Pequeñas Bestias

Un grupo de turistas es atrapado dentro de una cueva. Ante las altas probabilidades de no salir con vida, algunos desatan su lado oscuro y deciden hacer lo que nunca se han atrevido, o cuentan lo incontable.
Novela corta intensa que reflexiona profundamente sobre la condición humana y atrapa desde la primera página hasta un final inesperado y cuestionador del papel del héroe. Sin duda te impresionará.

Un capítulo:        

Encuentran que son solo nueve: dos guías, dos muchachas, la señora enferma, Gilberto, un adolescente de escasos quince años y los dos jóvenes que lograron subir en el momento crítico, gracias a su agilidad y fuerza. Gilberto siente un fresco en el alma al darse cuenta de que el topo con el que discutió sobre el origen de esas cuevas, no se salvó.

Los hombres se quitan las camisas y las amarran entre sí para hacer una cuerda. Agarrado de ella, baja el guía Jacinto al bloque de tierra del que subieron antes del deslizamiento. Está peligrosamente ladeado, pero resiste los fuertes golpes que le da con el pie. Luego se suelta de la cuerda de camisas que sostienen dos jóvenes arriba y empieza la difícil maniobra de bajar a la señora.

Movilizar a una mujer de unos setenta kilos en un espacio en el que ni siquiera es posible erguirse totalmente, es una tarea mucho más complicada que mover otra clase de carga del mismo peso, porque hay que tratarla de manera tal que se maltrate lo menos posible. Los dos jóvenes la toman por los pies y el guía Juan de Dios con el muchacho por debajo de los hombros. La arriman al borde del barranco mientras Gilberto se asegura de no ser notado entre las muchachas, lo más lejos posible de caer si hay un derrumbe.

Descuelgan a la señora. Jacinto la sostiene por las piernas mientras Juan de Dios y el jovencito, arriba, se aseguran de no dejarla caer al precipicio. Como Jacinto necesita a alguien que le ayude abajo, deciden que uno de los otros dos muchachos baje. La señora trata de ayudar, pero sus fuerzas son mínimas, lo que la expone a un mayor maltrato de las manos que la sostienen. Jacinto tiene los pies en una orilla que ha calculado firme y las manos en el barranco, con la mirada hacia la oscuridad que se tragó a los otros turistas, de modo que la señora prácticamente descansa sobre sus omoplatos. El joven que intenta bajar decide no saltar por desconfianza a la firmeza del terraplén donde está parado Jacinto, así que trata de hacerlo con cuidado, sostenido por el otro muchacho.

De pronto siente que la tierra se le escurre de los pies, pega un grito de alerta y salta tratando de aferrarse al borde del barranco sin soltar la mano que lo sostiene. Ahora, ambos jóvenes luchan por no dejarse arrastrar por la gravedad. Juan de Dios y el muchacho batallan por no dejar caer a la señora que bajó peligrosamente al perder el apoyo de Jacinto, quien se ha quitado para buscar de qué sujetarse. Una de las muchachas vuelve a llorar a gritos, como si fuera ella la que estuviera colgando en el vacío. Gilberto torna a acurrucarse y a ponerse el brazo sobre la cabeza como si esperase que el techo le cayera encima. Con las venas a punto de explotar y los dientes apretados por el esfuerzo, Juan de Dios mira a Gilberto y le dice lo más claro que puede, sin perder el aire que le tiempla la garganta: “Deje de ser cobarde y ayude, o lo destriparé con mis propias manos”.

Gilberto se quita el brazo del rostro, se incorpora y se acerca, temblando. Reflexiona que, si se caen, lo podrán arrastrar con ellos, y si se salvan, lo pueden golpear. Piensa entonces empujarlos, pero comprende que eso sería otra forma de suicidio, pues sin un guía no podrá salir nunca de allí.

—Suéltenla. Al fin y al cabo no creo que esa señora pueda salir viva de aquí —les indica con toda la carga de su egoísmo.
—Yo no soy un asesino. Ayude a los muchachos para que después colaboren acá.
—Él tiene razón, déjenme caer y sálvense ustedes —gime la señora, enceguecida por la desesperanza.
—Aquí nadie más va a morir. ¡Ayude, cobarde sinvergüenza!

Gilberto estudia rápidamente cómo colaborar sin acercarse al borde del barranco. En este instante la desesperación hace que el joven que cuelga haga un movimiento brusco tratando de subir de una vez por todas, se resbala del apoyo de los pies, descuida la mano que lo sostiene y cae lacerándose los brazos y piernas con las paredes al tratar de agarrarse. Estrella todo su peso contra el terraplén donde está Jacinto, con lo cual se quiebra la débil resistencia de la tierra, y no hay tiempo de nada. Tratan de sujetarse de los lados pero se precipitan sin remedio con un grito de espanto que retumba en la gruta. Los que están arriba no ven la caída porque simplemente la negrura de aquel pozo infernal los desapareció. No tienen tiempo ni de espantarse, pues la señora se les va de las manos. Juan de Dios vuelve a increpar a Gilberto, que está paralizado de horror. Manteniéndose lo más lejos que puede del borde del barranco, Gilberto no agarra a la señora sino a Juan de Dios por la cintura, afianza los pies en el suelo y hala ayudado por su propio peso, presto a soltar ante el más leve indicio de que los vence la gravedad.

El guía prácticamente cae encima suyo cuando las nalgas de la señora superan el borde del barranco. El muchacho que soltó al otro llora con unos espasmos casi epilépticos, en un acceso de pavor por haber estado tan cerca de la muerte. Maritza lo abraza y le recuesta la cabeza entre sus pechos, con lo que el joven hace un esfuerzo para calmarse, pero sigue dando unos quejidos lastimeros.



Novela
Dimensiones: 14 x 21,5 cm.
Editorial Emooby de Portugal, edición digital
Editorial Dunken de Argentina
Editorial El Túnel de Colombia 2011
130 páginas
 
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2 comentarios:

Nojoda dijo...

Me leí tu libro y esta muy bueno. Lo recomiendo.

Manuel Esteban Ochoa dijo...

Una obra que pone a prueba la parte humana de los hombres, lo que son capaces de hacer en situaciones complejas.

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