicio de una fuerza impresionante, como pocas en este subgénero literario, comparado en intensidad, interés y originalidad con el de El Quijote, Cien años de soledad o incluso la Ilíada. La descripción y narración de la situación salúbricosocial del París del siglo XVIII, fecha y escenario del macabro nacimiento del protagonista Grenouille, estremece, hace reír y atrapa de inmediato. Las vicisitudes del crecimiento de este personaje, y el desarrollo de su monstruosa alma de asesino sin conciencia, casi inocente pues ni siquiera percibe la magnitud de sus actos (no concibe la valía y singularidad del ser humano frente a los demás seres u objetos de la naturaleza), es una idea que ha dado sus excelentes frutos en un alto número de ventas y lectores. Sin embargo, este libro no debió llamarse El perfume, sino El almizcle o La Saturación, pues es esa la sensación que provoca. Cuando Grenouille se introduce en su mundo personal al margen de la realidad, que es la alquimia de los olores, Suskind lo describe tan imbuido en su afán de crear nuevas o diferentes fragancias, que para él no existe más que su frenesí creativo. De lo que no parece percatarse el escritor es de que precisamente en la descripción y narración del frenesí de su protagonista, él mismo, Patrick Suskind, es víctima de su propia fiebre creativa, tan intensa que un lector poco conocedor de ese universo del perfume, casi se ahoga en la avalancha de datos, fragancias, ideas, nombres y detalles, que parecen no tener fin o que dan la vuelta sobre sí mismos. Recuerda uno a Michael Ende derrochando imaginación en la creación de personajes de las más inverosímiles naturalezas en su libro Historia interminable, o a Oscar Wilde mencionando un sinnúmero de detalles de culturas exóticas en algunos pasajes de El retrato de Dorian Gray. Como estas obras mencionadas (de calidad incuestionable), en muchos libros sus autores parecieran tener afán por demostrarle a sus lectores la enorme riqueza de su conocimiento o investigaciones sobre lo que escriben, con una acumulación de datos que algunas veces no corresponden con precisión a las necesidades de la historia que escriben, sino a su propia inmersión en el proceso creativo. En El perfume hay tantos olores, hedores, fragancias, sustancias, esencias, maceraciones, destilaciones, combinaciones, cremas, pomadas, perfumes, flores, etcétera, que el lector siente que se saturan sus ojos y se le embota el cerebro por tantos datos e ideas que se suceden en una cascada que pareciera por momentos no tener fin ni freno. Algo así forzosamente deja de ser un perfume, una fragancia literaria, para pisar los terrenos del almizcle, que si bien es cierto es elemento esencial para el perfume, es algo hostigante y repelente. Es, entonces, un perfume (léase novela) demasiado aromatizado, o sea en exceso. Si a este aspecto le agregamos algunos deslices narrativos como el hecho de que miles de personas (que en la misma obra son definidas como de muy precario sentido del olfato y muchas de las cuales están a varias cuadras de distancia) son subyugadas instantáneamente por una fragancia hasta el punto de despojarlas de su propia voluntad; o que el protagonista en cierta ocasión se haya sentido enfermo con el olor humano, pero luego de siete años de purificación de su nariz y pulmones vuelva a vivir entre ellos sin que su olor le produzca efecto alguno, entre otros deslices; y si todo eso lo miramos a través de la máxima que reza que en literatura (y en la vida) todo lo que sobra desmejora, concluimos que El perfume es una novela demasiado buena en el mismo sentido en que una naranja está demasiado madura; o sea que se pasó de calidad.

Dos conceptos impresionistas



Oye, sea este el momento para decirte mis respetos por esa novela corta de AGAR E ISMAEL. Es la mejor novela corta que me he leído en Colombia. Es una obra maestra y la comparo con La perla, Muerte en Venecia, Sidharta y La familia Pascual Duarte. Tiene buen swing, buenos dribblings y un jab directo al mentón del pensamiento. Es parodia, palimpsesto, una obra contundente.
Sentí putería al terminarla; me arrancó lágrimas.
Juan Mares


Cuando este libro llegó a mis manos (LAS COSAS DEL PROFESOR TIRADO), no creí que me iba ser de tanta utilidad como me ha sido. Lo he utilizado como herramienta para motivar la creatividad en mis alumnos al describir, para crear narraciones festivas y muy interesantes: para su desarrollo en la construcción de textos.

Entre sus páginas se encuentra “Par de ambulantes”, un texto que les fascina y les motiva a escribir la realidad con imaginación.

LAS COSAS DEL PROFESOR TIRADO es un libro que todo educador debe tener en su biblioteca o, mejor, en sus manos; tanto por lo literario como por lo didáctico, pero más por lo motivante para despertar el deseo de escribir la realidad que se pasea por nuestros barrios y calles; en los recreos y aulas.

