Con los cuerpos enredados

Esta obra es la ganadora del Primer Premio del IV Concurso de obras inéditas de carácter Literario y Científico del Concejo de Medellín. Está compuesta por 48 cuentos, uno de los cuales, el que le da el título, está dividido en 4 capítulos distribuidos en el cuerpo del libro. La mayoría son cuentos cortos y minicuentos, uno de 13 palabras. Cuentos de amena lectura, algunos de final sorpresivo, jocosos.

PALABRAS DEL AUTOR AL RECIBIR EL PREMIO

En un principio pensé hablar de todo lo que hay detrás de este libro, de lo que quedó por escribir, de tanto demonio que me obligó a parirlo, pero resulta que soy un convencido de que la creación literaria es una comunión entre la obra y el lector, en la que el propósito o la opinión del autor no tiene nada que hacer si no fue capaz de transmitirla a sus lectores. Por eso considero que una creación literaria es lo que ella en sí misma dice, sin que nadie ni nada pueda salir a defenderla o a explicarla, o sea que todo lo que se diga de una obra literaria que pretenda ser buena, siempre sobra.

Sin embargo, quiero decirles que en este libro creo haber acomodado muchas de las furias que me ator­mentan día a día y que al mismo tiempo me mantienen vivo, el caos de este mundo simétricamente desordenado que es la única forma como se me ha permitido vivir; esa pretensión de divertirnos a costa de las pequeñas crueldades hacedoras de la vida, que de cierta manera todos estamos en la obligación de tener para no morirnos a cada paso bajo el peso de las derrotas.

Soy contrario a la opinión de que la soledad es el alto precio que hay que pagar por escribir. Más bien creo que ella crece en nosotros desde antes de nacer y nos apaña cuando caemos a la vida, por lo que uno no tiene más remedio que convertirse en escritor como única posibilidad de liberar estos demonios para que no terminen con nosotros. Por ello digo al unísono con alguien de quien ahora no recuerdo el nombre: "El que pueda continuar vivo sin escribir, que lo haga y que se considere afortunado".

Finalmente, y después de agradecer al jurado el haber escogido mi obra, deseo que cuando aborden este libro, lo disfruten porque en él no se descarta ese objetivo, pero me sentiría mucho más realizado si, como yo, lo padecieran.

ALGUNOS CUENTOS DE ESTE LIBRO:

EL CIRCULO
(A Natalia Villegas porque vive en franca lid contra el olvido.)

.. sin fijarse en que estaba a medio vestir, pues sólo llevaba encima una levantadora muy transparente que mostraba, más provocativamente que si estuviera des­nuda, los pechos desafiantes, el hipnotizador ombligo, la tanga esquinocurvada y los muslos de cálida firme­za, mi esposa fue a abrirle a mi amigo cuando éste tocó a la puerta. Él me preguntó que cómo seguía —un poco turbado y maldisimulando su desconcierto— , y yo le contesté que el siquiatra consideró que mis alucinacio­nes y fijaciones mentales no requerían que me internaran en un sanatorio, mientras me Interesaba en cómo mi amigo miró y apartó la vista de los senos y del bulto triangulado de mi esposa, para volver a mirarlos y a apartar de nuevo la vista; y como noté que eso había despertado ese animal que cargamos adentro y colgando, me puse a imaginar un poco: vi a mi amigo entrando a mi casa mientras yo estaba ausente, vi a mi esposa abriéndole la puerta vestida con esa levantadora que muestra más que si estuviera desnuda; los vi saludarse en las bocas, los vi estrujarse las carnes, los vi arrancarse las ropas, los vi esculcándose la piel; y cuando él comenzó a humedecerse entre las piernas abiertas de ella, me levanté de la cama con un prodi­gioso salto y, con el revólver que tenía escondido bajo las almohadas, allí los liquidé: al uno sentado en un taburete observando el estado de mi salud, y a la otra saliendo de la cocina con un par de bebidas en las manos. Y la culpa de todo la tuvo el hecho de que, sin fijarse en que estaba a medio vestir, pues sólo llevaba encima una levantadora muy transparente que mostraba, más provocativamente que si estuviera des­nuda, los pechos desafiantes, el hipnotizador ombligo, la tanga esquinocurvada y los muslos de cálida firme­za, mi esposa fue a abrirle a mi amigo cuando éste tocó a la puerta. Él me preguntó que cómo seguía —un poco turbado y maldisimulando su desconcierto— , y yo le contesté que el siquiatra consideró que mis alucinacio­nes y fijaciones mentales no requerían que me internaran en un sanatorio, mientras me Interesaba en cómo mi amigo miró y apartó la vista de los senos y del bulto triangulado de mi esposa, para volver a mirarlos y a apartar de nuevo la vista; y como noté que eso había despertado ese animal que cargamos adentro y colgando, me puse a imaginar un poco: vi a mi amigo entrando a mi casa mientras yo estaba ausente, vi a mi esposa abriéndole la puerta vestida con esa levantadora que muestra más que si estuviera desnuda; los vi saludarse en las bocas, los vi estrujarse las carnes, los vi arrancarse las ropas, los vi esculcándose la piel; y cuando él comenzó a humedecerse entre las piernas abiertas de ella, me levanté de la cama con un prodi­gioso salto y, con el revólver que tenía escondido bajo las almohadas, allí los liquidé: al uno sentado en un taburete observando el estado de mi salud, y a la otra saliendo de la cocina con un par de bebidas en las manos. Y la culpa de todo la tuvo el hecho de que... (continúa en la página 1) 1990

