Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando el homínido comenzó a bajarse de los árboles porque en ellos ya no encontraba el suficiente alimento o porque eran más sabrosos y nutritivos los del suelo, necesitó aprender a erguirse y a caminar en dos patas para parecer más grande ante sus posibles depredadores y para otear a lo lejos su fuente de alimento. Entonces, a raíz del enderezamiento de sus huesos y de la necesidad de parecer temerario, creció un poco más.
Sin embargo, en ese entonces el planeta tierra desconocía en gran medida la enorme arma que es la inteligencia, de manera que se imponía la fuerza bruta y la ferocidad para la sobrevivencia a costillas de las especies y ejemplares inferiores y débiles. Por ello, muchos animales crecían considerablemente y la ferocidad era cuestión de vida o muerte, de manera que existía gran número de depredadores enormes, frente a los cuales, el homínido en busca de ser hombre, era un ser realmente indefenso. Por ello, tuvo que aprender a vivir en manadas, tanto para defenderse como para alimentarse, pues ya empezaba a escasear el alimento.
Esta convivencia social propiciada por la necesidad, requirió que hubiera una organización, lo cual implica reglas y leyes que cumplir, que en un principio seguramente emanaron de la fuerza y la ferocidad, como en todas las especies, pero con el tiempo empezaron a emanar de la inteligencia y la astucia. Entonces comenzó la comunicación humana propiamente dicha, el pensamiento y el lenguaje, o sea que se desprendió el hombre de su condición animal para constituirse definitivamente en un paso diferente de la evolución, en otra especie claramente distinta: la raza humana.
Durante este incipiente desarrollo de la inteligencia propiciado por el lenguaje y el pensamiento, apareció el primer tabú, factor muy importante para el desarrollo de la familia que es base de la sociedad civilizada. Resulta que, naturalmente, en esos principios de la sociedad humana, todas las hembras pertenecían a todos los machos de la tribu y solamente la fuerza o la jerarquía limitaban mínima y momentáneamente esa pertenencia. Pero entonces apareció el primer tabú que consistió en considerar que los padres no pueden tener contacto sexual con los hijos porque se consideró un hecho antinatural. Como resultado, la sociedad humana se vio en la necesidad de reorganizarse para garantizar la no violación de dicho tabú. De esa manera, se separaron los hombres de las mujeres en tribus distintas, las cuales se asaltaban mutuamente de acuerdo con los impulsos de su naturaleza reproductora. En esta forma de sociedad humana, los críos varones eran “rescatados” de las tribus femeninas durante las luchas intertribales, o cuando cumplían cierta edad eran abandonados con el fin de que las tribus masculinas los adoptaran. Sin embargo, esto no convenía a ninguno de los dos sexos ya que debilitó la raza y se agredían mutuamente con demasiada frecuencia, de manera que surgió la necesidad de establecer un puente de unión que siguiera garantizando que no hubiera contacto sexual entre padres e hijos. Así surgió el primer matrimonio que consistió en que tribus enteras de machos se casaban con tribus enteras de hembras, de manera que se protegían mutuamente y no se agredían a la hora de saciar los instintos sexuales.
En esta nueva forma de la sociedad humana, todos los machos de la tribu masculina tenían derecho a cualquiera de las hembras de la tribu femenina. En consecuencia, cuando un crío nacía hembra, la mamá se quedaba con él porque pertenecía a la tribu femenina, pero cuando nacía macho, el crío se criaba con la tribu masculina porque pertenecía a esa tribu: machos con machos y hembras con hembras.
Esto duró algún tiempo sin que cayeran en la cuenta de que de esa manera los padres podían tener relaciones sexuales con los hijos, dado que un hombre de más de 40 años podía haber engendrado una de las hembras de alrededor de 20 años, y como él tenía derecho a cualquiera de las hembras de la tribu femenina, podía estar con su propia hija. Por lo demás, obviamente no había paternidad definida pues una mujer podía estar con todos los machos de la tribu masculina.
En vista de esto, comenzó a delimitarse el número de miembros del matrimonio y apareció el matrimonio por clubes en remplazo del matrimonio de tribus. Esto consistía en que las mujeres empezaron a pertenecer a un número limitado de hombres, por ejemplo 5, pero a su vez cada hombre podía pertenecer a otros clubes de hombres que poseían a otras mujeres. O sea que la mujer adquirió el derecho a tener la obligación de recibir a solamente a los hombres de su club, no a todos los que quisieran estar con ella, pero el hombre no se limitaba a una sola sino que podía hacer parte de varios de esos clubes. Esta sociedad, por supuesto, tenía que ser matriarcal pues no tenía importancia cuál de los hombres del club embarazaba a la mujer, sino que el hijo, indefectiblemente, pertenecía a la madre sin importar quién era el padre.