Creo que este libro es un recurso que aporta importantes elementos para comprometer a los jóvenes a no dejar pasar los momentos de la vida sin quien los escriba, como a buen ejemplo lo hizo el autor Naudín Gracián, quien guardó las memorias de sus clases e inmortalizó a su profesor.

Creo que en algún momento de mis labores, me he hallado con el libro LAS COSAS DEL PROFESOR TIRADO en una de mis manos y en la otra, a CORAZÓN del italiano Edmondo De Amicis.

Luis Payares.


(Aclaro que LAS COSAS DEL PROFESOR TIRADO está narrado como si fueran las memorias de un escritor recordando cómo un profesor le enseñó a amar la escritura, pero en realidad nunca tuve ese maestro. Naudín)

El libro de los tigres

Por Naudín Gracián

Leí Cuentos felinos, un libro cuyo título aboca a un equívoco pues no se trata de una de esas antologías tan en boga ahora como consecuencia del mercantilismo, en las cuales no es la calidad de los textos el parámetro que los agrupa sino la temática: poemas al vino, cuentos de la ciudad equis, la literatura y el fútbol, etcétera. Decía entonces que Cuentos felinos no es un libro de cuentos sobre esa clase de depredadores, sino de unos cuantos amigos que se saludan llamándose recíprocamente “Ajá, Tigre” (con la excepción de uno de ellos que se acepta jaguar).

Más allá de que los conozco a todos y que a algunos puedo considerarlos amigos (a cada uno le he leído uno que otro texto que considero bastante malo), éste es un muy buen libro. Al terminar de leerlo uno queda con la certeza de que se trata de escritores en plena cima, y que el género del cuento en la región Caribe colombiana está musculoso.

El coloquio de los ventiladores, de Adolfo Ariza (¿es filosófico o sarcástico-socarrón?), Padre no había enviado manzanas (el viejo dolor personal plasmado en lo mejor de la obra de José Luis Garcés, ahora asentado sobre el dolor del país), Tríptico de la decrepitud, de Raymundo Gomezcásseres (ya no es el cáncer metastásico que tanto me golpeó en su primera novela, sino el desmoronamiento de unas vidas, de una sociedad, atacada por el Alzaihmer: la incomprensión, el abandono, la incomunicación, el nadaimportanadismo), Todo el que anda de noche, de Clinton Ramírez (un viejo Cormorán que recuerda a Conrad o quizá al Gaviero, perdido en el hedonismo a falta de otro faro para apuntar a puerto alguno) e Historia del bufón llamado Don José Domínguez de Alamar, de Guillermo Tedio (tremendo tratado de la ruindad humana), son cuentos que, si uno se dejara llevar por el optimismo, diría que tendrán trascendencia, que representarán un hito en la literatura de nuestra región.


Pero como estoy de acuerdo con lo que dijo Manuel Mejía Vallejo en su Taller de Escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín: “Si en Colombia ahora saliera por primera vez la Ilíada, nadie diría nada, pasaría desapercibida”, sólo pretendo hacer constar que leí este libro y que me gustó mucho.

Un buen festival de literatura

Del 4 al 6 de septiembre de 2014 tuvo lugar la versión 22 del Festival de Literatura de Córdoba que organiza el grupo cultural El Túnel en Montería, Córdoba, Colombia.

Este evento contó con una variada programación constituida por conferencias, recitales, tertulias, presentación de libros, música, "lecturas de memoria" de extensos apartes de obras de Gabriel García Márquez, visitas de los escritores invitados a colegios de la ciudad, entre otras actividades.

Este año este festival tuvo un nivel particularmente alto, aportado por las disertaciones de intelectuales y escritores de prestigio que fueron contratados por los organizadores, tales como los doctores en literatura Cristo Figueroa y Pablo Montoya, los escritores Adolfo Ariza y Clinton Ramírez, entre otros.

Esta versión de este evento demostró que la buena organización, la calidad de los artistas incluidos en la programación, y la gestión de un buen público en número y calidad, es lo que garantiza un alto nivel de estas actividades y la satisfacción de los asistentes.