DECISIÓN

Algo me dijo que una idea solicitaba por mí. Entonces la busqué por entre los vericuetos de mi me­moria, pregunté por ella a todos mis recuerdos —algu­nos me odiaban sin que yo lo supiera—, hasta que la encontré enredada en la orilla del olvido.
Cogí a mi idea de la mano, la senté sobre el cadáver de un árbol que me regaló frutas cuando era niño, y hablamos, nos esculcamos los bolsillos más insospe­chados, nos estrechamos, nos entramos mutuamente.
Es tan mía y ya la quiero tanto que prefiero no verla sujeta a la rigidez de unas palabras, ni abandonada para siempre, como muerta, sobre la palidez de una página. Julio 7 de 1990


DETALLE


Profané sus cabellos con mis dedos, luego los posé sobre su nariz de ángel, en sus ojos de diosa y en su boca de reina. Unté mis manos con aceite de linaza y comencé a lubricarle la cara, el cuello, los pechos, y no se ruborizó. Seguí recorriendo con mis dedos su vientre, su cadera, su pubis; y ella continuó estática, con su mirada perdida y con su misma sonrisa congelada. Le manoseé los muslos, seguí hasta los pies, volví a subir las manos por todo su cuerpo, hasta que quedó totalmente lubricada; y ella aún está quieta. Ahora co­mienzo a vestirla y, aunque no me colabora, es liviana y no se me opone. Le pongo la ropa interior: ¡Qué bien se ve su pubis bajo la pantaleta y su busto generoso tras el brasier!. Luego le pongo el vestido con el que más me complace verla para que los demás también se complaz­can viéndola.

Bueno, he terminado el último detalle que le hacía falta a mi nuevo almacén: Ya vestí el maniquí. Noviembre 14 de 1986

ASESINATO

Y llegó a tanto su vicio de matar, que cierto día su sombra lo recriminó con enérgicas protestas.
El sacó el arma y desde entonces lo hemos visto sin sombra. Marzo 1 de 1988

PROCESO

Se dice que debido a su último disgusto con la moral, decidió no honrar nunca más a la luz del sol con su presencia.

Entonces se encerró y devoró su precioso gato. Luego atrajo todas las ratas del pueblo y se alimentó con ellas. Más tarde se comió su perro, los muebles y hasta las cucarachas, convertidas en postres, fueron pasajeras de sus tripas.

Nadie lo ha vuelto a ver, pero por ahí se rumora que pronto morirá de hambre pues, de él, sólo le quedan pequeños trozos para terminar de devorarse. Abril 21 de 1988 



Dimensiones: 13,5 x 21,3 cm.
Medellín 1991
Concejo de Medellín
Serie Autores de hoy
112 páginas

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