Un amor para el olvido

Clemente, joven rico y bien educado, luego de reflexionar profundamente sobre la felicidad conyugal, decide casarse con Astrid, muchacha de clase media baja, sin sospechar que el infierno puede surgir de detrás de cualquier puerta o incluso de sí mismo. Esta novela corta e intensa lleva a que reflexionemos sobre la verdad, el amor, el destino y nuestros propios    noviazgos o relaciones conyugales.

Capítulo 6:

Se levantaron tarde, justo para el almuerzo, porque Clemente hizo la manera de quedarse a su lado, a pesar de que se despertó a su hora acostumbrada. Por ratos leía en silencio, y cuando detectaba que estaba despierta, leía en voz alta para ella, o le contaba cosas de su vida o de sus gustos (aunque no parecía que le interesaban mucho), hasta que notaba que se había vuelto a dormir.

Después de reposar el almuerzo, Clemente dispuso que Romi, Yury y Gisela los acompañaran a la piscina. Como se trataba de un acto ya rutinario para las muchachas de la casa, y como sabían que tenían poco tiempo para el disfrute (robado al quehacer que les esperaba), al llegar se despojaron de los trapos innecesarios y se lanzaron al deleite sin más miramientos. En cambio, Astrid se dio unos segundos para medir con la mirada el área de la piscina y su profundidad, la cristalinidad del agua y la seguridad de las orillas. Se rió en voz alta de que Romi parecía una rana debajo del agua debido a la blancura de su piel y a los movimientos desordenados de sus piernas. Romi buscó con la mirada a Clemente, temerosa de soltar el reproche que se le vino a la boca, pero calló al ver el guiño indulgente que le hizo su patrón. Astrid probó la temperatura del agua con los pies y se tiró a la piscina haciendo gestos de que estaba muy fría. Sin embargo, pronto se aclimató y disfrutó sin frenos en compañía de las otras jóvenes.

Pronto, las muchachas comenzaron a deslizarse por el tobogán, una a una mientras las demás observaban desde la piscina y se burlaban de los gestos de miedo, de las vueltas que daban, de los movimientos de brazos y piernas, de la cara con que salían del agua después de caer. Desde el principio, Astrid se sintió tentada a lanzarse igual que las demás, pero disfrazó su temor aparentando que no le gustaba. Clemente disfrutaba su inocencia casi ridícula, pero, pasado un rato, salió del agua y fue a recostarse en una silla playera a hojear el periódico.
Llegó el momento en que Romi, Yury y Gisela debieron retirarse para preparar la cena y adelantar otros oficios. Astrid sintió algo de disgusto por tener que quedarse sola, pero no se atrevió a decir nada. Las vio salir del agua, secarse el cabello, envolverse en sus toallas. Luego, continuó jugando en la piscina, hundiéndose y volviendo a salir a respirar, como un pálido y torpe delfín. De pronto, se descubrió libre de la posibilidad de hacer el ridículo, y subió al tobogán, cuidándose de que nadie la viera. Sin embargo, Clemente la observaba mientras fingía leer.

Astrid se acostó de barriga en el canal y se soltó con lentitud de los bordes para que la gravedad y el agua la arrastraran. Al principio, el deslizamiento fue lento y placentero, pero, luego de la primera curva, se encontró con un inesperado salto que aceleró la velocidad de su caída. Al pasar por la siguiente curva, Astrid perdió la respiración cuando vio el piso por encima del borde del canal, y pensó que se saldría debido a la velocidad que llevaba. Alcanzó a imaginarse despanzurrada en la orilla de la piscina. Trató de agarrarse, pero los bordes estaban muy altos y la superficie era totalmente lisa. Pataleó desesperada y lanzó un grito de terror que fue cortado por el agua que le entró a la boca al caer en la piscina. En realidad el tobogán sólo tenía tres metros en su parte más alta y su recorrido gastaba unos pocos segundos, pero a Astrid le pareció que caía de una altura impresionante durante los minutos más terroríficos de su vida.

Tragó agua y chapaleó con desesperación para sacar la cabeza, ahogándose en un sitio donde el agua no le llegaba a los hombros. Cuando por fin pudo distinguir a Clemente, éste estaba riéndose y eso le produjo vergüenza y rabia.

—¿Por qué te ríes de mí? Parezco sonsa, o qué.
—No, nada. Estate tranquila, cariño, eso no fue nada.
—Yo sé que estás pensando que soy una estúpida desadaptada, pero eso no te da derecho a reírte de mí.

Salió con brusquedad de la piscina. Se secó, se envolvió en la toalla y se alejó haciendo caso omiso a los llamados y disculpas de Clemente. Asumió una actitud altiva pero en realidad iba llorando de la cólera.



Novela corta
Dimensiones: 14 x 21,5 cm.
Ediciones Arte & Cultura
Medellín 2002, 3 ediciones
72 páginas



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