A los escritores nos tienen que pagar para asistir a los encuentros

 ¿A los escritores nos tienen que pagar para asistir a los encuentros?
Por Naudín Gracián

En la programación de los eventos culturales, tales como festivales, certámenes, ferias, entre otros, se acostumbra incluir la presencia de algunas personalidades de renombre (en la medida en que el presupuesto lo posibilite). Vemos que así como a Valledupar llevan agrupaciones musicales pagándoles astronómicas sumas de dinero, igual sucede en las ferias de libros a las cuales llevan autores de prestigio, en el Festival Iberoamericano de Teatro donde presentan compañías y actores famosos, y así sucesivamente.
Como lo que me interesa en este texto es hablar del mundo de los escritores, concentrémonos en ello. Mencioné lo anterior para puntualizar que se trata de una práctica muy generalizada, no exclusiva de este renglón social.
Ahora bien. Vemos que al Hay Festival de Cartagena y a la Feria del Libro de Bogotá (los dos acontecimientos locales de Colombia más importantes en el mundo de las letras) llevan autores con mucho renombre, cuya presencia es sumamente costosa para los organizadores. Pero a esos eventos los únicos literatos que van no son esos invitados especiales. No, señor. Ellos son la punta del iceberg porque asistimos miles y miles de escritores que gestionamos pasajes, hoteles y demás con las alcaldías, entidades, patrones (he sabido de casos que rayan con la mendicidad), etcétera, y por supuesto la gran mayoría asumimos los gastos de nuestro propio bolsillo. Y nos “pateamos” la fiesta con nuestra anonimidad a cuestas, mendigando un espaciecito o un poco de atención para mostrar nuestro talento incomprendido (aunque sea de algunos transeúntes o de algunos comensales en la cafetería); y luego nos sentimos afortunados y sacamos pecho contando que fuimos a la Feria o al Hay, y aún más si alguien nos dio unos minutos para decir algo en alguna actividad en la que compartimos la mesa con diez o más creadores, muchas de las cuales no cuentan con una audiencia superior al número de “conferencistas”.
Pero sucede que algún quijote gestiona espacios (los espacios para la cultura no son especialmente fáciles de conseguir), amplificación, grupos musicales; hace publicidad y convocatoria; organiza, imprime y distribuye un programa, consigue decoración, video beams… y todas las demás arandelas que tiene un encuentro de escritores, y cuando nos invita (a ese montón de autores de los que hablé en el párrafo anterior) nosotros enseguida indagamos: “Y qué dan”, o “cuánto pagan”. Yo les he preguntado a algunos que si asistirán a equis acto, y enseguida dicen: “A mí no me han invitado”. O sea que los organizadores no les han prometido viáticos, alojamiento, alimentación y dinero. Y nota uno que los poetas y narradores asistentes a una de estas convocatorias (las realizadas por algún quijote parroquial) somos exclusivamente los escritores “invitados”. ¿Qué sería de la Feria del Libro de Bogotá y del Hay Festival si los escritores no “invitados” asumiéramos esa actitud?
Analicemos un poco. A esas festividades culturales llevan como atractivo a personas de renombre que, con su sola presencia, aportan al reconocimiento del evento. A eso le sumamos que esos invitados dan conferencias o entrevistas que enriquecen el intelecto de los asistentes (esto no es una regla inamovible pues en la FilBo presencié a Fernando Vallejo diciendo un montón de lugares comunes que hacían reír a la audiencia, sin nada nuevo en el fondo). Vemos entonces que aceptamos como normal que a ellos se les pague lo que se les paga aunque nosotros no solo asumimos los gastos para asistir de nuestro bolsillo, sino que incluso pagamos para entrar a las actividades, como ocurre en el Hay. Pero, si el certamen es organizado por un quijote parroquial, cambia la cosa: acá yo soy el famoso, la celebridad (en ese “yo” se incluyen hasta los que no han publicado libro alguno sino si acaso algún poemilla o artículo en algún periódico o revista de circulación local). Por eso asumo que me tienen que pagar pues voy a aportarles. Si no me pagan, no voy. Que cuánto vale ese evento, que cuántas rabias, decepciones y trasnochos les costó a los organizadores la gestión; que cuánto quedan debiendo… Eso ni me va ni me viene. Y luego comentaré (casi siempre con saña) la calidad del hotel, de las comidas, de la atención, del público.
Esto parece ser culpa en gran medida de la cultura paternalista que hemos cultivado con respecto a la escritura. Si alguien (un quijote parroquial, valga la aclaración) organiza un encuentro o festival de literatura, damos por sentado que el gobierno y unas entidades o empresas le han aportado varios millones de pesos (y vivimos hablando todo el tiempo de que no se apoya el arte) de una manera magnánima. Casi que le han metido la plata en el bolsillo para que pueda llevar a su localidad a todas esas estrellas que somos todos y cada uno de los creadores. Para el Hay y la Filbo sabemos que de nuestros impuestos se destinan miles de millones, pero a sus organizadores no les pedimos informes de sus cuentas a la hora de asumir nuestros gastos para asistir.
Eso que pasa con los escritores no sucede, por ejemplo, en el campo musical. En cualquier festival de esta expresión artística, por pequeño que sea, los músicos asumen, sin dolores mayores, que los organizadores llevan a dos o cinco agrupaciones de renombre a las que se les paga mucho dinero, mientras que ellos, el resto de artistas, asumen sus gastos. Yo he andado con algunos (aunque no soy músico, qué más quisiera) y en los certámenes duermen en el suelo o en hamacas, en colegios, casas de cultura, restaurantes comunitarios; y se alimentan de lo que pueden o de la magnanimidad de los músicos del pueblo anfitrión, quienes los hospedan en un compadrazgo admirable. Algunos de esos artistas de los que hablo son reconocidos, ganadores de muchos festivales, con trayectorias y destrezas magníficas; gente que realmente va a aportarle al espectáculo.
Pero entre los literatos, eso no puede suceder. Si usted piensa organizar un encuentro de escritores, no piense en que nos va a brindar un espacio, tiempo, amplificación, público, posibilidad de dar a conocer nuestra obra a la gente y a los otros autores; auditorios, presentación de artistas como músicos, danzantes; una programación, posibilidad de aprender…; mucho menos espere que nosotros le agradezcamos sus esfuerzos por la gestión de todo eso. Piense primero en cuánto nos va a pagar, las comidas que nos dará y el hotel de alta calidad en que nos alojará. Porque de lo contrario, no asistiremos, ni siquiera los despreciados cotidianos que vivimos en la localidad donde se organiza.
Claro que estoy hablando de lo que sucede en nuestras parroquias (municipios y capitales provinciales), porque uno ve cómo en Argentina, Chile y otro países americanos y europeos organizan encuentros en los que los escritores no solo asumen sus gastos de viaje sino que pagan, para participar en ellos, grandes sumas de dinero que no solo alcanzan para el éxito del evento sino para remunerar a los organizadores (son realizados por personas que se dedican y viven de eso). Y, en las ciudades grandes, los literatos pagan por asistir como público raso a simposios, capacitaciones y talleres. Supe que en una ocasión en Bogotá hicieron una convocatoria para un taller gratuito y pasó la prueba (porque ¡oh, extremo de los extremos: hicieron prueba de admisión!) tanto personal que optaron por aceptar sólo a los que habían ganado algún premio nacional de literatura. Pero en nuestras provincias los escritores no vamos a estas cosas (y mucho menos vamos a pagar por asistir), a menos que se nos pague (con dinero o con alimentación, hotel u otras deferencias), sencillamente porque nosotros no tenemos nada que aprender (¡Dios nos libre!), sino que enseñar o que aportar.

