Me declaro analfabeta para la poesía

 He oído decir a algunos al hablar de libros que no comprenden,
que esos libros son los más profundos.
Fernando González – Pensamientos de un viejo


Se dice que la única manera de aprender a leer es leyendo, pues la acumulación de lecturas en la memoria posibilita que, al enfrentar un nuevo texto, podamos relacionarlo con una mayor cantidad de conocimientos, lo cual es básico para la interpretación. Incluso se dice que también en lectura todos los caminos conducen a Roma, ya que si se adquiere el vicio de leer lo que sea, tarde o temprano se terminará encontrado las cosas buenas y refinando el gusto.

Sin embargo, confieso que con la poesía no me ha dado resultado este método: mientras más leo poesía, menos puedo comprender qué hace que un poema sea considerado bueno o malo. Esto lo digo porque me estrello una y otra vez contra libros con excelentes comentarios y recomendaciones, y aún más, con premios, que (¡vean qué cosas!) o no me dicen nada o lo que me dicen me sabe a icopor, a azúcar simple.

Resulta que tengo la gran atrofia mental de creer que la obra literaria debe ser una especie de espejo en el cual el lector vea o proyecte algo suyo: sus alegrías, miedos, frustraciones y sueños; o sea que en ella el lector debe tener la posibilidad de identificarse a sí mismo. Entonces, cuando leo un poema en el que no puedo entender nada, o en el que, para interpretar algo, debo hacer unos malabarismos tales de la mente que debo decirme: esto parece que se refiere aquello, o si lo miramos así, puede que se esté refiriendo a esto otro; pues sí, cuando leo uno de esos poemas, me digo: “No, seguramente esto está muy claro y yo soy tan bruto que no lo entiendo”. Eso lo pienso prendido de mi fe en la buena fe de los escritores, porque como dijo Jaime Jaramillo Escobar: “Quien escribe para que no lo entiendan debe estar loco o se burla de nosotros”.

A causa de ese no entender lo que los críticos y jurados dicen que es bueno en poesía, no salgo de mi asombro al encontrar que poemas con versos extremadamente sencillos, con las palabras de todos, las vivencias de todos los días, la transparencia del agua más pura, y que a mí me gustan mucho, también haya críticos que digan que son buenos. Ejemplos: “Si me quieres, quiéreme entera/ No por zonas de luz o sombra…/ Si me quieres, quiéreme negra/ Y blanca. Y gris, y verde, y rubia/ Quiéreme de día,/ Quiéreme de noche…/ ¡Y de madrugada en la ventana abierta!/ Si me quieres, no me recortes:/ ¡quiéreme toda… o no me quieras!” (Gioconda Belli); o este otro: “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más;/ caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar/ Al andar se hace camino/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar/ Caminante, no hay camino,/ sino estelas en la mar” (Antonio Machado). Y qué decir de éste: “Qué te vas a acordar Isabel/ De la rayuela bajo el mamoncillo de tu patio/ De las muñecas de trapo que eran nuestros hijos/ De la baranda donde llegaban los barcos de la Habana cargados de…/ Cuando tenías los ojos dorados/ Como plumas de pavo real/ Y las faldas manchadas de mango…” (Gómez Jattin). También este: “Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña/ Los he escrito sencillos para que tú los entiendas/ Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan/ Un día se divulgarán tal vez en toda Hispanoamérica…/ Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias/ Otras soñarán con este amor que no fue para ellas/ Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas/ (escritos para conquistarte a ti) despiertan/ en otras parejas enamoradas que los lean/ los besos que a ti no despertó el poeta” (Ernesto Cardenal). Veamos éste: “Junta las manos, ponlas entre las mías y escúchame, oh amor mío. Quiero, hablando con una voz suave y arrulladora, como la de un confesor que aconseja, decirte cuán acá de lo que conseguimos queda el ansia de conseguir…” (Fernando Pessoa). Agreguemos éste: “…mi negra tiene un meneo que no cabe por la calle/ mueve el tacón y la punta del zapato y ese baile/ derrama tantas fragancias que no caben en el aire (X504). Rematemos con éste: “Cuando Matilde camina/ hasta sonríe la sabana” (Leandro Díaz).

