Abram, Sara, Agar, Ismael, Isac, personajes archiconocidos con sus situaciones conflictivas: celos, envidias, engaños, maldades, abandono... son el pretexto para narrar dolores eternos del ser humano. Con una propuesta estética interesante, esta novela corta nos transporta, a través de una historia bíblica, a una actualidad perenne llena de temores, agresividad, ilusiones, irrespeto, falta de responsabilidad y de valores, que se repite cíclicamente en los hogares. Novela controversial y entretenida que pone a dudar.
Primer capítulo
AGAR Y LA DESESPERANZA
Siempre había querido conocer el mar. Quizá por eso, apenas se vio arrojada a una libertad que desde hacía mucho tiempo deseaba llena de temores, se le ocurrió que por él le sería más fácil alejarse para siempre de aquellas gentes y de esa vida infeliz que mucho se lamentaba de haber escogido.
Siempre había imaginado el mar como un lugar sereno y placentero, recostado contra playas refrescadas por palmeras y arrulladas por aves de diversos orígenes, que sólo a sus orillas podían reunirse después de viajar desde todos los lugares de la tierra. No obstante, ahora que se le acercaba, tenía la sensación de que podría tratarse de la mismísima boca del infierno, porque el sol y el fogaje le chupaban la vida en cada gota de sudor que le exprimían del cuerpo. La brisa sólo servía para hacer más sólido el sofoco del aire, además de que azotaba con sus nubes de partículas y dificultaba avanzar.
Miró a su hijo. Arrastraba los pies, los ojos casi en blanco, la boca abierta y el rostro congestionado. Ya Ismael se había cansado de lamentarse y ahora solamente se desplazaba sin esperanza alguna de llegar a ninguna parte. Pura arena, un cielo completamente azul que se estrellaba contra el horizonte, esqueletos de árboles muertos desde la prehistoria, y uno que otro cactus. El sol parecía opaco; sin embargo, las dunas reverberaban por el calor.
–Sólo un poco más, hijo, y encontraremos agua.
–Es mentira, mamá, sabes que no llegaremos a ninguna parte.
–Sí, mijo, sí llegaremos. Mira que la brisa fresca nos indica la cercanía de algún jagüey. Hay que tener fe.
El muchacho continuó en silencio hasta que, poco después, sus rodillas se doblaron, sin esperanzas ni gemidos. Agar trató de apoyarlo cruzando un brazo de Ismael por encima de su hombro y agarrándolo fuertemente por la cintura, pero pareció resistirse. Comprendió que así, más que nunca, no llegarían a donde iban. Entonces lo arrimó a una palizada casi cubierta por la arena en busca de un poco de sombra, consciente de que era un lugar propicio para nidos de serpientes. No tuvo ánimos para revisar el sitio. Por el contrario, se alejó un poco.
Miró el horizonte impertérrito, la brisa que azuzaba el fogaje y la arena picante contra la piel. Volvió la vista hacia el muchacho. Los párpados estaban casi cerrados, a no ser por una mínima raya blanca que los separaba. La boca abierta, el cuerpo desgonzado, como si el sol lo hubiera despojado de los huesos.
Entonces apartó la vista de él, se echó tras un pequeño promontorio, dándole la espalda, y cerró los ojos, dispuesta a no verlo morir y a no abandonarlo a las hormigas y serpientes. Lo enterraría con sus últimas fuerzas.
A decir verdad, ya no sentía desesperación, ni ganas de llorar, ni siquiera sed. Se había apoderado de ella una debilidad enorme, como si nada tuviera importancia, como si todo aquello no existiera.
En ese momento, escuchó el primer clamor que le recordó el bramido de un becerro herido en la garganta. Las entrañas se le contrajeron y le pareció que algo la arrastraba hacia el fondo. Sin embargo, no le llegaron las lágrimas. Sentía que la lucidez se le iba por momentos.
El muchacho volvió a quejarse, y su voz metálica, áspera y herida, elevó un ronquido, tal vez una plegaria, que ningún dios descifraría.
Novela Corta
Dimensiones: 12 x 17 cm.
88 páginas
Editorial Paso de gato
3 ediciones: 1996, 2006, 2007
EDITORA DIGITAL
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