Una advertencia muy importante:
Si usted tiene veleidades de quijote parroquial, no se le ocurra organizar un evento para escritores en el cual nosotros tengamos que asumir nuestros gastos (incluso en el caso en que usted gestione precios especialmente rebajados para nosotros), porque será la comidilla, blanco de insultos y hasta el hazmerreír nuestro, pues no tendremos duda de que su objetivo es utilizar nuestra fama y genialidad para robarse los dineros que el gobierno y las entidades privadas casi le han metido a la fuerza en los bolsillos para que nos atienda como nos merecemos las estrellas mediáticas que somos.

Un anacronismo extremo:
Yo pensaba que un encuentro de escritores era un evento al que se invitaban a unos pocos intelectuales prestigiosos en este ramo, para que hicieran sus aportes a un público ansioso por ese conocimiento, tanto que en algunos casos estábamos dispuestos a pagar para tener derecho a recibirlo. Y ese público, pensaba yo, éramos precisamente (por antonomasia) los literatos y uno que otro profesor, estudiante y parroquiano despistado que llegara.

Una observación final:

He detectado que estos encuentros se han convertido en unas reuniones de amigos, de roscas, porque siempre vamos como “invitados” los mismos con nuestros aportes mínimos. Pero, ajá, qué pueden hacer los organizadores pues, si no reparten entre la mayor cantidad posible de escritores el esmirriado presupuesto que gestionan, no tienen público y se les muere el evento, porque, si no lo hacen así, los poetas y prosistas (que es el público natural) no asistimos. Esto da como resultado que baja la calidad del evento pues no alcanza el dinero para traer a escritores de renombre que realmente aporten conocimientos y reconocimiento. Y luego, durante el desarrollo de la programación, ve uno a los organizadores arriando y rogándonos a los escritores invitados para que entremos a los actos y sirvamos como público, a pesar de que nos están pagando por nuestra presencia en el evento.