Cuando leo cosas como éstas, sonrío, me exalto, me doy un puño en la otra mano por el entusiasmo, se las muestro a alguien, las comparto con mis alumnos. Entonces recuerdo una frase de García Márquez: “Mientras más clara es la prosa, más se ve la poesía”. Sin embargo, vuelvo a quedar en la confusión más espantosa, en una decepción de mí mismo al ver que versos como los que siguen son comentados con grandes halagos, provocadores del rótulo de “maestros” para sus autores, premiados, etcétera (no pondré los nombres porque el objetivo aquí no es comentar a estos poetas y mucho menos levantar ampollas, pero pondré las iniciales como respeto a los derechos intelectuales):  “En la piedra opalina /se celaba el secreto/ en la transparencia se entreveían/ las arrugas obscuras de todos los rostros/ de estos dos mil años/ las nervaduras de los árboles y de las hojas/ quemadas para calentar la luna” (S. F.). Leamos este otro a ver si sí podemos entender: “De cara/ a la pantalla astral/ milenios de evolución absortos/ en este cruce infinito de coordenadas/ cuando la sombra de mis manos/ sombra palmaria/ vengo a ofrendarte en calidad/ de red para el enigma (C. C., poema utilizado por Ómar Castillo para resaltar lo tremendo que es este autor). Intentemos entender éste: “He visto en griego el nombre de Aquiles/ mi alma turbada/ me dijo que el poema es huella de talón” (R. P.). Sigamos con la esperanza de que se nos abra la inteligencia y leamos éste: “A su trono de palabras/ una palabra llega/ una palabra se va/ una palabra llega/ una palabra se va/ una palabra llega/ una palabra se va” (L. B.) (¿Será esto tan brillante que su brillo me imposibilita ver lo claro que es?). Mejor intentemos entender el que sigue: “El rayo que descendió/ apagó la luz sobre el cuerpo del santo/ y del demonio/ la gruta se contrajo/ y de nuevo la alta torre se derrumba/ un planeta cruje/ con voces condensadas por la niebla/ trozos de metal/ glacial silencio/ mandrágoras que transmutan su luz y devoran sus raíces/ peligrosas mutaciones/ densa nube vaporosa/ en un cuerpo luminoso (O. L.). Para mayor asombro mío, la poeta de éste último ejemplo citado, me dijo que para ella si un poema no conmueve, no sirve. Al leer estos textos me digo: ¿Qué dijo? ¿De qué trata el poema? ¿Qué tiene esto que ver conmigo? ¿Por qué debo leer un libro que no me dice nada, como éste? ¿Con qué criterio recomiendo la lectura de un texto así? Como sé que muchos de los lectores de esto que escribo han entendido perfectamente esos versos, se han emocionado, los han padecido o disfrutado, llego a la conclusión frustrante de que yo debo ser muy, pero rematadamente bruto para la poesía, pues si estos problemas de compresión los tuviera alguien que esporádicamente lee poesía, no sería tan decepcionante, pero que los padezca alguien como yo, que he gastado tanto tiempo leyendo, supuestamente buenas cosas, demuestra que ya nunca podré aprender nada de este tema.

Hace poco estuve en un recital de una voz prometedora de la poesía colombiana, educado en Francia, con traducciones y estudios críticos de poesía. En un poema mencionó varias veces el ejército turco. En la sesión de preguntas, luego de unos comentarios arrodillados del público frente a la profundidad del poeta (me acordé del rey que estaba desnudo y sólo una niña se atrevió a decirlo), levanté, casi escondiéndola, mi mano para preguntar sobre las razones para la mención del susodicho ejército. Recordando el impresionante episodio de La Peste en que un escritor deposita su razón de vivir en lograr que en su novela una amazona cabalgara adecuadamente una potra, sufriendo insomnios y delirios por cada palabra para lograr el efecto deseado por él, temí recibir una cátedra de historia bélica asiática que demostrara la monstruosidad de mi ignorancia al hacer semejante pregunta. El poeta me contestó que puso “turco” porque no le gustó “jónico” ni “dorio”. En esa misma ocasión alguien dijo que esos poemas que no se entienden son otra forma del silencio y hay personas cuyo silencio es muy profundo (léase sabio).

Haciendo honor a Salomón cuando escribió que no hay nadie más sabio que un necio en su necedad, se me ha dado por creer que escribir así es fácil, simplemente se coge la clave, la costumbre, y los versos salen por montones, acumulados dan poemas, libros y premios otorgados por otros poetas que escriben igual y que por lo tanto esperan que los jurados de otros concursos, poetas similares a ellos, a su turno les den sus premios. Y el público, la gente común y corriente, al que parece que consideran tarado pues no les interesa hacer nada para que los entienda, sigue alejándose cada vez más de la poesía por lo intrincada, oscura, sólo para “iniciados”, hecha de nubarrones y zumbidos, como escribió alguna vez Andrés Nanclares.

Espero que me excusen, pues la ignorancia es atrevida.

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