Con el tiempo, la mujer adquirió el derecho a pertenecer a un solo hombre a cambio de un gran sacrificio: que durante un período de tiempo fijo, algo así como un mes al año, ella tenía que complacer a todos los machos que la desearan. Esto se llevaba a cabo en una especie de templos religiosos o claustros de expiación en donde la mujer pagaba su derecho a que el resto del año no tuviera la obligación de recibir sexualmente a todos los machos. Luego de este período corto, ella regresaba a su hogar y volvía a estar obligada sexualmente a sólo un hombre.
La siguiente conquista femenina en la sociedad, consistió en que apareció una serie de sacerdotisas que reemplazaban al resto de mujeres en su expiación: estas mujeres vivían permanentemente en dichos claustros a disposición de todos los machos, para que el resto de hembras no tuviera que ir durante su período a entregarse a cualquiera que la deseara; por ello, dichas mujeres eran veneradas por la sociedad: se consideraba que se sacrificaban por las demás y fueron tenidas como una especie de sacerdotisas o semidiosas. Los hombres estaban prácticamente obligados a ir donde ellas para cumplir con su derecho de poseer a todas las mujeres a través de ellas. Los hombres tomaron la costumbre de llevarles algún presente, que no era tomado como propiedad privada de la sacerdotisa visitada, sino para la manutención y ornamentación del templo. Surgieron entonces las que recibían a todos los hombres, no para redimir a las demás mujeres y ayudar con los presentes al templo, sino para quedárselos, y así nace la prostitución femenina con su innegable fondo religioso.
Como podemos ver, la monogamia (un hombre para una mujer) fue un invento femenino que costó sacrificios a la mujer, aunque parezca absurdo a nuestra etapa de la evolución humana.
De todas maneras, la forma como se consolidaba el matrimonio, en ese momento no estaba muy definida y presentaba mucha cabida a la promiscuidad sexual y, con ello, a la incertidumbre sobre la paternidad. Resulta que normalmente un hombre, para asegurar que su esposa no era familia cercana suya (y hasta posiblemente hija pues todavía nadie sabía quién era el padre de nadie, como se verá más adelante), él debía raptar a su pareja de una tribu o población vecina. Para ello, se aliaba con 4 o 5 amigos pues esto era un asunto donde arriesgaba la vida a manos de la tribu a la que pertenecía la mujer que se robaría. Este grupo de hombres raptaba a la mujer, muchas veces a costa de sangre, y la primera noche, todos tenían derecho a estar sexualmente con ella, pero luego la mujer pertenecía solamente al que planeó su robo. En consecuencia, la mujer y su descendencia quedaban perteneciendo a esta nueva tribu. Sin embargo, si este hombre la trataba mal, la mujer podía dejarlo y escoger a cualquiera del grupo que la raptó para ser su mujer; naturalmente, cargaba con sus hijos y de esa manera la mujer podía tener hijos de varios hombres: la sociedad seguía siendo matriarcal. Ahora bien, la propiedad privada aún no existía, de manera que todos los hombres (cazando y asaltando en guerras intertribales) y todas las mujeres (cultivando, pescando y criando a los hijos) trabajaban para toda la tribu. Como los hijos eran de las madres y la tribu era considerada una sola familia, todos los críos eran hermanos, o sea que una mujer estaba tan obligada con los críos de sus entrañas como con los críos de las otras mujeres de la tribu: el matrimonio se limitaba al derecho que tenía la mujer a recibir sexualmente a un solo hombre durante el tiempo en que convivía con él.
Cuando sucedía todo esto a nivel social, a nivel económico el humano todavía era seminómada: tenía asentamientos, pero los cambiaba continuamente de acuerdo con las estaciones y la abundancia o escasez de alimento (caza, pesca, cultivos). Hubo un primer paso hacia la propiedad privada (fundamental porque propició el nacimiento de esta división de los bienes terrenales y con ello de todo lo que implica nuestra cultura del mercadeo): la tribu se posesionaba (por colonización o conquista) de un espacio de terreno y se lo dividía en adjudicación temporal, por ejemplo, durante 5 años. Al cabo de ese tiempo, la tierra dejaba de pertenecer por sectores a cada uno de los miembros de la tribu, se volvía a juntar y a repartir de nuevo con los fines de rotarse las mejores y peores partes del terreno entre todos los miembros, y de darles tierras a los nuevos miembros de la tribu.