Coletillas:

1. Imagínese que usted organiza una fiesta para pasarla rico con sus amigos, y para poder contar con asistentes a ella usted tiene no solo que buscar sillas, música, orquestas (estos son los invitados famosos en este caso), etc., sino también darles los pasajes, el hotel, para el taxi…, y además algo de platica para que lleven para sus casas.
2. Dejo claro que a quienes se CONTRATA para un evento cultural, se les debe pagar, Y BIEN; solo que para merecerlo debe haberse forjado un nombre con calidad y persistencia, así como cuando CONTRATAMOS a una orquesta para que amenice una fiesta. Pero eso no quiere decir que si no me contratan no voy a ir a la fiesta aunque me inviten. Los músicos no contratados también van a divertirse, a saludar a los amigos, a mostrarse, a aprender y hasta a pedir un chancecito en la tarima. Recordemos que a Diomedes Díaz (EL GRANDE) lo echaban de las fiestas. Pero, perdón, nosotros los intelectuales no contratados para un encuentro no somos músicos, sino genios incomprendidos.

Pasa unos días inolvidables

No tienes que ser escritor, ni poeta, ni pintor, ni músico; claro que si lo eres, mucho mejor.

El único requisito es que te guste la literatura, la música, la danza, el arte en general; el mar, pasear, hacer amigos interesantes, sostener conversaciones constructivas, escuchar música de altos quilates, pasar unos días construyendo hermosos recuerdos.




Llega a la hermosa ciudad de Tolú, departamento de Sucre, Colombia, del 15 al 18 de agosto de 2014 (los días que quieras, no tienen que ser todos) y gózate el III FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA Y NARRATIVA en homenaje a Gabriel García Márquez. Puedes participar activamente en la programación mostrando tus creaciones, o simplemente puedes asistir y compartir con un grupo interesante de personas venidas de diversas partes del país y del exterior.


Date estos días de esparcimiento en un lugar paradisíaco, y nutre tus sentimientos y tu alma con la poesía, la música y la narrativa.


¿Qué tienes que hacer?

Sólo llamas al Hotel Montecarlo de Tolú, sede del evento, y haces tus reservaciones. Este magnífico establecimiento ofrece precios especiales para los asistentes al Festival. Es muy bueno que te hospedes en ese hotel para darte la oportunidad de compartir con los amigos y artistas asistentes; pero, si lo prefieres, puedes hospedarte en otro lugar; lo importante es que llegues y disfrutes de esta excepcional oportunidad.

Los teléfonos de dicho hotel son celulares 3184636307 y 3148583651.

Si quieres participar en la programación, contáctate con Jorge Marel al celular 3007652707 o al fijo (5) 2885043.

Te esperamos. Apoya estas iniciativas constructoras de humanidad, paz y felicidad.




Prográmate con tiempo y regálate unos días de verdadero turismo artístico.

Tres novelas premiadas

Por Naudín Gracián

En la Universidad Central de Bogotá, dirigido por el reconocido escritor y docente Isaías Peña Gutiérrez, existe hace más de 30 años el Taller de Escritores de la Universidad Central (TEUC), el cual se disputa con el de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín el honor de ser el más antiguo e ininterrumpido taller de escritores del país. Por ambos espacios han pasado, como aprendices (algunos por más tiempo que otros), muchos de los escritores que hoy engalanan las letras de Colombia por sus reconocimientos y la importancia de sus publicaciones, como Jorge Franco Ramos, Luis Fernando Macías, Libardo Porras, Nahum Montt, Juan Álvarez, Manuel Rincón, Gloria Inés Peláez, Pablo Montoya Campuzano, entre muchos otros.
Hace unos pocos años la Universidad Central ha implementado un certamen literario con el fin de promover la lectura de las obras que se cuecen en su taller y de medir su calidad frente a la producción literaria nacional. Se trata de un concurso de cuentos y otro de novela corta que desde 2008 tiene carácter nacional, o sea que en él participan escritores de todo el país aunque no hayan pertenecido al taller.
Recientemente he leído las tres novelas premiadas hasta ahora en este certamen, en su versión nacional, obras que debería conocer el país pues este concurso se ha distinguido por contactar para jurados a excelentes escritores (Evelio Rosero, Nahum Montt, Alberto Duque, Lina María Pérez, Ricardo Silva, entre otros), lo cual es garantía de que las obras premiadas tienen, por lo menos, un mínimo aceptable de calidad.

Hot hot Bogotá
Autora: Alejandra López González
130 páginas
Premio nacional de novela corta 2008


Se retrata en esta novela el mundo de los ricos: banalidades, drogas, sexo, cuernos, marihuana, moteles, traiciones, falta de valores, de objetivos en la vida de sus protagonistas; desprecio por la ética y la moral; gente con su situación económica definida o que se le define fácilmente porque sus empresas no tienen problemas, sus trabajos tienen suficientes clientes (y por eso sus vidas y dolores giran exclusivamente alrededor de asuntos personalísimos); nunca están entre sus preocupaciones con qué van a comer o a vestir, cómo conseguir para el pasaje (ni siquiera cuando el viaje es para otros países), hasta el punto de que la visa, una de las cosas que más ponen a sufrir a los colombianos, se las consiguen sus agencias de viajes; son celebridades: es a través de la televisión y las revistas que se enteran de los amores de sus amigos y amantes...  En fin, todo lo económico les es fácil, fluido, sin contratiempos. Su única fuente de dolor y frustración son sus relaciones amorosas, algo que no es poca cosa, pero si a eso se le agregan las afugias económicas, las frustraciones ante los sueños irrealizados, la lucha por conseguir lo mínimo para sobrevivir, que es lo que vive el resto de personas (los no ricos), el drama es mayor.
No obstante, en esta novela todo eso está atravesado por la realidad dolorosa del país: fosas comunes, desapariciones, crueldades…, pero como está narrada desde el punto de vista de una mujer rica, esa realidad parece algo ficticia, lejana, poco trascendente, hasta que al final también la narradora es atropellada por la barbarie.
Tiene esta novela una estructura sencilla (es simplemente la confección del mundo de la protagonista y de sus amigas con sus maridos y amantes), un ritmo vertiginoso y un lenguaje fluido que hacen que su lectura sea agradable, rápida y entretenida.

Notas de inframundo
Autor: Alejandro Cortés González
110 páginas
Premio nacional de novela corta 2009

Lo más sobresaliente de esta novela es su lenguaje ágil, escueto, sin pretensiones literarias, como si el autor planteara: “Lo que sucedió fue esto y punto, así que dejémonos de literaturadas”. Sólo tiene un lunar en el cual el escritor parece tener la intensión de “hacer literatura”: cuando en el capítulo tres diversifica la narración y la presenta como un guión de cine.
Esta novela tiene estructura policiaca (pero no lo es porque, como dice un teórico: si en una novela el protagonista no es un policía, entonces no es policiaca), de misterio por resolver que hala (o empuja) al lector a seguir leyendo para saber en qué termina aquello, lo cual la hace muy interesante. Se va desenvolviendo como una serpiente a la que uno le busca (con afán bien justificado) la cabeza. Y, cuando se acabó la anécdota, se acabó la novela: el narrador no tiene más nada que decir y no tiene necesidad de inventar más nada. Es una novela redonda y uniforme, sin altibajos ni cabos sueltos ni titubeos, como no se acostumbran ahora, pues la moda actual es hacer historias con saltos, con capítulos sin conexión, como para que el lector, si quiere y puede, los acomode donde quiera; muchas veces sin unidad sino un revoltijo de anécdotas que construyen una atmósfera alrededor de unos personajes o de unas situaciones. Al respecto, recuerdo que hace un tiempo un autor exitoso del momento me regaló una novela suya de la que le hice caer en cuenta que estaba mal editada porque le faltaban algunas páginas, y me dijo: “No importa. Lee lo que está bueno”. Me maravilló aquello porque tengo la idea de que el autor se jode tremendamente la vida tratando de darle la coherencia, el rito y el tono preciso y único a su creación. Pero, bueno, de todo se ve en la viña del Señor.
No sé si puedo decir que Notas de inframundo es una buena novela, pero, en todo caso, su autor es alguien que respeta el lenguaje, el tema y al lector. Y esos tres elementos juntos en una obra es algo muy diciente de su calidad.


La soledad del dromedario
Autor: Daniel Villabón Borja
140 páginas
Premio nacional de novela corta 2010

No podría decir sino que es, junto con El necrófilo, de Gabrielle Wittkop, la novela más extraña que he leído. Gira esta historia alrededor de un único personaje, de manera que cuando menciona a otros, dice de ellos sólo lo que afecta al protagonista, sin que se definan de dónde vienen ni para dónde siguen luego de su contacto con él. Se maneja en ella un ambiente oscuro y un tono gótico, propicio para sucesos de espanto, lo cual no sucede a lo largo de la historia, pero al final a uno le queda la sensación de que leyó algo espantoso, no por lo malo, sino por la atmósfera. Uno no termina de saber si esta obra es infantil, de terror, psicológica, erótica, maligna, sutil o burda, armónica o inarmónica, si lo que narra es natural o inadmisible. En la nota que le hace Jorge Eliécer Pardo en la contracarátula deja ver su extrañamiento ante su lectura: “Uno termina entendiendo que más que un esperpento es una gran obra de arte”. En otras palabras, Pardo da a entender lo que elucubraba yo mientras avanzaba en la lectura: “Bueno, esto es un hallazgo o una obra malograda; el autor la concibió así o no alcanzó su propósito. No sé, pero lo cierto es que este libro es una vaina singularmente rara”.
Cuento, más que novela (podía haber cabido bien en 40 páginas), al final desvaría un poco, cuando ya se han acabado las dos anécdotas alrededor de las cuales gira el relato: el cumpleaños de una niña al que ha sido invitado el personaje, y el festejo de su propio cumpleaños.
Lenguaje preciso y minucioso, tema extraño, manejo del claroscuro, final débil estéticamente hablando, personaje bien creado e inolvidable; todo eso hace de La soledad del dromedario un relato que no pasa desapercibido para el lector. Con seguridad por eso le dieron el premio.