Como es fácil deducir, entonces nacieron los primeros pueblos y el hombre rápidamente dejó de ser nómada para posesionarse de las mejores tierras, pues, por lo demás, ya el planeta estaba suficientemente poblado como para que no hubiera excelentes lugares baldíos por todas partes. No hay que tener mucha imaginación para suponerse las tremendas guerras intertribales por la posesión de los mejores terrenos para la pesca, la caza y el cultivo. De manera que nacieron los pueblos grandes, con caserones donde cohabitaban muchas familias con hijos comunes pues todos comían lo de todos y, como ya se dijo, una mujer podía cambiar varias veces de marido sin importar quienes eran los padres de sus hijos. Esto les garantizaba que se podían proteger de los muy posibles y bastante comunes ataques de tribus vecinas.
A raíz de que la tierra pertenecía por temporadas largas a miembros particulares de la tribu, algunos comenzaron a trabajar más duro que otros, o sus lugares eran mejores, de manera que empezaron a sobrarles cosas: comenzaron a tener más de lo necesario para sobrevivir, o sea comodidades como mejores vestidos, armas y animales domésticos que poco a poco dejaron de ser comunes para convertirse en propiedades privadas. Estos señores empezaron a negarse a devolver sus buenas tierras para ser redistribuidas, y poco a poco sus lotes tomaron un estatus de posesión perenne. Como ya podían conseguir algo más que lo necesario para comer y medio vestir, empezaron a acumular ovejas, vacunos, caballos, gallinas y otra suerte de animales que domesticaron y cultivaron en criaderos. Y aquí se fregó definitivamente la mujer, porque pasó a ser parte de la propiedad privada del hombre, o sea una esclava.
Resulta que, cuando el hombre individual empezó a acumular tierra y animales, o sea riqueza, naturalmente le interesó tener la certeza de que quienes heredaran sus bienes fueran hijos de su sangre, sin que existiera ninguna duda, cosa que no se podía con la forma de matrimonio vigente hasta entonces, como ya se explicó. En consecuencia, el hombre esclavizó a la mujer como única posibilidad de estar seguro de que sus hijos eran de él, de que sus herederos habían sido engendrados por él, o sea de que no había trabajado durante toda su vida para unos hijos ajenos.
Como se puede ver, en esta etapa se constituyó definitivamente la monogamia, no como un privilegio de la mujer, sino como una obligación cuya violación la pagaba con la muerte pues el hombre no quería correr el más mínimo riesgo de heredar en hijos ajenos: recuerden que las adúlteras eran matadas a piedra en las puertas de la ciudad en la cultura hebrea, y estos registros de la Biblia son de una etapa más avanzada de la civilización humana. Sin embargo, la monogamia no existía para el hombre pues él era el dueño de las posesiones y no importaba de qué mujer eran los hijos, siempre y cuando se tuviera seguro quién era el padre. Con este privilegio sexual exclusivo, el hombre se coronó rey de la sociedad humana, y la mujer no tuvo ningún inconveniente ni demora en coronarlo: le puso los cuernos. Naturalmente, como el hombre no tenía obligación de llegarse sexualmente a una sola mujer, accedía a muchas mujeres, entre ellas las casadas. El hombre inventó su diploma como rey y él mismo lo rompió, o tal vez pudo ser idea femenina, porque toda opresión produce consecuentemente su rebelión, y qué mejor rebelión a su esclavización sexual que los cuernos.
Luego de eso, el ser humano ha evolucionado enormemente en su organización social, en su economía y principalmente en las comunicaciones. Se dice que la humanidad se ha desarrollado más en los últimos 50 años, que en los 4.000 anteriores. Sin embargo, la situación intrafamiliar se ha mantenido estática a pesar de la permanente lucha de la mujer por nivelarse en derechos y privilegios con el hombre. De todas maneras, cada día le es más difícil al hombre controlar sexualmente a la mujer debido a los logros que ella ha alcanzado en el trabajo y el estudio, lo cual le da más oportunidades y libertad de personalizar el uso de su sexualidad; pero la división de las tareas en el hogar la sigue manteniendo con un número mayor de responsabilidades, mientras el hombre mantiene un número superior de posibilidades de imponerse socialmente.
Sin embargo, y quizá a raíz de que la mujer sigue oprimida, la monogamia cada día es más débil, más imposible, de manera que los cuernos se constituyen en una característica propia del matrimonio. Tal vez, en un futuro no muy lejano (en realidad ya se está dando este giro), con el propósito de seguir conservando su supremacía sexual, el hombre vuelva a una especie de matrimonio por clubes, o sea que un hombre tenga una mujer con dos o tres amantes reconocidos, de manera que entre todos les sea más factible asegurar que la mujer que comparten no tenga relaciones sexuales con desautorizados: como quien dice, se reemplazaría la traición por el cuerno legalizado.
BIBLIOGRAFÍA:
ENGELS, Federico. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Medellín: Bedout. 1982.
MORGAN, Lewis. Ancient society, or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery through Barbarism to Civilization. Londres: MacMillan and Co. 1877.
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