En estas tres novelas hay coincidencias muy precisas. Primera: sus autores han sido formados en talleres de literatura: los tres han hecho parte de la Red Nacional de Talleres de Literatura (otros dicen de escritura creativa) del Ministerio de Cultura (antes RENATA, hoy RELATA), y dos de ellos del Taller de Escritores de la Universidad Central (TEUC), el que organiza el certamen que los premió. Segunda: en las tres el sexo es muy importante, determinante, y se muestra de una forma descarnada, casi obscena. Tercera: en las tres se nota el taller, o sea un lenguaje cuidado, buen desarrollo de los personajes, minuciosa exploración de las situaciones, aplicación de una técnica narrativa cuidada, un narrador bien definido. Y otra coincidencia, muy importante: puede que no sean grandes obras de arte, pero las tres garantizan una lectura sabrosa.


Nota. Este texto fue escrito en 2010. Luego se han premiado en este concurso otras obras que no conozco. 

Conferencia sobre el cuento colombiano

El viernes 6 de junio de 2014 se realizó una muy pertinente y sustanciosa charla titulada El cuento colombiano - Estéticas, en Cereté. Este evento académico fue impartido por el docente universitario, escritor y director de talleres literarios quindiano Carlos Fernando Gutiérrez gracias al programa de apoyos a los talleres literarios de Relata, programa del Ministerio de Cultura de Colombia.

El acto se realizó en la sede de la Fundación Casa de la Cultura de Cereté, Córdoba, donde funciona el taller literario Raúl Gómez Jattin dirigido por el licenciado Ignacio Izquierdo Ayala.

Carlos Fernando habló a un selecto grupo de asistentes sobre la evolución del cuento colombiano desde la colonia hasta nuestros días, puntualizando los cambios sustanciales que ha tenido este género en las diversas épocas del país, y sus mejores cultores.

Fue una charla muy interesante para los presentes, quienes participaron activamente del conversatorio.

UNA COSECHA LITERARIA MULTICOLOR

Tengo la impresión de que la verdad, aunque nunca ha sido estable, en tiempos pasados tendía a ser de alcances más amplios, tanto en el tiempo como en la cantidad de personas sobre las que reinaba. Uno ve que frases o enunciados lapidarios como “el tiempo es oro, y quien lo pierde es un bobo”, fueron aceptadas sin resquicios de duda por un amplísimo sector de la sociedad humana durante un respetable intervalo de tiempo. Incluso otras más discutibles como la virginidad de María, antes y después del parto, o la venerabilidad de la sabiduría de los ancianos, gozaron de esta potestad. Pero en nuestros días no hay verdades que sean aceptadas siquiera por todos los miembros de una familia o de un equipo de trabajo, ni que no sean cuestionadas en el mismo momento en que son proferidas. Y aunque esa fragilidad humana me duele, en el fondo me alegra que sea así, pues es lo que nos vuelve tan diversos (lo único rescatable del ser humano es que es digno de ser superado, dice el filósofo de la tierra).

Por todo ello, amigo poeta Juan Mares, cada día soy más temeroso de decir esto es blanco o no lo es, pues más de una vez luego me he burlado de mí mismo al constatar la estupidez de mis aseveraciones.

Así pues, no me atrevo a darte un concepto sobre el libro Policromías literarias que me regalaste (ni siquiera bajo el parasol del “para mí”, pues es normal que el mismo “mí” que soy, después diga que la cosa es todo lo contrario), sino que me limito a dejar constancia de que lo leí.

Encuentro en este libro bastante jungla, campo (árboles, pájaros y cosechas) penetrando el pavimento de la ciudad. ¿Podrían ustedes escribir de otra manera, se les perdonaría eso siendo ustedes de una población como lo es Apartadó, una pequeña urbe rodeada, casi atacada por el verdor?

Me quedan indicios, sombras, felices las más, al terminar de leer este libro que es la tarjeta de presentación del colectivo Urabá Escribe. Amores silvestres, de los de antes; furias femeninas apocalípticas (como son las furias propias  de las mujeres), políticos que sobreviven al naufragio en la balsa inestable del matrimonio, un paraíso permeado por el dolor (no puede serlo de otra manera, no existe), una leyenda indígena signada por la tragedia de esta raza; cuentos antiguos de tesoros hallados; una serpiente asesina que recuerda a Quiroga; alguien se hincha de canto como las cigarras, y otro predica que somos una réplica en miniatura del universo. Que no se me olvide pedirte, Juan, que me saludes a Nanny por saber que las mujeres callan porque el miedo lleva su nombre.

Gracias, Juan, por hacerme saber de ustedes, de sus pequeñas verdades, de que ustedes tal vez existen según parece enunciarlo este libro de cosechas que titularon Policromías Literarias.

Naudín Gracián.

Adiós a Jerson, una verdadera tragedia

El 19 de febrero de 2014, a las 4:30 de la tarde, se le dio sepultura a Jerson Regino Díaz en el cementerio de Sahagún, Córdoba, de donde era oriundo.

Jerson, licenciado en Informática, era docente de esa área en la Institución Educativa San Jorge de Montelíbano, desde el 2002.

Jerson era el único hijo varón de los cuatro retoños de Eliseo Regino y María Díaz. Este docente pereció el 17 de febrero en un absurdo accidente ocurrido en la vía de La Apartada hacia Montelíbano, al medio día. Un auto que iba de Montelíbano hacia la Apartada invadió el carril del docente quien iba en una moto en compañía de su hijo José David, de solo 19 meses de edad, y un sobrino de su esposa. Dicho auto lo arrastró varios metros restregándolo contra la baranda de un pequeño puente que hay en el lugar y estrellando la motocicleta contra un taxi que venía desde La Apartada. Jerson terminó sobre unos alambres de púas ubicados fuera de la carretera, lo cual le produjo severas heridas. Además, tenía serias lesiones en el área de la cadera y en otras partes del cuerpo.

El niño José David falleció de inmediato, pero Jerson fue remitido en ambulancia hasta la Clínica de Traumas y Fracturas de Montería. Allí fue atendido diligentemente por el cuerpo de médicos que lo reanimaron luego de un paro respiratorio. Sin embargo, rato después le volvió a repetir y ya les fue imposible recuperarlo. "Los médicos batallaron bastante con él, pero no pudieron hacer nada", declaró su tío, el conocido docente Alfaro Regino. El otro muchacho, el sobrino de la esposa del docente fallecido, de alrededor de 15 años de edad, sufrió varias fracturas pero está fuera de peligro.

Lina Barrios, la esposa de Jerson, está embarazada de 3 meses.

Esta tragedia ha conmocionado a la comunidad montelibanesa ya que este muy joven docente era una persona excepcionalmente servicial, siempre sonriente y muy positiva. Además, se destacaba por sus participaciones en las actividades culturales (dominaba muy bien los zancos) y deportivas de la localidad.

En la sala de docentes de su institución se le brindó un homenaje durante el día de ayer 18 de febrero; luego, en la noche fue velado en la casa de su esposa, en La Apartada, junto al cuerpo de su pequeño hijo, y hoy se le trasladó a Sahagún, su ciudad de origen y donde residen sus padres, para ser sepultado.

Alfaro Regino sostiene que Jerson alcanzó a hablar con los médicos, pero no tenía conocimiento de lo que le había pasado ni dónde estaba. Incluso preguntó por su hijo pero parece que no porque temiera que hubiese muerto en el accidente, sino por su cariño natural de padre. "Yo pienso que Jerson, si se hubiera salvado del accidente, de todas maneras se hubiera muerto al saber la muerte de su hijo", aseguró el tío, que fue quien lo recibió y acompañó en la ciudad de Montería en sus últimos instantes.

El auto que arrolló al docente es de una reconocida comerciante de Caucasia, dueña de un restaurante, quien aceptó la culpa del suceso.

En el sepelio de Jerson estuvo presente un numeroso grupo de docentes de Montelíbano. Allí se habló de hacerle un homenaje póstumo y de poner una placa en su honor en la Sala de Informática de la Institución Educativa San Jorge, donde él desarrollaba su labor educativa.

Este ha sido un episodio especialmente doloroso tanto por la muerte del niño José David y su padre, como por tratarse de personas tan jóvenes y apreciadas por la comunidad.

Aquí un video de homenaje http://www.youtube.com/watch?v=oZLeGenemKo

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